Para Samuel Schkolnik, medio siglo de populismo ha dejado profundas huellas en la Argentina. El hecho de que el populismo distribuya no solamente riqueza, sino también derechos sin los deberes que les son concomitantes, nos ha hecho, a su entender, mucho daño.
“A medida que esto avanzó se debilitó la meritocracia, el ascenso por el esfuerzo personal e intelectual. Toda una cultura que fue muy importante y valiosa para el país, hacia mediados del siglo XX empezó a decaer”, se lamenta.
Doctor en Filosofía (summa cum laude) por la Universidad Nacional de Tucumán, profesor allí de Historia de la Filosofía Contemporánea y de Etica, Schkolnik ha cultivado los ensayos y la ficción. Entre los primeros figuran “Tiempo y sociedad” y “El mundo según Borges”. Este trabajo fue premiado en el concurso de ensayos organizado por la Fundación El Libro en la 25ª Exposición Feria Internacional de Buenos Aires y fue incluido en el libro “Borges en diez miradas”. Sus textos de ficción han sido publicados en la sección literaria de La Gaceta, de Tucumán.
–¿A qué se debe el eterno internismo en todos los órdenes de nuestra vida, empezando por la política?
–No es una característica exclusiva de la vida argentina, si bien nosotros, por estar inmersos en ella, la percibamos con especial intensidad. Creo que puede observarse en todas las sociedades cuyas preferencias, valores y decisiones giran más en torno de las personas que de las ideas.
-En la última reunión del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, en Nueva York, los representantes del gobierno malvinense dijeron que ven al gobierno argentino como una administración prepotente. ¿Lo es? ¿Somos prepotentes los argentinos?
-Por cierto que los argentinos que se expresan son prepotentes. Toda esa cosa exitista y eufórica que durante décadas nos caracterizó en América latina estaba asociada a la idea de una sociedad a la que le iba bien. Lo curioso es que estos años de crisis, de caída, no nos atemperaron. Yo diría que la pobreza no nos volvió melancólicos: nos volvió piqueteros. Lamentablemente, me parece que los argentinos sensatos y laboriosos han menguado de la mano del empobrecimiento. Hay dos Argentinas en eterno desencuentro. Una es el país de los que conciben la vida como un asunto de su propia responsabilidad y no reclaman otros derechos que los que emanan de su esfuerzo. Otra Argentina es el país de los que se consideran titulares de derechos y elevan la dádiva y la regalía a la categoría de principio de gobierno. El doctor Favaloro es un emblema del primer país; Raúl Castells, del segundo.
-¿La pobreza es un problema de ciencia, de conocimientos o de conciencia?
-El problema de la pobreza en la Argentina es más moral que cognoscitivo. Para definir ese problema moral, yo me valdría de una categoría que más bien parece pertenecer al orden de la política, y que es el populismo. Porque el populismo consiste en suponer que la vida trae consigo un regalo con el que uno se ha beneficiado o debería haberse beneficiado, y que tiene derecho a protestar en caso de no recibir ese beneficio.
-¿Populismo no es también una forma de gestionar el poder repartiendo los recursos entre mayor cantidad de gente?
-El populismo distribuye no solamente riqueza, sino derechos, abstracción hecha de los deberes que les son concomitantes. El peronismo introdujo ese esquema de vida y de gestionar el poder. A medida que avanzó esto, se debilitó la meritocracia, el ascenso por el esfuerzo personal e intelectual. Toda una cultura que fue muy importante y valiosa para el país, hacia mediados del siglo XX, empezó a decaer.
-El crecimiento apabullante de la pobreza, ¿no es un fracaso de todos los argentinos, más allá de quienes gobernaron en los últimos 50 años?
-Hay una parte muy significativa de la población que no se hubiera empobrecido de no haber mediado una irrupción prepotente del populismo, con algunos episodios cuyo principal protagonista fue el Estado argentino, que desató el Rodrigazo, que expropió depósitos bancarios, que ejerció una voracidad fiscal sin límites. Esos son los factores que produjeron el avance vergonzoso de la pobreza.
-¿No es responsable también una sociedad que bajó los brazos ante el deterioro de la educación y de otros indicadores de la calidad de vida?
-No hay duda de que en eso fracasamos todos. La corrupción como estilo, por ejemplo, es algo que se difundió de arriba abajo. Desde el que se enriquece con las licitaciones tramposas hasta el que soborna a un agente de tránsito hay una línea continua.
-¿Por qué los políticos, y los dirigentes en general, están lejos de la sociedad?
-La verdad es que no están lejos de la sociedad. Parecen estarlo, pero no hay tal distancia entre los políticos o los dirigentes y la gente. Yo creo que no la hay. Fulanito o menganito diputado hacen lo mismo que yo, que cruzo en rojo los semáforos, que no respeto la fila, que miento, que engaño, que evado?
-¿No hay, entonces, crisis de representatividad?
-Al contrario: son muy representativos los políticos, y ése es nuestro problema. Por eso hablo de un efecto paradójico, porque al haber tan poca distancia entre la clase política y la sociedad se produce un voto a desgana, que tiene todas las apariencias de la inexistencia de representatividad, pero es justamente lo contrario. La reciente aparición de candidaturas de la farándula es una evidencia más de esta falta de distancia entre los políticos y la gente. Nuestros políticos son gente que grita, gesticula, actúa. Por eso, nada tiene de raro que el profesional del espectáculo se postule para la política.
-¿Por qué en los últimos 50 años no se ha podido armar una verdadera fuerza de oposición capaz de asegurar la alternancia en el manejo de la cosa pública?
-Porque para ello hubiera sido necesario que una parte muy significativa de la población estuviera convencida de que la legitimidad del Estado procede de su obligación de garantizar los derechos individuales antes que los derechos corporativos, y convencida también del valor y la importancia de la división de poderes. Los radicales, que hubieran podido expresar ese sentir, han estado por demás atentos a no perder sus banderas populares a manos de los peronistas.
-¿Hicieron concesiones?
-De las peores: las ideológicas, no las circunstanciales. El radicalismo tendría que haber sido la socialdemocracia argentina, a partir de esa vaga forma que se esbozó en tiempos de Irigoyen y que también Alfonsín trató de darle, sin conseguirlo. El también hizo concesiones a lo que llamaríamos el modo peronista de gobernar.
-En cuanto al peronismo, ¿no cree que significó un enorme progreso la incorporación de las masas al sistema político?
-Ciertamente, el peronismo incorporó a las masas al sistema político. Pero lo hizo pagando el costo altísimo de haber consagrado como política de Estado, como doctrina de Estado, el populismo, que está lejos de terminar. Se diría que vivimos la agonía del peronismo, y esa agonía va a ser dolorosa. No era una necesidad histórica resolver esa integración a cambio de semejante precio.
-¿Ayuda a la paz social el considerar crímenes de lesa humanidad los cometidos por las fuerzas estatales y no los cometidos por los terroristas?
-Ninguna persona bien nacida puede justificar los crímenes terroristas, pero éstos son más graves aún, si cabe, cuando proceden del Estado, porque es el guardián de las leyes, y cuando delinque no solamente las viola, sino que lo hace mediante un horrible acto de traición. Añádase a ello que la dictadura que rigió entre 1976 y 1983 asesinó y torturó, en muchos casos, a personas que no tenían otros vínculos con organizaciones terroristas que figurar en la agenda de un secuestrado porque era su dentista. El Estado se condujo durante esa dictadura más como una bestia ciega que como un agente racional de un orden fundado en la ley. Es más grave el terrorismo de Estado, sin olvidar que los crímenes terroristas también son crímenes de lesa humanidad.
-¿Está usted entre esos nueve de cada diez argentinos que, según los sondeos, desconfían de las instituciones ligadas al sistema político, como el Parlamento, la Justicia, los partidos políticos y los sindicatos?
-Decididamente, sí. En nuestro país no se ha hecho justicia en los casos de la AMIA ni de la embajada de Israel; están sueltos los asesinos de Cabezas; se viola todos los días el derecho de circular libremente, consagrado en el artículo 14 de la Constitución Nacional; se han expropiado masivamente los depósitos bancarios, y la lista podría alargarse indefinidamente. Así las cosas, desconfiar de las instituciones de gobierno es un acto de lucidez.
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 27 de agosto de 2005.