WASHINGTON, sábado, 17 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Casi un año después del tsunami del 26 de diciembre muchas de las comunidades más afectadas de Asia todavía luchan por volver a la normalidad. Un reportaje especial, publicado el 8 de diciembre en Chronicle of Philanthropy, observaba que la ola devastadora disparó uno de los mayores esfuerzos caritativos jamás vistos.
«No obstante, al aproximarse el aniversario de la calamidad, los signos de progreso siguen siendo escasos», afirmaba un artículo de la revista publicada en Washington. Las causas de esta lenta recuperación incluyen la falta de coordinación entre las organizaciones asistenciales y las agencias del gobierno, y la pérdida de los archivos legales que indicaban la propiedad de la tierra.
Otro problema es precisamente la cantidad de ayudas dadas. En algunos casos, esta ayuda ha interrumpido el funcionamiento normal de las economías locales, dejando a muchos supervivientes del tsunami dependiendo de los programas de ayudas.
El tsunami también planteó cuestiones espirituales. Este tema fue tratado en un reciente libro, «The Door of the Sea: Where Was God in the Tsunami?» (Eerdmans Publishing) (Las Puertas del Mar: ¿Dónde estaba Dios en el Tsunami?). Este poco voluminoso volumen ha sido escrito por David Bentley Hart, un teólogo ortodoxo que ha enseñado en algunas universidades americanas.
En las páginas iniciales, Hart observa que la primera serie de reacciones consideraban que buscar algún significado, o un sin sentido, tras el tsunami «es tan cruel como presuntuoso en tales momentos».
Discernir los motivos de quienes buscan juzgar las catástrofes no es fácil. Hart dice que es difícil decir si se mueven por una necesidad moral de verter luz sobre los acontecimientos, o por un oportunismo retórico. El teólogo encuentra difícil no sospechar cierta crueldad de parte de los ateos triunfalistas que proclaman la justificación de sus ideas en la estela de los desastres.
El pensamiento débil
Hart ve cierta superficialidad en muchos de los comentarios de los medios publicados justo después del tsunami. Proclamaron con confianza el supuesto absurdo de las creencias religiosas, no obstante, hicieron pocos esfuerzos por comprobar el contenido de las creencias que mandaban al cubo de la basura. Es casi como si se imaginaran que durante los últimos 2000 años los cristianos nunca hubieran respondido a las cuestiones planteadas por el mal y el sufrimiento, añade Hart.
Muchos de los comentarios provenían de un punto de vista materialista, sostiene Hart. Frente al sufrimiento injusto, un materialista concluye que, en ausencia de cualquier orden moral visible inmediato, no existe nada trascendente. Esto puede parecer una forma superficial de proceder, Hart observa. Pero tras esta fácil eliminación de Dios, puede haber un «auténtico horror moral» de cara a la miseria y «una suerte de rabia por la justicia». Irónicamente, estos sentimientos deben mucho a la forma en que el cristianismo ha formado nuestra cultura, concluye.
El punto de partida de muchas discusiones modernas sobre desastres y el papel de Dios, explica Hart, es la reacción del filósofo francés Voltaire al terremoto masivo que golpeó Lisboa en 1755. Decenas de miles murieron en el temblor del Día de Todos los Santos y de los incendios que provocó.
En su poema escrito sobre la tragedia, Voltaire no atacó la idea de Dios como creador. Pero criticó duramente la postura de optimismo teológico que, inspirada por el filósofo alemán Leibniz, consideraba que este es «el mejor de todos los mundos posibles».
Hart duda de que Voltaire entendiera correctamente las ideas de Leibniz. Pero el pensador francés distinguía claramente entre la idea de creencia en un orden providencial en la historia (un punto de vista que él no cuestionaba) y el concepto de un Dios que diseñaba el mundo como una suerte de máquina perpetua movida por leyes eternas que determinan incluso la voluntad de Dios (un punto de vista que él criticaba).
Cuestiones válidas
Según Hart, el poema de Voltaire no es ninguna amenaza a los cristianos, puesto que su verdadero blanco es un cierto deísmo ético. Plantea, sin embargo, cuestiones válidas que el cristianismo necesita responder. La fe, después de todo, proclama un Dios de infinita bondad y de infinito amor. Y es necesario responder al no creyente que, ante el sufrimiento, argumenta en contra de un Dios benévolo.
Las respuestas dadas por los cristianos al tsunami del año pasado varían y reflejan de modo extenso las diferentes posturas teológicas, observa Hart. Común a todas es el deseo de creer que hay algún plan divino en la violencia aparentemente aleatoria de la naturaleza, que podría dar significado a las situaciones de sufrimiento y dolor. Encontrar tal explicación es, de hecho, difícil, observa.
Los cristianos afirman que hay una providencia trascendente que traerá los buenos resultados de Dios de la oscuridad de la historia, explica Hart. Sin embargo, hay que evitar el error de afirmar que todo acto finito es únicamente el efecto de una sola voluntad, ignorando así el papel de la libertad humana. Al llevar esto a sus extremos, tal postura reduce a Dios a una mera expresión de voluntad, que luego se imprime en las criaturas por medio de bien y del mal, dice Hart.
Otra reacción es ver en el sufrimiento y la muerta una suerte de castigo por el pecado humano, que surge como si fuera un balance de cuentas. Cristo, de hecho, eliminó la idea de una proporción estricta entre desgracia y culpabilidad, apunta Hart.
Antes de dar su respuesta a la cuestión del sufrimiento, Hart da un paso atrás y considera qué se entiende por naturaleza o mundo natural. La naturaleza es generalmente considerada, dejando a un lado a aquellos que profesan el paganismo, como algo neutral y material. La maestría tecnológica moderna permite también que la naturaleza se considere como algo benigno – hasta que el golpe de una enfermedad o desastre, que golpean a las personas con su poder e indiferencia.
Amor en la creación
Pero la visión cristiana de Dios y la naturaleza es diferente. El creyente es animado a ver la gloria de Dios en el mundo creado, una gloria que eleva una naturaleza que ha sido redimida. Además, el cristianismo, tanto en la teología ortodoxa como la católica, anima a la humanidad a encontrar el amor y la bondad de Dios en el orden creado.
Esta visión, no obstante, no lleva a una suerte de optimismo fácil sobre la naturaleza y la economía de la vida y la muerte. El cristiano, exhorta Hart, contemplaría el mundo con ojos imbuidos de amor. Esta visión va más allá de la elaborada máquina de los deístas o de la visión mecanicista de la modernidad. Un cristiano ve el mundo en su belleza y terror, y en su primera y última verdad: no sólo naturaleza, sino creación.
En cuanto al mal y al sufrimiento, el pensamiento cristiano da otra dimensión a estos acontecimientos. Dios puede hacerlos ocasiones para cumplir sus fines buenos, sostiene Hart, aunque no sean en sí bienes morales. Además, el Evangelio enseña que Dios no puede ser derrotado y que la victoria sobre el mal y la muerte ya ha sido ganada, indica el teólogo. Pero es una victoria que no ha alcanzado su cumplimiento, debemos esperar hasta la venida final de Dios.
Para los cristianos que realmente tienen fe en esta promesa, la realidad de la muerte y el sufrimiento no debería presentarse como un obstáculo insuperable. Es, de hecho, mucho más que una piedra de tropiezo para un optimismo superficial o un fatalismo pagano. Los creyentes cristianos, por el contrario, abrazan la esperanza en la victoria final de Dios.