Por Ricardo Miguel Fessia.- Distinto a todo lo que se puede ver, donde en una hora treinta frente a la pantalla no se encuentra a las personas en el centro del relato, sin una identidad descollante, que obliga al espectador a elaborar una y mil teorías y todas con cierta lógica para su justificación. No es de los espectáculos en donde uno se desparrama en la poltrona; una y mil veces se cambia de posición, eso que ocurre cuando no se encuentra la razón a algo y no se puede terminar de entender.
Al salir de la sala, anoche, eran todas preguntas, por tal personaje, por esa escena que se puede presentar innecesaria, por la música. Por todo. Seguíamos caminando y con más preguntas.
Remo Manfredini (Nahuel Pérez Biscayart), un jockey que supo cosechar muchos triunfos llegó a una situación personal de total empeño por su definitiva autodestrucción que comprende su profesión, la relación con una colega de nombre Abril (la española Úrsula Corberó) que es su novia y su misma vida.
En ese proceso, llegó al complejo entramado mafioso de Rubén Sirena (el mexicano Daniel Giménez Cacho) con el que está bastante endeudado y la única forma posible de cobrar ese crédito es que el caballo que monte llegue primero al disco. Ese día, luego de todo el ritual casi sagrado que incluye un pedido a la Virgen instalada en un precario santuario en el camino entre los vestuarios y la pista, se abren las puertas de la gatera y el jockey punteo el pelotón hasta que sorpresivamente a la salida del codo, se estrella contra la empalizada lo que le provoca lesiones “incompatibles con la vida”.
En circunstancias que solo pasan en las pantallas, un día despertó y con lo que había a mano, se vistió y salió a desandar una verdadera odisea por las calles de Buenos Aires. Su cabeza, protegida por un inmenso vendaje, esta también despojada de recuerdos y de identidad lo que lleva a un breve itinerario de búsqueda de su propio “yo”. Los esbirros sirenianos van detrás de sus pasos.
Liberado de su pasada vida, Remo empieza a reconstruirse entre las maniobras para no ser atrapado ni por la policía ni por los matones. Circula por los lugares más insospechados de la ciudad.
El film ausculta temas como la identidad, los deseos desmesurados y los sacrificios que conlleva la búsqueda de la excelencia en el mundo de las carreras de caballos. La expresión visual es ubérrima y el guion intrigante. El desempeño de Remo y Abril con esos silencios y esas pausas es soberbio.
La idea original nació en la causalidad de dar con un ambulante de origen ruso con ropas de mujer que permanentemente concurría a la farmacia para montar la báscula. El vagabundo afirmaba que su peso era cero kilos y que eso le tranquilizaba porque era que no existía. Sin dudas una suerte de paranoico simpático.
La trama de El Jockey cambia a cada rato, todo escapa a las reglas de la realidad y el personaje va mutando, discurre por varias identidades, al menos aparentemente. Perece decir que es necesario morir para liberarse de uno mismo.
Las tomas, la perspectiva, los planos son un tema aparte que por sí atraen al espectador y lo hacen brincar en la butaca. Una carrera de caballos con animales lanzados a toda furia y Remo aparece flotando sobre su montado, fuera de toda ley física y de la realidad de la escena. Lleva a restregarse los ojos con un dejo de incredulidad. El director, Luis Ortega, juega con la realidad en forma osada.
Son participaciones a destacar son la de Daniel Fanego -falleció antes del estreno de la película-, Daniel Giménez Cacho y la actriz chilena Mariana Di Girolamo.
La cinta de Ortega es una bocanada de aire fresco en la filmografía argentina y se estrenó en el Festival de Cine de Venecia, y ganó el premio Horizontes Latinos en el Festival de San Sebastián, representará a Argentina en los premios Goya y en Los Oscars. Méritos no le faltan.