ROMA, domingo, 20 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- En las últimas décadas el juego de azar se ha expandido como un reguero de pólvora en Estados Unidos, mientras, al mismo tiempo, otros vicios siguen recibiendo una dura oposición. El éxito del juego ha recibido poca atención académica, pero un libro ha venido a llenar este vacío.
Alan Wolfe, profesor de ciencias políticas en el Boston College, y Erik C. Owens publicaban recientemente el libro «Gambling: Maping the American Moral Baylor» (Baylor University Press), (El juego: mapa del panorama moral estadounidense).
Como observan en la introducción de su libro, la cantidad de dinero implicada en esta industria es considerable. En el 2005, se estima en 84.650 millones de dólares lo gastado, y en 2006 casi uno de cada cuatro norteamericanos visitó un casino – un cambio radical con respecto a hace no muchos años cuando Nevada era el único lugar donde el juego era legal, observan los autores. De hecho, el juego es actualmente legal de una forma u otra en 48 estados, más el distrito de Columbia.
En medio de campañas para dejar de fumar y reducir el consumo de alcohol, y con poca tolerancia para la mala conducta sexual de las figuras públicas, existe relativamente poca oposición al juego, observan. Wolfe trata este curioso fenómeno en su capítulo del libro titulado: «La guerra cultural que nunca existió».
Hace un siglo había una fuerte oposición al juego por parte de las iglesias, y los líderes evangélicos eran muy duros en sus críticas de lo que ellos denunciaban como un vicio. Wolfe explicaba que esta oposición al juego era un subproducto de la tendencia puritana de la cultura norteamericana.
Este puritanismo llevó a la campaña en contra del alcohol que tuvo como consecuencia la era de la prohibición. En contraste, Wolfe observaba que la oposición religiosa al juego nunca se elevó hasta una campaña coordinada a nivel nacional. Además, algunos activistas políticos asociados a grupos cristianos se han sumado al juego y le han dado su apoyo.
Wolfe sostenía también que, en general, los líderes protestantes son pragmáticos en política y son poco propensos a criticar las prácticas que son populares entre sus miembros.
No hay causa común
También indicaba que mientras los cristianos y algunas feministas han hecho causa común contra la pornografía, tal alianza no se ha formado respecto al juego. Esto a pesar del hecho de que algunas feministas son críticas con el juego, dado el impacto en las madres y en las familias cuando los maridos se juegan un gran parte de los ingresos familiares.
En su aportación, John Dombrink, profesor del departamento de criminología, derecho y sociedad en la Universidad de California, comentaba que muchos estados han elegido solucionar sus problemas económicos a través de los ingresos del juego. Este era el argumento que utilizaba el gobernador de Massachusetts, Deval Patrick, en el 2007 cuando anunció el plan de permitir más casinos.
Esto puede conducir a un conflicto de intereses, añadía Dombrink. Podemos esperar que los operadores del juego quieran maximizar sus beneficios, pero, ¿a qué lleva esto cuando es el mismo gobierno del estado el que lo regula y además se beneficia de él?
Dombrink también explicaba que, si la oposición al juego por parte de los conservados se ha acallado, los así llamados «progresistas» se han cuidado mucho de atacar la expansión del juego legal.
La falta de oposición ha llevado a una relación estrecha entre los operadores de juego y el gobierno, observaba R. Shep Melnick. Profesor de política americana en el Boston College, Melnick observaba que las empresas dedicadas al juego han gastado millones en ganarse a los políticos y que, en algunos casos, han ayudado incluso a hacer el borrador de la legislación que rige la industria.
Citaba un estudio que cifraba en más de 100 millones de dólares la cantidad que la industria del juego gasta en política de pasillos y en aportaciones de campañas en el periodo 1994-1996.
Los gobiernos estatales, a su vez, tienen un creciente interés en el éxito del juego. Las loterías del Estado gastan cerca de 500 millones de dólares al año en publicidad, según Melnick. Así, como han acabado con la publicidad del tabaco, han intensificado sus esfuerzos para expandir el juego. La Comisión Federal de Comercio ha llegado incluso a eximir a las loterías estatales de las reglas publicitarias que regulan la verdad, añadía Melnick.
«Muchas de las reglas ordinarias del juego se suspenden en la política de loterías», comentaba.
Al mismo tiempo explicaba que el público en general comparte la culpa. La gente pide más servicios al gobierno, pero se resiste a cualquier intento de subir los impuestos. Las loterías ofrecen a los gobiernos la solución a estas exigencias en conflicto.
«Un impuesto que la gente hace cola por pagar, un impuesto que cae sobre pobre gente que tiende a no votar de todos modos – ¿cuántos políticos sometidos a presión podrían resistirse a esto?», observaba.
Melnick detallaba la cuestión del impacto en los pobres. Aquellos que ganan menos de 10.000 dólares al año gastan una media de 600 dólares en billetes de lotería, mientras que los que ganan más de 50.000 gastan menos de 250 dólares.
Aquellos que sólo tienen estudios hasta secundaria gastan en billetes de lotería cuatro veces más que aquellos con carrera universitaria y los negros cinco veces más que los blancos.
Melnick sostenía que resulta cuestionable que los ingresos obtenidos a través del juego logren compensar lo suficiente los efectos de lo que no es sino un impuesto regresivo sobre los pobres.
Efectos dañinos
John P. Hoffmann, profesor de sociología en la Universidad Brigham Young, examinaba el daño causado por el juego. El juego se ha colocado generalmente en la categoría de los crímenes sin víctimas, pero argumentaba que esta terminología no es correcta.
Problemas como el juego tienen efectos negativos sustanciales en las relaciones maritales y en el funcionamiento familiar. Mucha gente juega sin problemas aparentes, admitía Hoffmann, pero los estudios apuntan que cerca del 9% de los jugadores corren riesgo, con otro 1,5% clasificado como jugadores con problemas, y un 0,9% considerados jugadores patológicos.
Estos porcentajes pueden parecer bajos, pero se convierten en grandes números – millones de personas, de hecho – cuando se considera la población total de Estados Unidos, comentaba.
Tratándose de la vida familiar, Hoffmann observaba que el juego patológico se asocia a problemas de salud mental y al divorcio. Cuando el juego alcanza niveles de problema, los hijos también se ven gravemente afectados. No sólo influye en el tiempo que los padres pasan en el hogar, los niños también sufren de una sensación de peor cercanía a los padres y una pérdida de confianza en ellos.
Dimensión moral
En sí mismo, el juego no es inmoral según la enseñanza de la Iglesia católica, y la utilización de loterías y noches de bingo ha sido una práctica común en la financiación a nivel parroquial y local de la Iglesia.
Como apunta el No. 2413 del Catecismo de la Iglesia Católica, los juegos de azar «resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás».
«La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre», advierte también.
¿Cómo podemos entonces resistir a esta servidumbre o evitar los males causados por el juego excesivo? Quizá la respuesta consista en redescubrir una vida orientada por la virtud.
«Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe», dice el Catecismo en el No. 1804.
La virtud cardinal de la templanza parece la apropiada cuando se habla del juego. La templanza, explica el No. 1809 del Catecismo, «es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados». Una moderación y un equilibrio que suelen faltar en la cultura actual, y no sólo cuando se trata del juego.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado