Educar en las virtudes a partir de “Dignitas Infinita”

Cuando una persona educa su carácter y se perfecciona en las virtudes podría decirse que se hace cada vez más persona. La educación que damos en casa, formando personas con carácter fuerte, capaces de tomar decisiones libres sin dejarse manipular por el entorno o el grupo de pares, especialmente durante la adolescencia.

Por Luciana Mazzei.- Recordamos que el documento hace referencia a 4 distinciones posibles del término dignidad: la dignidad ontológica, aquella dignidad que es propia de la persona por el simple hecho de serlo: la persona es digna en sí misma más allá de sus circunstancia personales. La dignidad moral que hace referencia a los actos de la persona, teniendo en cuenta que en su libre obrar puede actuar en contra de su dignidad. La dignidad social que hace referencia a las condiciones de vida de la persona en la sociedad. Y, por último, la dignidad existencial que se refiere a la dignidad más profunda y espiritual de la persona, refiriéndose al sentido trascendental de la vida de cada uno.

El hombre es ontológicamente libre, es una de las notas de la persona, pero también es ontológicamente relacional por lo tanto será necesario que cada uno sea capaz de asumir que frente a la libertad personal existe la responsabilidad sobre los propios actos, especialmente aquellos que hacen a las relaciones con los demás.

Pero cabe preguntarnos por qué es necesario educar en las virtudes, teniendo en cuenta la dignidad de la persona. Y la respuesta la encontramos en la misma dignidad personal, porque cuando una persona educa su carácter y se perfecciona en las virtudes podría decirse que se hace cada vez más persona.

Los temas tratados en el documento pontificio, como tantos otros que atentan contra la dignidad, despersonalizan al hombre, cuando la persona no cuenta con lo básico para subsistir, debe huir de su tierra, es tratada como objeto o violentada en sus derechos va perdiendo su ser persona. Los estudios psicológicos que hacen referencia al estrés pos traumático derivado de muchas de estas situaciones muestran que la persona pierde la conciencia de su propio ser, se olvida de quién es, qué le gusta, cuáles eran sus sueños y deseos y en esto se va despersonalizando, psicológicamente va dejando de sentirse persona.

Por ello educar en las virtudes hace a las personas cada vez más personas, porque las perfecciona y al perfeccionarla la hace más capaces de cuidar y respetar la dignidad de los otros. Dando la posibilidad de que la dimensión relacional se plenifique en el servicio a los demás.

Es necesario que en el seno de las familias los niños y jóvenes crezcan con la conciencia plena de que todos tienen la misma dignidad por ser persona y por ser miembros de esa familia. Esto se logra respetándolos en el trato, en la justicia entendida como dar a cada quien lo que necesita según su edad y capacidades, siendo amado en sus diferencias y corregido con amor cuando sea necesario. No sólo hablando de la dignidad y las virtudes los educamos sino, y mucho mejor, mostrando cómo tratar a los que son o piensan diferente.

Sólo a efectos de analizar en qué afectan estas situaciones a la dignidad de la persona, serán agrupadas según temática, aunque este análisis no se pueda agotar en esta nota.

El drama de la pobreza, la guerra, el trabajo de los emigrantes, la trata de personas: estas situaciones quitan a la persona la libertad de ser quienes están llamados a ser en el mundo según sus habilidades, capacidades, sueños y deseos. Cuando se pierde la libertad ya no hay posibilidad de elegir quién se quiere ser, la persona ya no vive, sino que sobrevive como puede frente a las circunstancias que la abruman. Se come lo que se consigue, se vive donde se puede tratando de mantener la vida a resguardo, se cobra lo que a los patrones les convenga pagar y, especialmente en el caso de la trata de personas, se vive en condiciones indignas sin siquiera derecho a descansar.

Los abusos sexuales, las violencias contra las mujeres: ambas situaciones desconfiguran el cerebro, provocando estrés postraumático, lo que provoca que la persona viva y se mueva en modo abuso. La persona abusada o violentada revive permanentemente esta situación como una forma de encontrar el modo de defenderse. Surge la culpa al sentir que hizo algo que justifique lo padecido. Se pierde la capacidad de sentir y de saber quién es.

El aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y el suicidio asistido, el descarte de las personas con discapacidad: en estos casos, mediante el lenguaje utilizado se le quita valor al hecho en sí mismo: la muerte de una persona por conveniencia de otras. El aborto se llama embarazo interrumpido, la eutanasia y el suicidio asistidos son llamados muerte digna; en el aborto de las personas con discapacidad se habla de la vida indigna a la que esa persona va a estar llamada y con respecto a la maternidad subrogada, como también en los métodos de fertilidad asistida el niño pasa a ser un producto de laboratorio, producido y creado para saciar el capricho de los padres, se descartan miles de embriones porque no cumplen con los estándares de calidad necesarios para lograr los embarazos, el acto sexual, con su fin unitivo dentro de la pareja, desaparece como tal y pasa a ser una práctica médica.

La teoría de género, el cambio de sexo: estas ideologías surgidas a partir de las últimas corrientes feministas, más radicales y confusas porque ya no defienden los derechos de las mujeres, sino que en muchos casos incluso se contraponen a ellos, confunden a niños y jóvenes haciéndoles creer que pueden elegir ser algo que no son. Niegan la ciencia y no sólo la biología que nos enseña que desde la concepción el embrión es XX o XY y que tenemos un 3% de ese sexo en cada célula de nuestro cuerpo, sino también niegan los estudios en neurociencias donde se demuestran las diferencias cerebrales entre el varón y la mujer, la psicología y la sociología que también demuestran cómo nos vinculamos y relacionamos de modos diferentes. Niegan la necesaria complementariedad de los sexos, promoviendo una lucha de poderes donde todos salimos perdiendo.

La violencia digital: en todas sus formas deshumanizan especialmente a niños y jóvenes, permitiendo que, gracias al anonimato que las redes les brindan ataquen impunemente, sean víctimas de acosadores y estafadores, accedan a material pornográfico que nada tiene que ver con el verdadero amor.

Como dije antes, el análisis no se agota en estos párrafos pero es un intento de advertir a padres y educadores que las situaciones planteadas en el documento vaticano están más cerca de lo que creemos gracias a la globalización y a las tecnologías de la información y comunicación; esto hace indispensable mantenernos atentos más que nunca a la educación que damos en casa, formando personas con carácter fuerte, capaces de tomar decisiones libres sin dejarse manipular por el entorno o el grupo de pares, especialmente durante la adolescencia. Educar en las virtudes para educar personas que se sepan dignas y sean capaces de respetar la dignidad de todos con las decisiones que tomen.

La madre de todas las virtudes es la prudencia, porque ella nos da la capacidad de tener criterios ciertos a la hora de tomar decisiones, buscar la información necesaria y luego de un análisis pormenorizado de las situaciones poder realizar un juicio de valor acerca de la decisión que se debe tomar, siendo conscientes de los derechos y deberes que esta implica. Pero para llegar a ser un experto en la virtud de la prudencia se debe empezar paso a paso con otras virtudes. Como en otros ámbitos de la vida educamos de menos a más, siendo fundamental respetar los tiempos, la personalidad y la edad evolutiva del niño o adolescente.

Los primeros años se educará en el orden, la sinceridad y la obediencia, entendida como quien obedece porque se sabe amado por aquel que le dice qué está bien y qué está mal. A partir de los 8 años es necesario educar en la responsabilidad y la laboriosidad, para que vayan tomando autonomía y libertad con sus propias obligaciones, en esta etapa comienzan los cambios físicos que terminarán al final de la adolescencia por lo que es importante estar atentos a ellos para poder dar respuesta acertada a las dudas que puedan surgir, recordando que lo que no le decimos los padres se o dicen otros y no siempre con nuestro mismo criterio y valores. También se educará en la perseverancia, constancia, paciencia y generosidad, enseñando a disfrutar de los logros obtenidos y mostrando generosidad con lo material pero también con el propio tiempo traducido en servicio al prójimo. A partir de los 13 años las virtudes a educar tienen que ver con lo social porque es la edad en donde el grupo de pares cobra más importancia, la fortaleza para resistir los condicionamientos del grupo, la justicia con todos, el pudor, la sencillez y sobriedad, en el trato, el vestido, el lenguaje; respeto por todos, sociabilidad y amistad, preparando así el terreno para la vida en pareja.

Trabajando en estas virtudes habremos educado personas optimistas consigo mismas, flexibles y humildes, pero también audaces, capaces de dar de sí por el bien de otros, de no bajar los brazos ante las dificultades y de luchar por la dignidad de todos en cada ámbito en el que se desenvuelvan.

La autora está radicada en Rafaela, es licenciada en Orientación Familiar, maestranda en Orientación Educativa Familiar.

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