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«El ministerio presbiteral es una expresión del amor infinito de Dios por los hombres»

Se trata de la homilía pronunciada por monseñor Carlos Franzini, obispo de Rafaela, en la ordenación presbiteral de los diáconos Daniel Ferrero, Gustavo Giorgis y Lucas Pessot en la Catedral San Rafael.

Homilía pronunciada por Mons. Carlos María Franzini, Obispo de Rafaela, en la ordenación presbiteral de los diáconos Daniel Ferrero, Gustavo Giorgis y Lucas Pessot
(Catedral de Rafaela, 16 de abril de 2010)

1ª: Is 61, 1-3; Sal 23; 2ª: 2 Cor 12, 7-10; Ev: Jn 21, 15-19

Queridos hermanos:

Como una gracia particular del Año Sacerdotal especial que estamos transitando por iniciativa del Papa Benedicto, nuestra Iglesia Diocesana recibe hoy el regalo de tres nuevos presbíteros. Luego de un largo y serio camino formativo estos hermanos nuestros llegan a un momento culminante y decisivo en el seguimiento del Señor, que los ha mirado con amor y los ha llamado a ser sus discípulos, sus misioneros, sus amigos, sus sacerdotes. Ellos han reconocido esta invitación, la han madurado interiormente y con sus formadores y ahora, con plena conciencia y responsabilidad, responden generosamente a la propuesta.

Este acontecimiento extraordinario y fascinante, cargado de belleza y esperanza, seguramente no será noticia en las primeras planas de los medios de comunicación, interesados por lo general en difundir lo que afea o desdibuja la Verdad del Evangelio y la vida más genuina de la comunidad de los seguidores de Jesús. No importa; no es la aprobación o los aplausos del mundo lo que buscamos. Como hombres y mujeres de fe queremos admirar y agradecer la obra de Dios en medio nuestro, porque de esto se trata: es Dios el principal protagonista de lo que hoy celebramos. ¡A Él nuestra alabanza, nuestra gratitud y nuestra humilde y decidida voluntad de seguirle! Es Él quien continúa conduciendo la vida de su pueblo a través de estos pobres instrumentos que somos los pastores, por ello cantamos con el salmista: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo; tu vara y tu bastón me infunden confianza…” (Sal 23, 4)

Pero la misma conciencia del don de Dios y de su iniciativa amorosa nos urge y nos impulsa a responder con gozosa libertad y perseverante compromiso. Por ello estos hermanos han buscado luz en la Palabra de Dios, para que sea ella la que nos guíe y nos ayude a desentrañar en alguna medida la riqueza insondable del misterio que estamos celebrando. Los textos bíblicos que se han proclamado nos hablan del ministerio que recibirán Daniel, Gustavo y Lucas; nos hablan de Dios que guía a su pueblo y lo hace a través del servicio de los pastores; nos hablan de la desproporción que siempre existe entre el mundo de Dios y el de los hombres; pero también nos recuerdan que Dios mismo ha querido acortar esta distancia y ha tomado la iniciativa llegando hasta nosotros, para que pudiéramos participar de su vida y de su amistad.

Con la misma conciencia del profeta, Daniel, Gustavo y Lucas se reconocen ungidos por el Espíritu de Dios y enviados por él para anunciar la Buena Noticia. Como Jesús en la sinagoga de Nazareth, también ellos pueden decir con toda humildad: “…Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír…” (Lc 4,21). Esta elección y unción no la reciben en virtud de méritos propios ni menos de pretendidos derechos. En su largo camino formativo han constatado hasta que punto la propia debilidad es el único motivo de gloria para el auténtico discípulo, ya que sólo desde ella escucharán las consoladoras palabras del Señor a San Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad…” (2 Cor 12,9). La propia debilidad, constatada una y otra vez, y confrontada con la mirada tierna y comprometedora del Señor es lo que finalmente nos hace humildes y conscientes de que sólo el amor es más fuerte que el pecado y que la muerte y por ello podemos decirle con serena esperanza: “tú lo sabes todo, sabes que te quiero…” (Jn 21,17)

Sí, mis queridos hermanos, el ministerio presbiteral es una expresión del amor infinito de Dios por los hombres, de la entrega hasta el extremo de Jesucristo por su Iglesia. El sacerdocio es un misterio de amor. Amor sin límites de parte de Dios; amor imperfecto y siempre necesitado de conversión por parte de quienes hemos sido llamados. Nada de lo que somos y hacemos se entiende si nos sustraemos a esta certeza. Jesús Resucitado no le pide a Pedro más que la triple confesión de su amor; eso le basta. Nada más le pide a ustedes: Daniel, ¿me amas?; Gustavo, ¿me amas?; Lucas, ¿me amas?…

Pero este amor ofrecido y esperado se manifiesta y hace concreto en el seguimiento; más precisamente en el dejarse llevar: “…cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos y otro te atará y te llevará a donde no quieras…” (Jn 21,18). Quien de verdad ha entrado en el misterio de amor que es el sacerdocio siente una apremiante necesidad y un creciente deseo de dejarse llevar por el Señor hasta donde él quiera llevarlo; por las “verdes praderas” o las “oscuras quebradas” de las que hablaba el salmo, da lo mismo si es el Señor quien nos lleva de su mano y “su bondad y su gracia nos acompañan a lo largo de la vida”.

Mis queridos Daniel, Gustavo y Lucas: ¡déjense llevar por el Buen Pastor! Y para ello deberán reconocerlo en las mediaciones que hoy como ayer, siguen haciéndolo presente. Déjense llevar por la Iglesia, nuestra madre y nuestra Esposa; ámenla con fidelidad entrañable, fecúndenla con entrega generosa y cuídenla con celo viril. Esta Iglesia que se hace palpable y concreta en la diócesis de Rafaela, que los engendró a la fe, los hizo madurar en ella y hoy los pone a su servicio. Déjense llevar por mi humilde ministerio de padre, hermano y amigo; saben el lugar que ocupan en mi corazón y en mi ministerio; no duden nunca en acudir a mí ya que siempre me encontrarán disponible para acogerlos; disimulen mis miserias y pecados y ayúdenme a corregirlos. Déjense llevar por sus hermanos del presbiterio, al que hoy se integran por la ordenación; en ellos encontrarán ejemplo, guía y aliento para el servicio que juntos estamos llamados a ofrecer a toda la Iglesia. Déjense llevar por las comunidades a las que serán enviados; ¡tenemos tanto que aprender y que agradecer al santo pueblo de Dios, del que venimos y al que somos enviados! Déjense estimular por el ejemplo de los matrimonios que luchan a diario por su fidelidad; por el entusiasmo de los jóvenes, que aspiran a cosas grandes; por la inocencia de los niños, que nos enseñan sencillamente el Evangelio; por la sabiduría de los ancianos, que nos recuerdan lo que realmente importa; por la paciencia de los enfermos y la confianza de los pobres, que todo lo esperan del Señor…

¡Déjense llevar para estar siempre disponibles a la misión! Acabamos de concluir la misión sacerdotal, este hermoso gesto con el que nuestro presbiterio ha querido en el Año Sacerdotal especial expresar su firme determinación a responder generosamente al llamado a la misión que hoy nos está pidiendo el Espíritu en América Latina y en nuestra Patria. También ustedes, queridos Daniel, Gustavo y Lucas, son llamados a dejarse llevar hasta donde sea necesario para que el Evangelio de Jesús resuene en cada rincón de nuestro inmenso territorio diocesano y aún más allá de él; para que el Evangelio llegue a todos los ambientes y les comunique su eficacia transformadora.

“Dejarse llevar”; ésta es la propuesta que hoy el Señor les hace al inicio de su ministerio presbiteral. Personalmente puedo darles testimonio, y estoy seguro que también pueden hacerlo muchos hermanos aquí presentes: cada vez que he podido vencer mi arraigado egoísmo y me he dejado llevar por el Señor he sido muy feliz. No dudo que también ustedes lo serán, en la medida que se dejen llevar por el Buen Pastor, a lo largo de la vida, hasta habitar en la Casa del Señor por muy largo tiempo.

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