Desde hace un par de meses, para el presidente Néstor Kirchner hay solamente dos grupos de argentinos: los enemigos de la patria, encabezados por Eduardo Duhalde, y los salvadores de la patria que él conduce. Se trata de un notable reduccionismo, porque «maniqueo» es un adjetivo que no alcanza para describir semejante desmesura.
Ese punto de vista distorsionado es la génesis de todos los errores que comete. Lo que resulta ciertamente peligroso es que esos errores son cada vez más importantes.
Si es verdad que Duhalde es un mafioso de película, productor y distribuidor de drogas (como dijo su piquetero predilecto, al que ni el Presidente ni su esposa desautorizaron todavía), y si, además, conspira para desestabilizar al Gobierno fogoneando actitudes violentas, como se supone que ya hizo con Fernando de la Rúa, el país democrático está en graves dificultades.
El único camino sería poner todo el aparato del Estado al servicio de la Justicia -aportando a los jueces toda la información disponible- para que ésta pudiera investigar a Duhalde por su presunta participación en actos de sedición o golpismo.
Pero si lo denunciado no fuera verdad, también estaríamos en graves problemas. Sería la radiografía más patética del punto de irresponsabilidad al que el jefe del Estado está dispuesto a llegar, siguiendo por el camino de esa dicotomía entre «salvadores» y «enemigos de la patria» con que juzga la realidad.
Reconocerse como la síntesis de todas las virtudes, frente a todas las miserias que se le atribuyen a Duhalde, es una manera de producir situaciones tragicómicas, tales como las que se podrían agrupar en un decálogo para el buen sembrador de antinomias:
1) Pacto de perpetuación. Lo denunció la senadora por Santa Cruz, candidata a senadora por Buenos Aires. Se refería al pacto de Olivos, que juntó a Menem con Alfonsín, para posibilitar, entre otras cosas, la reelección del riojano. Eso fue un acto típico de los enemigos de la patria. La reelección eterna (no sólo por un período) que Kirchner estableció en Santa Cruz pertenece al planeta de los salvadores de la patria.
2) Intendentes bonaerenses. Según el «evangelio» patagónico, serán mafiosos, corruptos y punteros de prácticas clientelares aquellos que insistan en ser aliados de Duhalde, como Hugo Curto o Manuel Quindimil. Son patriotas que impulsan el bien común aquellos que, con la velocidad del rayo, se colocaron en la vereda kirchnerista, como, por ejemplo, Mario Ishi o Raúl Otacehé. «Es mi obligación apoyar a un intendente que trabaja por su gente», dijo Kirchner en la tribuna, junto a Alejandro Granados, quien saltó del tren menemista al furgón de cola del kirchnerismo casi sin pasar por la estación intermedia de Lomas de Zamora.
3) Gobernadores son los nuestros. En este rubro, el triunfo de Kirchner puede definirse como casi absoluto. Su chequera millonaria en obras y subsidios hizo el milagro de transformar a Angel Maza, de La Rioja, en un progresista defensor de los derechos humanos y en un antimenemista de la primera hora. Está claro que no fue el único caso de asombrosa mutación en el rubro de los jefes de Estado provinciales. Pero para muestra basta un botón.
4) Ministros heredados. Si Duhalde hizo todo lo que hizo, según el matrimonio Kirchner, digamos que contó, por lo menos, con la colaboración de José Pampuro, Alberto Iribarne, Aníbal Fernández, Ginés González García, Daniel Scioli, Roberto Lavagna y tantos otros funcionarios que quedaron del anterior gobierno. El asunto se agrava si se tiene en cuenta que quien se encargó de recaudar los fondos para la campaña «Duhalde presidente» fue el actual jefe de Gabinete, y que uno de los primeros -y de los casi únicos- que apoyó esa posibilidad fue el entonces gobernador Néstor Kirchner. Muchas veces, tantas acusaciones a quienes fueron compañeros de ruta hasta quince minutos antes se convierten en un bumerán que puede ensuciar al que prendió el ventilador.
5) Sindicalistas de nuevo tipo. «Siento esta adhesión como una condecoración.» Nada más y nada menos que eso dijo la senadora Cristina Fernández para agradecer el apoyo irrestricto del titular del gremio bancario Juan José Zanola, ganado para la causa de la «nueva política» por el ministro Julio De Vido. Obviamente, a partir de ahora, Zanola no será más un burócrata sindical eternizado en su cargo o un menemista-duhaldista militante, como muchos de «los Gordos» que se quedaron del otro lado.
6) Piqueteros ultraizquierdistas. Así se calificará a aquellos dirigentes que acampen en Plaza de Mayo o se instalen frente el Ministerio de Trabajo haciendo flamear banderas del Che, por ejemplo. Ellos serán acusados de ser funcionales a la derecha y de contar con recursos y logística duhaldista. Si, por el contrario, se toma alguna comisaría o se acosa las estaciones de servicio de Shell con los mismos emblemas del Che y con mucha estructura de micros para movilizarse, estaremos ante la presencia de «luchadores sociales», dignos de ser funcionarios o de ser recibidos con honores una y otra vez en la Casa de Gobierno. Si Hilda Duhalde pide que con los piqueteros se haga cumplir la ley, será calificada de impulsora de la mano derecha y dura. Pero si el Presidente los define de extorsionadores y el ministro Aníbal Fernández dice que se pasaron de la raya, lloverán sobre ellos palos, balas de goma, gases, rayos y centellas.
7) Pacto de oposición. Si el socialismo de Hermes Binner y el radicalismo santafecino establecen un acuerdo político, está claro que es para trabar las leyes que Kirchner necesita «para que no vuelva el pasado», como dijo la senadora desde el palco, en Rosario. El Frente para la Victoria, en cambio, es un sano matrimonio de distintos partidos políticos que quieren construir una Argentina luminosa, donde todos los diputados levanten la mano cuando el Poder Ejecutivo se los requiera. Y, si no, que Dios y la patria se lo demanden.
8) Libertad de prensa. Rige plenamente para aquellos periodistas y medios que ven en Kirchner al salvador de la patria. Ellos pueden decir lo que se les antoje. Si hay alguna revista que no comparte este criterio, será caracterizada de «extorsionadora». Y en lugar de recurrir a la Justicia, se hará justicia por mano propia, condenándola a no recibir publicidad y a que sus periodistas no ingresen en la Casa de Gobierno. Otros recibirán castigos variados por tener la osadía de la crítica: no tendrán jamás una primicia, un viaje en avión presidencial o un reportaje a funcionario importante alguno. Y si un cronista tozudo insiste demasiado, se le pedirá el despido de su trabajo.
9) El deporte más riesgoso. Expresar disidencias o matices, sobre todo desde dentro del oficialismo, es la actividad más peligrosa de la actualidad política. Decirle que no al Presidente es casi un suicidio político. Lo saben kirchneristas de la primera hora, como los prestigiosos diputados Ricardo Falú o Gerardo Conte Grand, que por cumplir con sus convicciones (aplicar a Antonio Boggiano la misma receta que para el resto de los miembros de la vieja Corte Suprema) pasaron a ser una suerte de parias a los que los salvadores de la patria no les atienden ni el teléfono. Le pasó lo mismo a Horacio Rossati, que fue un profesional de excelencia y un ministro de lujo hasta que se negó a inmolarse en una candidatura. Con su despido del gabinete a plazo fijo, tuvo dignidad, pegó el portazo antes y eso le significó que no lo invitaran ni al acto de lanzamiento de campaña en su provincia. María Eugenia Bielsa cometió el mismo «delito de autonomía», y tal vez le espere el mismo destino. Nadie jugaría unas fichas por el futuro al lado de Kirchner de Rafael Bielsa, si éste no gana el 23 de octubre; o de Daniel Scioli o, tal vez lo más peligroso, de Roberto Lavagna. Todo el que no exprese su adhesión incondicional, con subordinación y valor, corre el riesgo de ser desplazado.
10) La provincia es mía, mía. Si se trata de Buenos Aires, es una propiedad privada sobre la que hay que explicar dónde fueron a parar los fondos del conurbano y el porqué de la existencia de ciertos agujeros negros bancarios. Pero si se trata de Santa Cruz, no importa que el Tribunal Supremo haya sido presidido por uno de sus mejores amigos, como Carlos Zannini, o que no se haya exhibido ni una boleta de depósito para conocer el recorrido financiero de los famosos fondos por regalías mal liquidadas.
Kirchner y su mesa chica se ofenden ante las opiniones diferentes, en lugar de enriquecerse con esa diversidad. Bendicen o condenan aplicando motes de «salvadores» o «traidores». Merodean en forma preocupante alrededor de ese nefasto criterio de «al enemigo, ni justicia».
Todo esto altera el ritmo cardíaco de la democracia. Crispa a la sociedad, que necesita resolver sus conflictos en forma pacífica.
Nunca es sano enviar desde la cúspide del poder el mensaje arbitrario de quien se siente dueño absoluto de la verdad.
Tampoco es sano fomentar las agresiones fáciles y «flojas de papeles», en lugar de sembrar consensos para recoger una mejor democracia.
Todo sea por evitar un país fracturado entre «patriotas» y «traidores».
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 30 de agosto de 2005.