Quizás nunca se sabrá lo que hubiera sido un gobierno de Cristina Kirchner. Marcada por la impronta del ex presidente Néstor Kirchner, la administración de la actual mandataria no tuvo el derecho a hacer el balance de lo que recibió ni se desprendió de la herencia de funcionarios que le legó su esposo. Por eso, para vastos sectores sociales el país no está gobernado por los seis meses de la Presidenta, sino por los cinco años del matrimonio Kirchner. Néstor Kirchner no tuvo, a su vez, los beneficios de la reelección (a la que la Constitución lo habilitaba), pero sobrelleva los perjuicios de una reelección implícita.
¿Qué significa, en última instancia, que Cristina Kirchner no haya podido hacer ningún balance? Significa, en primer lugar, que está pagando los costos políticos de las cosas que su esposo no hizo o fue postergando y que carga, encima, con los mismos funcionarios que, por su propia historia, están obligados a defender y conservar las viejas políticas. Los primeros datos preocupantes de la inflación, por ejemplo, aparecieron mucho antes de que Néstor Kirchner se fuera del despacho presidencial. Pero el ex presidente tuvo el suficiente margen político y económico como para sentar a Guillermo Moreno sobre los precios. Moreno se sentó luego sobre el Indec, mientras los precios andan por las nubes. Ni Néstor ni Cristina Kirchner se notificaron todavía de la inflación.
Eduardo Duhalde dijo hace poco que el más grande error de Néstor Kirchner fue haber depositado la presidencia en manos de su esposa, porque ésta no tenía experiencia ejecutiva. La historia lo contradice a Duhalde. Arturo Frondizi llegó a la presidencia con la única experiencia de legislador nacional. El único cargo público que tuvo Raúl Alfonsín antes de ser presidente fue el de diputado nacional en los primeros años de la década del 60.
Si las cosas se miran con objetividad, el más grande error de Néstor Kirchner fue haber hecho el sacrificio político de dar un paso al costado y no haber sido coherente con esa decisión. Los primeros seis meses de Cristina Kirchner se pueden juzgar también como el tiempo en el que el ex presidente ejerció el mismo poder que tenía antes, pero de otra manera. En conclusión, terminó borroneando la figura de la Presidenta, eclipsando su rol como la última instancia política de la Nación y condenándola, ante muchos sectores sociales, a cumplir un papel protocolar en la conducción del Estado.
Ninguno de los preceptos electorales de la Presidenta se ha puesto en marcha aún. La política exterior es, por caso, el asunto que más la apasionó en sus tiempos de primera dama; fue casi una canciller paralela de su esposo. La comunidad política -y no pocos sectores de la vida internacional-esperaban que Cristina Kirchner pusiera un fuerte énfasis en las relaciones internacionales. Pero la Argentina sigue siendo en el mundo, en rigor, tan irrelevante como en tiempos de Néstor Kirchner.
La Presidenta debutó con el estallido del caso Antonini Wilson en los Estados Unidos. Y para enfrentarlo siguió los pasos de su esposo: tomó el atril y zamarreó al gobierno de Washington como si fuera el culpable de una megaoperación para desestabilizar a su Gobierno. Luego se arrepintió, pero ya era tarde. Aún hoy, y a pesar de algunas visitas que se intercambiaron entre Washington y Buenos Aires, lo cierto es que el gobierno norteamericano –y la dirigencia política washingtoniana en general– le perdió la confianza al nuevo gobierno argentino. La política exterior sigue en estado de parálisis.
Los escándalos de corrupción durante el gobierno de Néstor Kirchner, ya que estamos en tema, no pueden ser revisados por el gobierno de Cristina Kirchner. Una reciente investigación de LA NACION confirmó que Claudio Uberti, el embajador virtual de Kirchner ante Caracas y pasajero en el mismo avión que Antonini Wilson y su valija, había llamado por teléfono al entonces presidente desde el mismo aeroparque. Uberti lo visitó a Kirchner en Olivos pocas horas después. Guste o no, Cristina Kirchner también vivía entonces en Olivos, aunque desconociera las visitas y las conversaciones de su esposo.
¿Cómo explicarle a la sociedad que esas deudas políticas son de Néstor Kirchner y no de la Presidenta cuando ésta conservó casi intacto el gabinete de su esposo? Imposible. La única designación iridiscente que hizo Cristina Kirchner fue la de Martín Lousteau como ministro de Economía, pero debió devolverlo a su casa apenas cuatro meses después. El relevo de Lousteau puso en evidencia otra realidad del poder: el verdadero y único ministro de Economía de Cristina Kirchner es Néstor Kirchner. Una de las causas del relevo de Lousteau fue precisamente que el ex ministro tuvo siempre un diálogo sólo social y distante con el ex presidente.
El atril es otra herencia innecesaria. Cristina Kirchner siguió con la costumbre política de su esposo de retar y elogiar, o comentar las cosas del país, desde un solitario atril en la Casa Rosada. También acude, como Néstor Kirchner, a las tribunas en el interior de la Argentina. El método ya era malo con Kirchner, porque de esa manera evitó cualquier relación civilizada con la prensa independiente. Pero, además, las copias son siempre peores que el original. Al revés de su esposo, Cristina Kirchner tuvo la experiencia de relacionarse con el periodismo cuando fue diputada y senadora nacional. La copia de ese estilo fue uno de sus gestos menos justificables.
La crisis por la que todavía atraviesa el país (el conflicto con el sector agropecuario, la inflación, la escasez energética, la inseguridad) señalan la imperiosa necesidad de un cambio. Cambios de personas en el gobierno y cambios que incluyan, necesariamente, las políticas vigentes, algunas tan viejas que nacieron con la llegada del kirchnerismo al poder. Sin embargo, Cristina Kirchner pertenece a una cultura política que la obliga a la concentración del poder en muy pocas manos y a una lealtad inquebrantable con quien es, todavía, el jefe político del país. Por eso, es casi imposible imaginar cómo hubiera sido un auténtico gobierno de Cristina Kirchner.
Fuente: suplemento Enfoques en el diario La Nación, 8 de junio de 2008.