De la luna a Compostela viaja don Quijote del verso, marqués de andanzas y soñador de reinados, acompañado por una legión de Dulcineas del tiesto salido, duquesas del verde amapola y sonrisas de anzuelo. Los montes das meigas y las riberas das fontes son el mejor colchón para revolcarse según prescripción del pletórico Rocinante, recién salido del armario y siempre dispuesto a poner la alfombra a su rey. Los efectos del cuerpo al cuerpo han sido captados por un paparazzi que trabaja para una agencia compostelana dirigida por una mujer de almas tomar, la Paliño, dispuesta a revelar -con pruebas en el aire, la mejor forma de orearlo- que el malchego ha sido un avanzado en su tiempo, prototipo del don Juan actual.
Enterado don Quijote de que sus correrías están en manos del colorín colorado, dispuso recluirse y enmendar entuerto, porque en el fondo lo que le pide el espíritu es enamorarse como un Bécquer, sin medida y desmedidamente donarse como lluvia que empapa la tierra, con el poema en los labios y vivir de amor a la zaga de las huellas de Santiago, el hijo de Zebedeo, que según el Códice Calixtino, aquellos que lo veneran,
la tierra de Galicia lo envía al cielo estrellado. A esa vía Láctea de autenticidad, quiere llegar este hidalgo, cansado de luchar contra molinos que ciegan los sentidos y aletargan el corazón. Es tan necio que un hombre no pueda amar siempre a la misma mujer, como decir que un río se cansa de ser cauce y canción eterna.
Se ha olvidado don Quijote de que existe, aunque el gobierno español le enviase un telegrama de brindis por su cuarto centenario de existencia, adjuntándole unas viandas de cheques regalo, reenvidas a Sancho que lo espera en el portal sideral, para que las hiciese llegar a los campesinos pobres, a esos corazones afligidos que no pueden competir en el mercado internacional porque sus productos son vetados en los países ricos. Atrás ha dejado el caballero todos los títulos. También envió al destierro amores de usar y tirar. En vista de lo visto, doy fe de vida, que: Si el amor es el arquitecto del universo, don Quijote es un obrero que lo ama.
Víctor Corcoba Herrero
El autor vive en Granada (España) y envió esta colaboración especialmente a la página web www.sabado100.com.ar.