Por Héctor M. Guyot.- Tras el día de trabajo, ya de noche, salí a hacer la caminata larga que me impongo al menos día por medio. Para despejar la cabeza, programé en los auriculares un viejo disco de The Kinks que jamás había escuchado. En medio de otros valientes que también cumplían con su cuota de ejercicio, y cuando ya había entrado en calor, el principio del cuarto tema le puso una banda de sonido inapelable a la película del mundo. Dos versos simples, elementales, que impactaron en mi estado de ánimo revelándome cómo me sentía. O, mejor, una combinación de letra y música que dio expresión a sentimientos con los que convivo desde hace rato. No esperen nada sofisticado. Aunque me gusta, es solo rock and roll. Pero imaginen que caminan distendidos y de pronto, sin aviso, la voz irónica de Ray Davies les dice desde el centro del cerebro: “The world’s goin’ crazy, nobody gives a damn anymore”. Traducido sería algo así como “El mundo se está volviendo loco, ya a nadie le importa un carajo”. El efecto Cambalache, aunque en idioma foráneo y sin la poesía del tango.
Mientras la canción avanzaba, sentí que la locura del mundo no era solo un fenómeno externo a mí, algo que se puede denunciar desde el margen. Debí reconocer que el efecto Cambalache se había filtrado en mi interior hacía mucho y amenazaba mi supuesta cordura e incluso mi estabilidad. La falta de jerarquías, la igualación de todo, el “da lo mismo”, ya no era el diagnóstico de un mundo ajeno que perdió la chaveta, sino un síntoma que yo había internalizado y debía combatir. La naturalización del sinsentido en el que vivimos estaba minando los presupuestos que sostienen mis convicciones más íntimas y con eso, mi entusiasmo y mis antiguos fervores. Si todo da lo mismo, si a nadie le importa un carajo, ¿dónde encontrar la motivación para salir a vivir el día?
Rescato esta escena del jueves porque presumo que no soy el único que lidia con estos sentimientos. La lucha por el sentido que todos libramos presenta dos frentes, el exterior y el interior, vinculados por infinitos y sutiles vasos comunicantes. Y de afuera vienen muchas pálidas, una actualidad tóxica que nos empuja al abatimiento. Sin embargo, a no claudicar. En el frente externo que todos compartimos, la razón y la fuerza se enfrentan en dos grandes guerras. Y en ambas es preciso oponer, a la crónica del sinsentido, la del sentido. Quizá esto nos ayude a mantener el equilibrio.
En Ucrania, mientras un Vladimir Putin cada vez más aislado sigue adelante con una invasión criminal que descarga muerte y dolor en millones de personas, la Unión Europea anunció un plan para dejar de depender del petróleo ruso. De instrumentarse, llevará tiempo, pero se trata de un paso adelante en orden a enderezar una comunidad internacional que, integrándolos sin cortapisas, viene lavando los prontuarios de dictadores y autócratas que someten a sus pueblos y pueden convertirse, pruebas al canto, en máquinas de destrucción masiva que ponen en vilo la seguridad global. Vacuna contra el efecto Cambalache: mientras haya alguna posibilidad de aprendizaje, habrá esperanza.
En la otra guerra, más cercana, el sinsentido que hemos naturalizado obedece también a la pulsión destructiva de una persona. En este caso, la vicepresidenta, que durante demasiado tiempo cruzó límites que la ciudadanía, la prensa y la Justicia debieron marcarle en virtud de la ley. Ahora dirige ese impulso contra su propio gobierno, en el afán de despegarse del daño que le ha hecho al país una administración sin rumbo, que llegó al poder con el solo objetivo de consagrar la impunidad de los corruptos. Pero, como dijo su vasallo, el gobierno es uno solo y le pertenece. El poder (menguante) es de Cristina Kirchner. Jamás lo delegó en el señuelo que llevó a las elecciones, al que atacó desde el principio, aun en el momento en que el Presidente tenía buena imagen y eso podía beneficiar su plan de impunidad. Quien destruye se autodestruye, a veces con daños colaterales inmensos. Ayer la Universidad Nacional del Chaco Austral le concedía un doctorado honoris causa en un país –se supo dos días antes– en que solo 16 estudiantes de cada 100 terminan en tiempo y forma el secundario. Para completar el sinsentido, el rector de la institución, acusado también él de asociación ilícita y lavado de dinero, podría haber sumado un premio a la transparencia al triste homenaje.
Pero no todo es insensatez. En lo que podría representar un primer paso para desarticular el Estado clientelista, la oposición obtuvo un importante triunfo en Diputados al imponer con 132 votos el tratamiento del proyecto de ley sobre la boleta única de papel para las próximas elecciones. Se vienen, a pesar de la resistencia de un oficialismo aferrado a los peores hábitos, los proyectos de ficha limpia y extinción de dominio.
Disculpen el optimismo. Llegó como un soplo inesperado de aire fresco desde el frente interno, con los últimos versos de la canción de The Kinks: “You’re my brother, though I didn’t know you yesterday. I’m your brother, together we can find a way”. Es así, hermano, juntos vamos a encontrar el modo.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/