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El 25 de Mayo debe servir para unirnos como argentinos

Se trata del editorial del programa “Sábado 100” por radio El Espectador (FM 100,1) de Rafaela. Hay que volver al espíritu de los hombres de Mayo: vocación de libertad, el sentido de responsabilidad y la lección de no idealizar el pasado.

Por Emilio Grande (h.).- Mientras algunos gobernantes siguen enfrascados en continuar agitando la grieta, que tanto daño le hizo a la Argentina en los últimos años, el aniversario de la Revolución de Mayo puede servirnos para reflexionar sobre el futuro con incertidumbres.

Si buceamos en la historia de hace 214 años, el hecho que desencadenó la Revolución de Mayo y aglutinó a todos los actores fue el triunfo final de la invasión napoleónica a España. El 20 de mayo de 1810 Cornelio Saavedra y Mariano Moreno solicitaron un cabildo abierto que se realizó dos días más tarde. Los ilustres hombres de Mayo discutieron firmemente porque querían un gobierno patrio que representara a todos.

Los miembros de la Junta eran liberales y por el momento no podían mostrar sus intenciones independentistas y de cambio social. Mayo supuso un importante perjuicio económico para las provincias y por eso no lo vivieron con el mismo entusiasmo que los porteños. El 25 de Mayo fue el puntapié inicial de la incipiente nación, luego vinieron la creación de la bandera patria, la asamblea de 1813 con importantes reformas sociales, el Himno nacional y el escudo hasta el 9 de Julio de 1816 donde se declaró la Independencia en Tucumán.

A decir verdad, estos ideales de Mayo todavía están lejos de convertirse en realidad tangible, recordando aquellos revolucionarios de hace más de dos siglos decidieron romper con las cadenas que lo unían al imperio español de aquella época.

Volviendo a la compleja coyuntura argentina, ¿dónde fue a parar el Pacto de Mayo a firmarse en Córdoba propuesto por el gobierno de Milei? ¿Quedó supeditado a la sanción de la ley Bases, que todavía siguen discutiendo en el Congreso? Más allá del debate parlamentario, se pudo avanzar en los acuerdos principales con los gobernadores, legisladores y otros actores sociales.

Una materia pendiente es mejorar la distribución equitativa de las riquezas ya que genera consecuencias de desigualdad entre los más ricos y más pobres del país, teniendo el 57% de argentinos bajo la línea de la pobreza, según la UCA, producto de una inflación interanual del 289,4%, sin olvidar que viene en paulatino declive en los últimos meses, sumado a la recesión económica.

En este contexto, la gente está sufriendo los padecimientos de la precariedad laboral, donde en muchos casos no llegan a fin de mes, sumado a los problemas crónicos de la inseguridad y la corrupción.

El problema es que la dirigencia en su conjunto atraviesa una grave crisis de valores humanos, sociales, culturales y espirituales. Privilegia sus intereses personales y sectoriales, exigiendo el esfuerzo a la gente de pie, mientras la mayoría de los políticos en todos los niveles vive como en el primer mundo y no hizo ningún tipo de gestos para renunciar a un porcentaje de sus abultadas dietas.

Luego de la VIII Jornada de Pastoral Social realizada en 2005, el entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio (hoy papa Francisco) vaticinó que “no podemos caminar sin saber hacia dónde estamos andando. Es criminal privar a un pueblo de la utopía, porque esto nos lleva a privarlo también de la esperanza. La utopía supone saber hacia dónde tiende cada uno”, para agregar que “todos debemos ponernos la patria al hombro porque los tiempos se acortan (…) muchos optan por un camino de ambición y superficialidad, sin mirar a los que caen al costado: esto sigue amenazándonos”.

Finalmente, hay que volver al espíritu de los hombres de Mayo: vocación de libertad, el sentido de responsabilidad y la lección de no idealizar el pasado. Concluyo con una frase iluminadora del dramaturgo alemán Bertolt Brecht: “el que no conoce la verdad es simplemente un ignorante. Pero el que la conoce y la llama mentira ¡ese es un criminal!”.

¡Viva la patria!

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