El universo kirchnerista nunca es lineal. Resulta complejo entender el permanente zigzagueo presidencial. Hay recovecos, dobles discursos y mensajes para descifrar. El viaje de Kirchner a España no estuvo ajeno a este ejercicio del poder.
El presidente argentino despejó los fantasmas de una política reestatista que temían muchos inversores ibéricos. Pero a la vez volvió a mostrar los dientes a los inversores que reclaman aumentos de tarifas y una Argentina previsible.
Kirchner tenía todo el horizonte despejado en Madrid: recibió reiterados elogios por la marcha de la economía de parte del rey Juan Carlos I y del jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. También logró los anuncios de un plan de inversiones de 6000 millones de dólares de YPF Repsol. No hacían falta más gestos que navegar en ese río con viento a favor. Pero muy pronto el Presidente se ocupó de oscurecer el clima y se peleó con el empresariado ibérico. Regresó a su reiterada práctica de elegir enemigos para mostrar dureza.
Kirchner buscó desmitificar la idea de un gobierno reestatizador al estilo Evo Morales. Pero a la vez, emitió duros párrafos contra los Estados Unidos y defendió al presidente de Bolivia y al polémico Chávez.
El Presidente acordó una presencia mínima del Estado en Aerolíneas Argentinas. Aplicó, así, la teoría de lo que sus ministros llaman un «Estado accionario, no intervencionista». Elogió las inversiones de Repsol YPF. Pero también reclamó con tono hostil una autocrítica a los empresarios y los cuestionó por hablar de previsibilidad cuando, dijo, no pidieron lo mismo en los años 90. Está claro que luego de la crisis de 2001 un reclamo de previsibilidad lo haría hasta el dueño de una pyme que aspire a invertir en un país extranjero.
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¿Cuál es el verdadero Kirchner en este complejo laberinto de frases?
Varios funcionarios que están en la comitiva oficial de Madrid comentaban ayer que «no habrá un modelo boliviano ni uno chileno en la Argentina: habrá un modelo K», dijeron. No contempla, aseguran, un Estado intervencionista. Habrá, eso sí, directores representantes del Estado en buena parte de las empresas privatizadas. Pero esto será, aclaran, una «intervención moderada».
Algunos referentes de la oposición cercanos a Roberto Lavagna dicen que se trata de «un capitalismo de amigos». Otros, en cambio, creen que Kirchner frenó una ola reestatista al estilo del Correo Argentino o de la empresa de aguas AySA con el fin de dar un giro a la derecha en su discurso y ajustarse al electorado de su eventual oponente en 2007, Lavagna. Hay referentes opositores, más cercanos a Macri, en cambio, que aseguran que no hay más que nuevas muestras de «autoritarismo» en el manejo de la economía y están convencidos de que con la presencia del Estado en empresas privatizadas Kirchner no hará más que intentar controlar el mercado como lo hizo con los acuerdos de precios por la inflación.
En todo caso, todo esto forma parte de la política interna. Kirchner quiere evitar que el aumento de tarifas recaiga sobre la gente en un año electoral. Por eso habló de un aumento paulatino.
El Presidente fustigó con dureza a los empresarios ante el Consejo Superior de Cámaras de Comercio. Retrocedió, así, en el túnel del tiempo a los días de julio de 2003, cuando cuestionó con tanto énfasis a los inversores ibéricos que al salir de esa reunión el empresario y ex ministro de Finanzas español José Cuevas exclamó: «El Presidente argentino nos ha puesto a parir».
Kirchner no se cansa de decir que la Argentina de 2006 no es la que le dejó Duhalde en 2003. Pero ayer repitió la postal de su visita a Madrid de 2003. La verborragia presidencial hacia el empresariado contrastó con el mensaje de su canciller, que dijo que «se inicia una nueva etapa con España».
Quizás el mundo empresarial europeo tendrá que empezar a pensar al mundo kirchnerista con parámetros que no son los usuales. Deberá empezar a tomar el doble discurso como una forma de ejercer el poder y lidiar con ello. En la Argentina ya son muchos los que aprendieron de estos zigzagueos presidenciales.
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Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 22 de junio de 2006.