Por Adán Costa.- Muchos argentinos se levantaron festejando la enjundia y la guapeza del boxeador santafesino Marcos Maidana, al que se lo conoce afectuosamente con el apodo de «Chino», aun habiendo perdido su combate pugilístico hace unos días en la ciudad norteamericana de Las Vegas. Seguramente pocos podrán ver que su rasgo físico y capacidad guerrera no procede sino del ADN de sus ancestros, los guaycurúes, que poblaron a la llegada del conquistador español, la zona conocida como «el Gran Chaco» y que ellos denominaron «Mar Pantano», desde los ríos Pilcomayo y Bermejo en el norte, el Río Paraná hacia el este, y el norte de la provincia de Santa Fe en el sur.
Marcos nació en Margarita, en el departamento Vera, en norte santafesino, no muy lejos del pueblo de San Javier, cuna de otro legendario boxeador, Carlos Monzón. Nada es casual si es que tenemos la capacidad de leer bien la Historia y conectar las tradiciones de la sangre y de las historias. El tronco étnico común guaycurú, abrazó y contuvo a los pueblos originarios “Qom” (tobas), “Moqoit” (mocovíes) y abipones, entre otros pueblos. Especialmente los “Moqoit” poblaron en el amplio espacio geográfico natural conocido como la Cuña Boscosa santafesina, en los actuales departamentos Vera, General Obligado, San Javier, Garay, partes de San Justo y norte de La Capital, de la Provincia de Santa Fe. Se destacaron precisamente por su aspecto firme y su gran fortaleza física.
Ojos marcadamente rasgados, cabezas enhiestas, frentes amplias (rapaban partes de sus cabelleras dejando sus frentes totalmente al desnudo), bien aptos para la caza y la recolección como formas de economía de subsistencia, pero también practicaron entre sus creencias el culto a la tolerancia. El profesor Flavio Dalostto (Oiquiaraxáiq), nos enseña que los “Qom” no discutían, porque consideraban a la discusión (tal cual se la entiende en esta sociedad) como una forma de violencia que solo pretende humillar a un adversario y ponerlo en ridículo frente a un público, y preferían escuchar todas las voces, aún las que irritan, pero no acallar a ninguna. Este es un mandato Qom, unir todo lo posible las partes, hasta donde se puedan unir. Y es por eso, que los “Hijos de Qom” ven primero la persona y su corazón, y después se enteran de su afiliación.
Por las notorias características físicas mencionadas, los viajeros europeos y jesuitas de los siglos XVI, XVII y XVIII que interactuaron con ellos, como Ulrico Schmidl o Florian Paucke, también los conocían como «los frentones». El español les temió, puesto veían en ellos una amenaza constante a sus intereses coloniales.
El escritor Mario “Pacho” O´Donnell, bien nos dice, que por estas latitudes -a diferencia de México, donde los idolatraron, o del Perú, donde el inca estaba muy entretenido en sus guerras civiles entre Huáscar y Atahualpa-, nuestros pueblos originarios pudieron claramente identificar en el europeo al enemigo que venía con ilimitada sed de conquista y riquezas.
Claro, la Historia europeizante que alumbró buena parte de las escuelas argentinas del siglo XX, no vio aquí el origen de nuestra tradición emancipadora, sino más bien todo lo contrario, pintó los horrores de estos pueblos, desde la poco probada antropofagia a las matanzas sanguinarias, pero eso es harina para nuevos costales.
Volviendo, para concluir, a nuestro héroe de Margarita, apodarlo el «Chino» y no el «Moqoit» o el «Guaycurú», habla enormemente de nuestra sociedad, y de lo mucho que todavía debe plantearse, como por ejemplo el lugar que quiere y desea transitar o construir. Repasar bien la historia es pensar claramente en su futuro.
Marcos, en sus primeras palabras, luego de enfatizar en altavoz que no había perdido -pese al capricho de las tarjetas-, elevó calurosamente su reconocimiento y gratitud para el pueblo de la provincia de Santa Fe. Algo nos está diciendo en su lengua torva, pero ancestral.
El autor vive en la ciudad de Santa Fe, es abogado, docente universitario y escritor.