Por Jorge Lanata.- «Esto es un quilombo», le dice a Clarín un funcionario K al tanto de las negociaciones en el Congreso. «¿Quién va a armar las listas en el 23, quién me garantiza renovar la banca: Alberto o Cristina? “, se preguntan los diputados del Interior.
”Sale, sale”, se entusiasma un funcionario muy cercano al Presidente. Su optimismo ciego suena como un aviso de lotería.
“Las políticas del Fondo Monetario provocaron pobreza y dolor en el pueblo”, decía Néstor Kirchner en un video que La Cámpora difundió el jueves por la noche.
Alberto se transformó en Sherezade en Las Mil y una Noches. Allí la hija de un visir, bajo amenaza de muerte, distrae al sultán Schariar narrándole cuentos. Así el Presidente sostiene desde hace meses que el acuerdo con el Fondo está “casi listo”. El 3 de octubre del año pasado, dijo, en una entrevista con El Destape: ”El acuerdo está cerrado, solo falta que se oficialice la baja de tasa”. El 28 de enero anunció que había llegado a un acuerdo con el Fondo que no implicaba ajuste, ni tarifazo, ni reforma laboral.
El 1° de marzo, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, dijo que el acuerdo estaba cerrado. Tampoco se presentó horas después del discurso, como se había prometido. Pasó más de un mes de aquel primer anuncio antes de que el proyecto entrara en Diputados. El lunes, según acordó Massa con la oposición, arranca la discusión en la comisión de Presupuesto. Quieren aprobar el texto el jueves. Toda esta discusión para aprobar un acuerdo que no va a cumplirse jamás.
Nuestra actitud hacia el Fondo Monetario es al menos curiosa: somos nosotros los que decidimos endeudarnos y luego nos ofende que nos quieran cobrar. Prestarle a la Argentina es darle una copa a un alcohólico. Encerrado en la retorica de la política, el Gobierno quiere pagar sin condiciones; el deudor le dice al acreedor que va a ver como le paga y que debe entender el honor que significa que hayamos aceptado el dinero para dilapidarlo. Así las cosas, orgullosos de no encarar ninguna “reforma estructural”, Argentina volverá a endeudarse para repetir los mismos errores por los que antes tuvo que pedir dinero.
Una especie de Mito del Eterno retorno, de Nietzsche, pero en el Riachuelo: todos los acontecimientos del pasado se repetirán eternamente. Voy a seguir equivocándome, tenés que seguir prestándome, voy a seguir sin pagarte. Como en esta discusión en loop nunca se llega a modificar el fondo, los enfrentamientos se dan en el terreno de la forma: Cristina, por ejemplo, no le perdona a Alberto no haberle avisado que había un principio de entendimiento el 28 de enero. A ella la noticia la sorprendió en la asuncion de la “compañera” Xiomara Castro, en Honduras. Cristina disimuló su molestia en el té revolucionario que tomó con Dilma Roussef y María Gabriela Chávez Contreras (hija de Hugo Chávez), pero no pudo ocultarla frente a la comitiva que la acompañaba.
Desde entonces todos jugaron a las escondidas: los K dicen que les retacean información y nadie pone todas las cartas sobre la mesa; oponiéndose a un acuerdo frente al que no muestran alternativa alguna. En Diputados, el tándem Sergio Massa-Germán Martinez es el encargado de buscar los votos. De los 118 miembros del bloque solo poco más de veinte pertenecen a La Cámpora, pero nadie garantiza cómo terminará inclinándose la balanza. Massa necesita que el hijo de Cristina asista (su ausencia podría complicarle el quórum) y que, en todo caso, se abstenga como mal menor. En el Gobierno festejaron cuando solo el PRO se fue del recinto durante el discurso presidencial.
“Eso demostró que las palomas no se dejaron llevar por los halcones”, dijo un legislador K a este diario.
El Gobierno ve una puerta abierta en esa cuña.
Hoy la aprobación del acuerdo se pone más en duda por el ruido en la oposición que por las divisiones del Gobierno.
La estadística, para colmo, le juega en contra a Alberto. Según la ONG Directorio Legislativo solo el 39% de los proyectos enviados por el Ejecutivo se convirtieron en ley, aún cuando el gobierno tenía mayoría en ambas Cámaras. Por el contrario, según un trabajo de Javier Zalaznbik, de la Universidad Torcuato Di Tella, ya el menemismo, como Néstor y Cristina, tuvieron tasas de aprobación más altas: 65% para Carlos Saúl y 69% el promedio K aunque cuando se miran solo las leyes con iniciativas económicas y sociales de relevancia sube al 90%.
De eso de trataba la “escribanía”. Ahora el escribano parece estar de vacaciones.
Fuente: https://www.clarin.com/