El eterno triunfo de la casta

La decisión de Milei sobre la Corte Suprema lo colocó en una esfera muy lejana del cambio y la renovación que el Presidente dice promover.

Por Joaquín Morales Solá.- Javier Milei practica el método de caminar por la vida dejando personas ofendidas a un costado del camino. La dignidad de los otros le es indiferente. Ese hábito se vio claramente en los días recientes cuando anunció la nominación del juez federal Ariel Lijo y del académico Manuel García Mansilla como eventuales miembros de la Corte Suprema de Justicia. Saquemos la mirada de García Mansilla porque es un jurista intachable. Fue nominado, además, para reemplazar al juez decano de la Corte, Juan Carlos Maqueda, cuando este se jubile, el 29 de diciembre de este año. Faltan nueve meses, tan largos como la noche de los tiempos. Miremos al otro, porque podría ingresar de inmediato a la Corte. Lijo es Lijo, amigo de empresarios y banqueros; es un juez polémico por lo que hizo, pero también por lo que no hizo. ¿Milei enhebró un acuerdo previo con gobernadores y senadores para alcanzar los dos tercios de los votos del Senado, mayoría que exige la Constitución para el acuerdo de esos candidatos? Ningún dato indica que hayan existido tales conversaciones ni, mucho menos, acuerdos. De todos modos, a Lijo lo aguardan 15 días en los que su candidatura podrá recibir todos los cuestionamiento. El partido de Elisa Carrió ya anunció que será el primero en cuestionar a Lijo y, de paso, a Ricardo Lorenzetti. El jefe del bloque de senadores peronistas, el formoseño José Mayans, les aseguró a varios senadores que no recibió la indicación de nadie para apoyar la candidatura de Lijo. Una parte del radicalismo se expresó ya en contra de la designación del juez federal. Aquella afirmación de Mayans es relativa porque la orden del eterno Gildo Insfrán puede caerle en cualquier momento. Insfrán le debe un favor enorme a Lijo desde que este decidió enviar a la justicia de Formosa el caso de The Old Fund, la firma que la Justicia le atribuyó al exvicepresidente Amado Boudou. Insfrán le pagó a esa empresa de Boudou 7,6 millones de pesos de la época para que negocie una deuda de la provincia con la Nación. Boudou era ministro de Economía y, por lo tanto, Insfrán le pagó a Boudou para que negocie con Boudou. El exsenador nacional formoseño Luis Naidenoff impugnará la designación de Lijo porque sostiene que aquel negocio con Insfrán le permitió a Boudou comprar luego Ciccone, la compañía nacional con más capacidad para fabricar dinero. Ciccone sigue estando a nombre de The Old Fund. Cuando Lijo mandó a Formosa la investigación que inculpaba a Insfrán, dejó en manos de Insfrán, mandamás de esa provincia, el juzgamiento de Insfrán. Amigos son los amigos.

El presunto acuerdo debería abarcar a un sector político mucho más amplio que Insfrán, porque él solo puede ofrecer sus dos senadores. Insfrán solía llegar a Cristina Kirchner. ¿Llega ahora? ¿Está Cristina Kirchner dispuesta a homologar la designación de una Corte de cinco hombres para los próximos diez años? ¿Aceptó tirar por la ventana su insistente discurso en favor de la igualdad de género solo para intentar crear una mayoría en la Corte que la salve a ella de su peripecia judicial? ¿Permitirá que violen el decreto de su esposo muerto que ordena respetar la paridad de género y el federalismo en la integración de la Corte? ¿Olvidará el hilo de tuits que le dedicó a Lijo en 2017 cuando acusó al juez de promover la filtración de sus conversaciones telefónicas privadas? Senadoras que responden directamente a Cristina, como Juliana Di Tullio y Anabel Fernández Sagasti, ya reclamaron a viva voz lo que diagnostican como misoginia del Presidente, porque no nominó ni a una sola mujer para integrar la Corte. Piden más que una mujer; reclaman que las dos nominaciones correspondan a mujeres porque después de fin de año quedarán tres hombres en la Corte: Horacio RosattiCarlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti. Milei, por lo que se comprobó hasta ahora, avanzó solo con esa propuesta sobre Lijo y García Mansilla, sin el conocimiento previo del jefe de Gabinete, Nicolás Posse; ni del ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona; ni del ministro del Interior, Guillermo Francos, ni de su principal asesor político, Santiago Caputo. Cúneo Libarona se enteró de las nominaciones la noche anterior del día en que se hicieron públicas. Fue un acuerdo, aseguran, que comprendió solo al jefe del Estado, a su hermana, Karina Milei, y al juez Lorenzetti, viejo padrino político de Lijo. Lorenzetti habría prometido una Corte más benévola con el Gobierno si nombran a Lijo. La promesa sucedió justo cuando Milei andaba protestando porque la actual mayoría de la Corte (Rosatti, Rosenkrantz y Maqueda) no le declaraba constitucional su decreto de necesidad y urgencia. Rosatti viene señalando que primero la política debe tratar de resolver los problemas de la política. El DNU de Milei, rechazado ya por el Senado, acaba de aterrizar en la Cámara de Diputados para su tratamiento. Si el Poder Legislativo está en pleno proceso de consideración del mamotrético DNU, ¿por qué la Corte se metería prematuramente en la resolución de esa cuestión? ¿No sería la Corte la que estaría, en tal caso, ignorando la división de poderes? De ahora en más las gestiones políticas para la aprobación del acuerdo de Lijo en el Senado quedarán en manos de Lorenzetti y del propio Lijo, los dos con buenas terminales en el peronismo. Hay una novedad para el Presidente: él ya no podrá hablar en adelante de “casta” porque nada ni nadie expresan más a la casta de la Justicia que Lorenzetti y Lijo. La casta siempre gana. Lorenzetti fue presidente de la Corte durante 11 años; nunca se resignó a no tener ese cargo, que perdió primero en manos de Rosenkrantz y luego en las de Rosatti, actual presidente. Lijo es juez federal desde hace casi 20 años, y durante muchos de esos años ejerció un liderazgo político entre los jueces de Comodoro Py. Lorenzetti fue quien impulsó esa influencia de Lijo sobre los jueces federales. Aunque Lijo es un visitante frecuente de Lorenzetti, ningún juez debe olvidar nunca una vieja sentencia del exjuez de la Corte Enrique Petracchi, ya fallecido. “La traición a su mentor es el deber de un juez si quiere ser independiente”, decía Petracchi.

La decisión de Milei sobre la Corte lo colocó en una esfera muy lejana del cambio

Milei nominó a un reemplazante de Maqueda nueve meses antes de que este cumpla la edad constitucional de los 75 años. No hay peor manera de tratar al juez decano de la Corte, un hombre íntegro para los que lo conocen y para todos los jueces buenos del país. ¿Por qué no lo llamó el Gobierno, en todo caso, y le pidió que firmara su renuncia fechada el 29 de diciembre, día en que cumplirá los 75 años? Maqueda hubiera aceptado en el acto. ¿Por qué se menospreció tanto la larga trayectoria de un hombre austero, que nunca formó parte de la polémica pública? En rigor, Maqueda merecía que un gobierno que se define como un tenaz crítico de la corrupción y la impunidad le ofreciera un acuerdo senatorial por cinco años más, alternativa que prevé la Constitución. Es lo que imaginaban varios juristas serios en los últimos tiempos, desde que Milei se impuso en las elecciones del año pasado. Maqueda fue amigo de Lorenzetti hasta que este fue desleal con él, y rompió el compromiso de votar la inconstitucionalidad de la ley de medios de Cristina Kirchner, sobre todo el artículo que disponía el desguace inmediato del Grupo Clarín. Lorenzetti aceptó el criterio de Cristina; Maqueda lo rechazó. Luego, Maqueda votó a Rosatti como presidente de la Corte. Lorenzetti no lo perdonó nunca; la rumorología en los tribunales señala que Lorenzetti se vengó después con graves operaciones públicas para desgastar a Maqueda. Maqueda guardó silencio. Un juez no hace escándalos, ni públicos ni privados. ¿Por qué Milei no optó por respetar la honorable gestión de Maqueda como juez de la Corte? Nadie responde.

Ya en enero pasado el expresidente Mauricio Macri había logrado abortar la nominación de Lijo, pero con argumentos que tenían que ver con la oportunidad política. Si el Presidente no logró asegurarse una mayoría simple en el Congreso para votar la ley de Bases o ley ómnibus, ¿cómo podría alcanzar los dos tercios de los votos del Senado que necesita el acuerdo de un juez de la Corte? Ese era el argumento de Macri. Milei prefirió ahora desoír a un expresidente que aspira a ayudarlo. ¿Cómo alcanzará esa mayoría, podría agregarse, cuando Milei acaba de perder de mala manera una votación que significó el rechazo del Senado a su voluminoso decreto de necesidad y urgencia?

La decisión de Milei sobre la Corte Suprema lo colocó en una esfera muy lejana del cambio y la renovación que el Presidente dice promover. La Corte respetará la facultad del Poder Ejecutivo, tal como indica la Constitución, de nominar a los miembros del máximo tribunal. El problema no consiste en si a la Corte le gustan o no los nombres en danza; el núcleo central del problema se cifra en que Milei se dejó llevar otra vez por el capricho y la revancha. Y abrió así otro combate, ahora con amplios sectores de la Justicia, en un país que no termina ningún combate, ni nuevo ni viejo.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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