Por Alcides Castagno.- Las mujeres han cumplido, en el comienzo de nuestros días como pueblo, un papel importante, aunque casi nunca protagónico. En los títulos y las funciones públicas, es raro que se lea el nombre de una mujer, como no sea por su matrimonio o maternidad de un hombre trascendente. Recorremos desde aquí tres nombres que, con muy diversa actuación, asomaron a la superficie de una sociedad que se multiplicaba.
Dominga
Dominga Grande era una de esas mujeres vitales, sin los temores que en aquel tiempo alejaba a muchos del barrio La Feria, una especie de frontera entre pueblo y campo, cruzada por troperos camino a la Rural, viviendas precarias «hasta que pase la malaria» y los conflictos solucionados con el talero a la vista y el facón pronto. El matrimonio la convirtió en esposa de Miguel Tosco; no tuvieron hijos, lo que pareció incentivar su dedicación al cultivo de flores y plantas, que eran motivo de su orgullo ante cualquier visita. Compró terrenos baratos en tiempos de poca demanda, algunos los usó para su casa con galería abierta; en un espacio grande junto a su casa creó un vivero y jardín con plantas ornamentales y flores, incluso los clásicos enormes gladiolos.
Decidió donar una manzana entera para el nuevo barrio: ahora es la Plaza Colón y es la que reunía a las nuevas familias como si fuera un patio comunitario. Participó en cuanta actividad se le presentó, para dar vida al grupo humano creciente. En reconocimiento, los vecinos decidieron rendirle un homenaje agradecido; desde el 31 de mayo de 1943, el barrio lleva su nombre: Villa Dominga.
María
En 1894, Rafaela era un pueblo en formación, aunque ya tenía aspecto de comunidad organizada. Comenzaban a instalarse los comercios y servicios necesarios. Uno de estos emprendimientos tuvo su origen en María Airaudo de Gallo, simplemente «doña María».
Como ocurría con muchos de los pequeños emprendedores, especialmente cuando no contaban con elementos técnicos adecuados, doña María no dejó un registro gráfico de su presencia industriosa. Según se cuenta, ha sido la primera fabricante de helados. Junto a su marido llevaron adelante la actividad, en la que ella era el cerebro de la producción y venta. Como los días cálidos, aunque más extensos que los fríos, no justificaban la comercialización de helados todo el año, doña María hacía también algunos productos de elemental confitería, entre ellos el «pan de leche», una delicia que trascendió su propia fama y que era reclamada todo el año.
Para la venta directa de sus productos, doña María contaba con un carro de dos ruedas, arrastrado por un caballo. A ambos lados, sendos cajones contenían los helados -sólo dos gustos- mantenidos con una barra de hielo trozada. Sentada entre uno y otro, con la ayuda de una bocina, recorría las calles haciendo escuchar su presencia, hasta terminar el recorrido frente a la Plaza «25 de Mayo», donde su clientela se congregaba. Vivió 83 años, hasta el 2 de febrero de 1949.
Magdalena
Magdalena Grotter nació el 18 de marzo de 1882 en Humboldt. Sus padres, Federico Grotter y Francisca Weiss se trasladaron a Presidente Roca cuando Magdalena era todavía muy joven. Allí tuvo su noviazgo y casamiento con Ciro Lorenzi. La vida matrimonial tuvo una muy corta duración, ya que Ciro murió a los pocos meses. Dolida y sola, Magdalena se mudó a Rafaela, donde abandonó su raíz familiar protestante para convertirse al catolicismo y recibir su bautismo en 1925.
A partir de su residencia rafaelina, Magdalena decidió dedicar su vida a tareas benéficas. Se vinculó con un grupo de mujeres que compartían su inquietud y formaron la Sociedad de Damas de Beneficencia, entidad que presidió de 1933 a 1939 y se dedicaba a brindar asistencia sanitaria a personas sin recursos. Estas tareas la involucraron en una gestión muy intensa, que desembocó en la construcción del Hospital de Caridad. Con este hecho no terminaron sus inquietudes, ya que quiso hacer algo más por sus «viejitos» y logró la creación del Hogar de Ancianos que lleva su nombre. Se despojó de todos sus bienes materiales e impulsó la creación de la capilla Santa María Magdalena, que forma parte del conjunto edilicio del Hospital, hoy llamado Dr. Jaime Ferré. El excedente lo distribuyó entre los pobres, al punto que la Municipalidad decidió otorgarle una pensión para su propio sustento.
En un reportaje radial de 1962, originado en LT9 de Santa Fe y que consta en un álbum donado por la propia Magdalena al Museo, respondía: «Hace más de 40 años he sentido la inclinación a ayudar al inválido, al desvalido, al enfermo y el necesitado, dándoles no sólo ayuda material sino también el necesario apoyo moral y la fuerza espiritual que se requiere para restañar las heridas infligidas por la miseria y el desamparo a las esperanzas puestas en un futuro mejor».
Magdalena, mujer de gesto serio y de pocas palabras, inspiraba mucho afecto y respeto a su alrededor. Recibió, entre otros homenajes, la Orden del Tornillo, instituida por Benito Quinquela Martín para los personajes destacados de su comunidad. Una calle del barrio 9 de Julio lleva su nombre, pasa frente al Hogar de Ancianos y la flanquea una plazoleta que también lleva el nombre de la benefactora.
Magdalena Grotter de Lorenzi falleció a los 90 años el 5 de abril de 1972; sus restos fueron velados en la capilla que donara para el hospital, y sus restos fueron trasladados al panteón familiar de Presidente Roca.
Tres mujeres
Reseñamos brevemente la presencia en Rafaela de tres mujeres; cada una de ellas dio de sí lo que tuvo a su alcance. Todas contribuyeron a la «patria chica» que hoy compartimos.
Fuente: https://diariocastellanos.com.ar/