Por Tariq Panja y Rory Smith.- El cuidadoso plan urdido por el Barcelona, el club de fútbol más rico del mundo, se desmoronó casi tan pronto como sus negociadores entraron en la sala.
En una sofocante tarde de verano, los ejecutivos del Barcelona habían acudido a uno de los hoteles más exclusivos de Montecarlo para cerrar un acuerdo con el club alemán Borussia Dortmund por una de las jóvenes promesas más interesantes de Europa: el delantero francés Ousmane Dembélé.
El Barcelona había decidido su estrategia, y su precio: Dembélé, a ojos del Barcelona, valía 96 millones de dólares, y ni un céntimo más. Por mucho que el Dortmund presionara para conseguir una cantidad mayor, los hombres del Barcelona se mantendrían firmes. Los dos ejecutivos se prepararon para dirigirse a la suite que los alemanes habían reservado. Se abrazaron antes de llamar a la puerta. Y entonces entraron, solo para descubrir que los ejecutivos del Dortmund también habían decidido una estrategia.
Los alemanes les dijeron a sus invitados que tenían que coger un avión. No tenían tiempo para intercambiar charlas y no estaban aquí para negociar. Si el Barcelona quería a Dembélé, tendría que pagar aproximadamente el doble de la valoración de los españoles: 193 millones de dólares. El precio convertiría al francés de 20 años en el segundo futbolista más caro de la historia.
El presidente del Barcelona, Josep Maria Bartomeu, se quedó atónito. Pero no se dio por vencido. Rápidamente accedió a pagar casi la totalidad de la cantidad, acordando una tarifa de 127 millones de dólares por adelantado, con otros 50 millones de dólares en bonos de rendimiento fácilmente alcanzables. A pesar de sus intenciones de jugar duro, pensó que no tenía otra opción.
Solo unas semanas antes, el Barcelona había visto cómo una de sus joyas de la corona, Neymar, era arrebatado por el París Saint-Germain. Bartomeu no podía arriesgarse a defraudar a una afición aún conmocionada por ese golpe al volver a casa con las manos vacías. Necesitaba un fichaje estrella, un trofeo, una baratija. Tenía que pagar el precio.
El club multimillonario
El F. C. Barcelona ha tenido, durante gran parte de la última década, el aspecto de un coloso deportivo y comercial. En este siglo, su éxito en el campo y su riqueza fuera de él lo han convertido en la envidia incluso de sus rivales más acérrimos.
Es el primer (y único) equipo que supera los mil millones de dólares de ingresos anuales. Cuenta con el mejor jugador de la historia, Lionel Messi. Los días de partido, el cavernoso e icónico estadio que es su hogar se llena con casi 100.000 socios que pagan su cuota.
Pero el Barcelona ha vivido al límite durante gran parte de su historia reciente, como consecuencia de años de una gestión impulsiva, decisiones precipitadas y contrataciones imprudentes. Durante años, el aumento de los ingresos ayudó a disimular sus peores errores, pero el coronavirus ha cambiado las cuentas.
Un antiguo miembro de la junta directiva cree que la pandemia acabará costando al equipo más de 500 millones de dólares en ingresos. Su factura salarial es la más alta de Europa. Ya ha incumplido los pactos de deuda que acordó con sus acreedores, lo que casi con toda seguridad supondrá mayores costos de intereses en el futuro.
El resultado es que el club que más dinero ingresa en el mundo del fútbol se enfrenta ahora a una crisis: no solo a una aplastante presión financiera, sino a unas polémicas elecciones presidenciales e incluso a la posible pérdida de su joya de la corona, Messi. Su precipitada búsqueda de Dembélé, entre otros, es solo una parte de la historia de cómo ha llegado hasta aquí.
Incluso cuando Bartomeu finalizó ese acuerdo, en agosto de 2017, el Barcelona sabía que había sido afectado. El club había recibido 222 millones por la venta de Neymar semanas antes y ahora necesitaba un fichaje llamativo para cambiar la conversación. Sin embargo, todos los vendedores de Europa sabían que el Barcelona tenía mucho dinero y poco tiempo. “Tienes una posición negociadora más débil”, dijo Jordi Moix, exvicepresidente económico de Bartomeu. “Te acechan”.
Sin embargo, si algún club podía permitirse pagar de más, ese era el Barcelona. Durante la década anterior, se había transformado no solo en el mejor equipo del mundo —ganador de tres Ligas de Campeones en siete años—, sino también en la mayor máquina de hacer dinero.
Sus ingresos se acercaban cada vez más al objetivo de mil millones de euros fijado por Bartomeu en 2015. Alcanzó la marca -en dólares, al menos- en 2019, dos años antes de lo previsto. Los planes para un elegante distrito de entretenimiento y ocio alrededor del estadio del equipo y la puesta en marcha del Barcelona Innovation Hub mantendrían el río de dinero fluyendo.
Sin embargo, el club caminaba en una cuerda floja financiera cada vez más delicada. Ha superado otra barrera de mil millones de dólares: su deuda total, incluyendo la cantidad que debe a los bancos, a las autoridades fiscales, a los equipos rivales y a sus propios jugadores, se ha disparado a más de 1100 millones de euros.
Más del 60 por ciento de esa cantidad se considera deuda a corto plazo -más que la de cualquier equipo de Europa-, pero eso no impidió el derroche en el mercado de fichajes: no solo el precio pagado por Dembélé, sino, unos meses después, los 145 millones comprometidos para la captación de Philippe Coutinho del Liverpool, otra negociación en la que el Barcelona se plegó, y aceptó un precio que no podía pagar.
La carga de pagar a los jugadores que ya están en la nómina del club, además, ha seguido creciendo. Según Carles Tusquets, su presidente interino desde que Bartomeu fue destituido el año pasado, la factura salarial anual del Barcelona, que asciende a 771 millones de dólares, se come ahora el 74 por ciento de los ingresos anuales del club, una porción mucho mayor que la de sus contemporáneos, muchos de los cuales aspiran a que ese porcentaje no supere el 60. “Es muchísimo”, afirma Tusquets.
En cierto modo, el Barcelona fue víctima de su propio éxito. Cuanto más ganaban sus jugadores, mayores eran las cifras que podían obtener en las negociaciones salariales. El hecho de que gran parte de su plantilla -Messi, pero también Gerard Piqué, Sergio Busquets y Jordi Alba- fuera considerada el alma espiritual del club, la prueba visible del camino desde la academia de La Masía hasta el primer equipo, daba ventaja a los jugadores, no al club.
“Está claro que la falta de liderazgo, que la dirección de la junta tenga miedo a decir que no, es una de las claves que hay que evitar de cara al futuro”, dijo Víctor Font, uno de los candidatos a convertirse en el próximo presidente del club cuando se celebren elecciones en marzo. “Los salarios habían subido demasiado”.
Pero cuando el club podía contar con unos ingresos que se elevaban a 1000 millones de dólares cada año, pagar casi 700 millones en salarios era “un estrés, pero asequible”, dijo Moix, y añadió: “No nos daba mucho margen de ahorro, pero eran la columna vertebral del equipo. Si no llegábamos a los acuerdos, se habrían marchado”.
Moix admitió que Bartomeu y su junta directiva cometieron errores, pero está convencido de que fue un acontecimiento ajeno a su voluntad el que finalmente hizo caer al club en la cuerda floja. “Con el paso del tiempo las cosas se pondrán en perspectiva”, dijo. “¿Cuánto se debe a la dirección, cuánto a la covid? Es una discusión subjetiva”.
En cualquier caso, la magnitud de los daños es enorme. En sus informes financieros más recientes, el Barcelona anunció unas pérdidas para el año de 117 millones de dólares. Se calcula que ya ha perdido 246 millones de dólares como resultado de la pandemia. Moix sugirió que el golpe total superará los 600 millones de dólares.
Al mismo tiempo, su deuda con instituciones financieras y otros clubes ha aumentado en 327 millones de dólares. Los directivos del Barcelona creen que esa cifra -a pesar de los drásticos esfuerzos por reducir los costos- seguirá en aumento en 2021. Tanto su estadio como su museo, dos de los destinos turísticos más populares de España, probablemente permanecerán cerrados a los visitantes al menos durante el resto de esta temporada.
La previsión de ingresos para el próximo año se ha revisado a la baja en 250 millones de dólares, y los sueldos de sus jugadores podrían representar pronto hasta ochenta centavos de cada dólar ingresado en el club. La misma plantilla que dio al Barcelona tanta gloria en el pasado reciente parece, ahora, presagiar el sufrimiento en el futuro inmediato.
Y no hay un ejemplo más claro de ello que el jugador que -por encima de todo- ha llegado a simbolizar a este Barcelona, el jugador sobre cuyos hombros descansó su ascenso a la preeminencia mundial y cuyo salario, ahora, representa su mayor compromiso financiero: Lionel Messi.
El contrato que Messi firmó con el Barcelona —en el otoño de 2017, tras la marcha de Neymar— tiene 30 páginas, según un periódico español al que se le filtró una copia del documento. Contiene un montón de cifras exorbitantes: una prima de fichaje de 139 millones de dólares. Una prima de “fidelidad” de 93 millones de dólares. Un valor total, si Messi cumple todas las cláusulas y condiciones, de casi 675 millones de dólares.
El mes pasado, el periódico que reveló su contenido, El Mundo, lo calificó de “faraónico”, un acuerdo que “arruina al Barcelona”. Que Messi fuera el jugador mejor pagado del mundo no era una sorpresa: en el momento de acordar el contrato se había informado que ganaría un salario anual de unos 132 millones de dólares.
Para quienes no son del Barcelona, lo más llamativo fue ver la magnitud del acuerdo en blanco y negro. Sin embargo, para los directivos del club, el problema no eran las cifras, sino que se hubieran hecho públicas. Ronald Koeman, el entrenador del Barcelona, pidió que se excomulgara a los responsables de la filtración del contrato. El club amenazó con emprender acciones legales. Messi también se enfureció por lo que percibió como un intento de sabotear su posición en el club.
La relación de Messi con el Barcelona ha sido tensa durante algún tiempo. Pero el verano pasado, tras una tercera temporada consecutiva de decepción y una histórica humillación por 8-2 en la Liga de Campeones, su frustración se desbordó y notificó formalmente al club su intención de rescindir su contrato y marcharse.
Bartomeu se rehusó siquiera a admitir la idea. Si algún pretendiente quería fichar a Messi, declaró, tendría que pagar una compensación. Aunque Messi vio en ello la ruptura no solo de una promesa, sino de una obligación contractual, finalmente dio marcha atrás, sin querer llevar al club al que representa desde los 13 años a los tribunales para forzar su salida.
Seis meses después, su futuro ya no es seguro. Su contrato expira en junio. Desde el 1 de enero, es libre de aceptar un traslado este verano a cualquier club fuera de España. En una entrevista televisiva el mes pasado, dijo que “hasta que no termine la temporada” no decidirá nada. “Si me voy”, dijo, “me gustaría irme de la mejor manera”.
Aunque es tabú decirlo en público -y aunque nadie lo vería con buenos ojos- dentro del Barcelona hay quienes creen que la salida de Messi puede ser un mal necesario. El verano pasado, algunos susurraron que tenía lógica sacar provecho monetario con Messi mientras el club pudiera, y no solo porque la cuota de transferencia y el ahorro en su salario de nueve cifras podrían añadir más 250 millones de dólares a las ganancias del equipo.
Dado su estatus, y su impacto, pocos creen que Messi cobre demasiado, pero algunos miembros de la anterior junta directiva se preguntaron si tenía un efecto inflacionario en el total de la plantilla. El Barcelona pagaba sueldos de cientos de miles de euros a la semana a jugadores marginales. Los ingresos de Messi habían elevado tanto el techo salarial que los sueldos de sus compañeros -sobre todo los veteranos, criados en casa- subían rápidamente a la par.
Moix, por su parte, no compartía esa lógica. “No podemos negociar con un activo así”, dijo. En realidad, el Barcelona tampoco podía negociar en absoluto; solo hay unos pocos clubes en el mundo capaces de satisfacer el salario de Messi y su ambición, y ninguno estaba dispuesto a pagar una prima por un jugador que podría conseguir gratis este verano.
Sin embargo, según Moix, fijar un precio para Messi resultó irrelevante. “Es una pregunta teórica si lo hubiéramos vendido por 100 millones de euros”, dijo. “Nadie hizo una oferta”.
Liquidación
A medida que se acercan las elecciones a la presidencia del club, cada candidato intenta posicionarse como el único hombre -y todos son hombres- con una solución a la crisis financiera.
Pero el encanto del Barcelona, en cierto modo, es también su maldición: cada movimiento que hace el club tiene que hacerse no solo con el apoyo de quien gane las elecciones el 7 de marzo, sino con el respaldo de sus influyentes 140.000 socios.
“Esto hace que sea un poco más difícil de gestionar”, dijo Moix. “Pero ese hecho también es una de las diferencias que utilizamos para intentar atraer patrocinadores y negocios. Los miembros son los verdaderos propietarios”.
En el pasado, eso ha contribuido a la generosidad del club: Bartomeu podría no haber estado tan desesperado por fichar a Dembélé, costase lo que costase, si no hubiera temido una revuelta de los aficionados si fracasaba. Font, uno de sus posibles sucesores, está convencido de que la falta de experiencia profesional de las juntas anteriores ha provocado algunas de las malas decisiones.
Joan Laporta, un expresidente que ahora se postula para su antiguo cargo, calificó el año pasado al Barcelona como “el club de los tres mil millones: mil millones de ingresos, mil millones de gastos y mil millones de deuda”. Él, al igual que sus rivales, se ha comprometido a reparar las finanzas del equipo.
“No es tu dinero, pero no puedes hacer lo que quieras”, dijo Font. “No tiene nada que ver con la estructura de la propiedad, tiene que ver con el mal gobierno, con gente que no está preparada para tomar decisiones. Para ellos es una diversión. Es como un juguete divertido, juego con él y tomo decisiones que creo que tienen sentido. Por eso se necesita gente que entienda que jugar con un juguete de forma equivocada puede ser peligroso”.
Ahora, sin embargo, deja a los tres candidatos restantes a la presidencia con la más difícil de las ventas electorales: prometer recortes y a la vez seguir cumpliendo con las expectativas de los aficionados. La mayoría acepta que habrá que reducir los compromisos salariales del club, aunque es más fácil decirlo que hacerlo.
Al igual que en 2017 el Borussia Dortmund se dio cuenta de que el Barcelona no estaba en condiciones de regatear, el fútbol europeo -asolado por la pandemia- es muy consciente de que ahora es, en efecto, un vendedor en apuros. Es poco probable que sus jugadores alcancen precios superiores, si es que se pueden encontrar compradores en condiciones de pagar salarios distorsionados por estrellas envejecidas.
Esto ha obligado a los ejecutivos a examinar otras medidas para tratar de aliviar la tensión financiera. Algunas de ellas -como el pago anual de cinco millones de euros al Atlético de Madrid, un rival putativo, por el derecho de tanteo sobre cualquiera de sus jugadores- tienen poco sentido. Otros, como los pagos de siete cifras por fichajes pasados, ya están incluidos.
Por ahora, el club ha estado luchando por renegociar con sus acreedores parte de lo que debe, pero es probable que cualquier intento signifique hacerlo en peores condiciones.
Estudia la posibilidad de que se le conceda un anticipo de los futuros ingresos televisivos -por valor de unos 190 millones de dólares por temporada- o de llegar a un acuerdo innovador, diseñado por Goldman Sachs, para recaudar 240 millones de dólares mediante la venta de una participación en una cesta de activos no deportivos del Barcelona, lo que incluye su negocio de creación de contenidos y su operación de promoción comercial. La respuesta, según personas familiarizadas con la oferta, ha sido positiva.
Font dijo que los funcionarios le habían presentado los detalles de los planes de recaudación de dinero, pero sigue sin estar convencido. “Tenemos un dicho: pan para hoy, hambre para mañana”, dijo.
Goldman Sachs también ha acordado una propuesta con el club para organizar la financiación de una reforma de 988 millones de dólares del Camp Nou, un estadio que no tiene ni un solo palco y que está en su mayor parte descubierto. El proyecto -que requiere la aprobación de los socios- incluye también la creación de otros inmuebles, incluido un estadio secundario más pequeño.
Hay, por supuesto, otra opción. Permitir la salida de Messi podría resolver de un plumazo muchos de los problemas del estado financiero y dar un respiro al club. Pero mientras todos los candidatos hablan de la necesidad de recuperar la cordura financiera, ese es un camino que nadie está dispuesto a tomar.
“El mejor jugador de la historia de este deporte genera mucho valor comercial”, dijo Font. Está tan decidido a que Messi se quede que le ofrecería un contrato vitalicio, que vincularía al jugador con el club incluso después de su jubilación. Sería una recompensa adecuada, después de todo, para el jugador que -más que ningún otro- trajo al Barcelona hasta aquí.
Rory Smith es el corresponsal principal de fútbol y está radicado en Mánchester, Inglaterra. Cubre todos los aspectos del fútbol europeo y ha reportado tres Copas Mundiales, los Juegos Olímpicos y numerosos torneos europeos. @RorySmith
Fuente: https://www.nytimes.com/es/2021/02/12