Por María Alejandra Weibel.- El 27 de agosto de 1962, Enrique Shaw dejó este mundo, pero su legado sigue vivo, no solo en la historia empresarial argentina, sino en los corazones de quienes lo conocieron como esposo, padre y líder. Nacido en París el 26 de febrero de 1921 y trasladado a la Argentina apenas dos meses después, Shaw encontró en esta tierra su hogar, donde se entregó al servicio de los demás y al desarrollo de una visión empresarial profundamente humana.
La vida de Enrique Shaw estuvo marcada por un compromiso inquebrantable con su familia. En 1943, contrajo matrimonio con Cecilia Bunge, con quien compartió una vida dedicada a la construcción de un hogar lleno de amor, fe y alegría. Juntos tuvieron nueve hijos, y su familia se convirtió en el centro de su vida, un espacio de crecimiento y valores que Enrique supo trasladar a su labor como empresario.
Shaw entendía que la familia no solo es la célula fundamental de la sociedad, sino también el corazón que late en el centro de toda empresa exitosa. Esta convicción lo llevó a dejar la Armada Argentina en 1945 para adentrarse en el mundo empresarial con un propósito claro: crear organizaciones donde cada persona fuera valorada como miembro de una gran familia. Enrique veía la empresa no solo como un lugar de trabajo, sino como una comunidad de vida, donde la dignidad de cada persona era la base para el éxito colectivo.
Enrique Shaw fue un pionero en integrar los valores familiares en la gestión empresarial. Fue uno de los impulsores de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), un espacio dedicado a promover la ética cristiana en los negocios. Para Shaw, el éxito económico no tenía sentido si no contribuía al bienestar de los colaboradores y sus familias. Creía firmemente que una empresa próspera debía estar al servicio del desarrollo integral de las personas, tanto dentro como fuera del entorno laboral. Y, sobre todo, reconocía que el bienestar de la familia era fundamental para el éxito y la cohesión de la empresa. Esta filosofía empresarial, centrada en la persona, fue revolucionaria en su tiempo y sigue siendo un modelo a seguir en la actualidad.
El testimonio de vida de Enrique Shaw es un recordatorio de que el verdadero liderazgo empresarial no se mide solo por los resultados económicos, sino por la capacidad de transformar vidas y construir comunidades. A pesar de enfrentar una enfermedad grave, Shaw continuó trabajando hasta el final, manteniendo siempre su compromiso con la dignidad humana y la justicia social.
Hoy, recordamos a Enrique Shaw no solo como un empresario visionario, sino también como un padre de familia que supo hacer de su hogar el núcleo desde el cual irradiaban los valores que guiaron su vida profesional. Su ejemplo nos invita a reflexionar sobre la importancia de la familia como fuente de inspiración y fortaleza, tanto en la vida personal como en la empresarial.
En este aniversario de su fallecimiento, celebramos a Enrique Shaw como un hombre que comprendió que la empresa y la familia no son entidades separadas, sino que pueden y deben coexistir en armonía. Nos deja un legado que trasciende el tiempo: la enseñanza de que, al poner a la familia en el corazón de la empresa, se crea una comunidad de vida donde cada persona es valorada, respetada y amada.
La autora es profesora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral. Fuente: https://www.perfil.com/