Por Eduardo Sánchez Martínez.- Las universidades públicas y privadas se encuentran ante un escenario de creciente complejidad y turbulencias que les plantea desafíos inéditos. Deben afrontarlos con un estilo de gobierno y gestión sustancialmente distinto del que caracteriza al modelo de universidad tradicional. Hasta no hace mucho, los desafíos a los que tenía que hacer frente la gestión de las universidades, surgían por lo general más del interior de ellas, de las demandas o requerimientos de sus propios actores, que del medio al cual pertenecen. Hoy la situación ha cambiado sustancialmente, y las universidades no sólo tienen que atender a sus demandas y presiones internas sino que deben prestar máxima atención a los requerimientos del medio en el que están insertas. Con un dato adicional: ese contexto no está conformado hoy sólo por la realidad nacional, como ocurría ayer, sino también por la realidad regional e internacional.
Se trata de un escenario nuevo, complejo, al que difícilmente puede hacer frente el modelo de universidad tradicional y su conocido estilo de gestión (1), más preocupado en mirarse a sí misma que en atender a las necesidades del medio al que se debe, más centrado en la coyuntura que en el largo plazo, con frecuencia más inclinado a obstaculizar que a promover y alentar las iniciativas y las innovaciones que surgen desde adentro y desde afuera.
Un escenario como el actual, de creciente complejidad y turbulencias pero también de apertura a un mundo nuevo y dinámico que además de plantear riesgos abre oportunidades, requiere en cambio una mirada más estratégica, una gestión más atenta a la internacionalización, una concepción de universidad más emprendedora, un gobierno universitario más efectivo y transparente, y una mayor atención a lo que hoy se llama responsabilidad social universitaria.
Una mirada más estratégica
Es sabido que entre nosotros el sistema de educación superior en general y las universidades
en particular raramente tienen una mirada estratégica, raramente pueden articular una visión compartida de hacia dónde van y llevarla a la práctica. Esa mirada, sin embargo, es indispensable hoy para que las universidades no se vean desbordadas y superadas por demandas y presiones de procesos complejos de los que no se pueden sustraer.
A nivel del sistema universitario suele haber enormes dificultades para establecer una orientación estratégica razonablemente acordada que señale un norte, una dirección hacia las cual nos dirigimos. Y a nivel de las instituciones tampoco sobresalen las universidades con capacidad de acordar una visión institucional compartida, con las implicaciones que ello debería tener en términos de acción. Porque no se trata sólo de poder articular esa visión institucional. Se trata también, es bueno reiterarlo, de llevar esa idea de futuro a la práctica. Lo cual supone contar con herramientas que permitan identificar caminos para avanzar, evaluar el timing apropiado, establecer prioridades y contar con recursos que se deben asignar en función de todo ello.
Y no es cuestión de pretender establecer planes detallados, que suelen tener un impacto negativo si se convierten, como suele ocurrir, en un chaleco de fuerza que termina inhibiendo y no impulsando los cambios necesarios. Es mucho más importante para las universidades fijar algunos grandes objetivos de largo plazo, que sean además realistas, para ser alcanzados en un lapso de tiempo que tal vez sea presuntuoso especificar de entrada. Esos objetivos, direccionales por naturaleza, deberían servir como orientación y como base necesaria para establecer prioridades para el desarrollo institucional.
Es claro, por otra parte, que esta concepción estratégica de la gestión, para ser efectiva, debiera
permear la cultura de trabajo de la institución, sin lo cual quedaría en una mera formalidad. Y esta condición de llegar a ser parte del modo habitual de pensar y hacer las cosas, de llegar a ser parte de los criterios que orientan los comportamientos individuales e institucionales, es seguramente lo más difícil de lograr.
Mirar para adelante, tener cierta claridad compartida sobre la universidad que se quiere, y
tratar de avanzar en esa dirección, es así un primer gran desafío al que todas las universidades
se ven enfrentadas hoy.
Una gestión más atenta a la internacionalización
Otra demanda imperiosa de estos tiempos para la gestión de las universidades es su creciente
internacionalización. El mundo está atravesado por un proceso muy complejo y de enorme influencia en todos los órdenes de la vida social, no sólo en el campo económico y financiero: también en el orden político, cultural y educacional. La globalización, que de eso se trata, impacta y de múltiples formas, en el lugar que ocupan las universidades en ese proceso y en los roles que tienen asignados y deben cumplir. Pero es bueno distinguir. Una cosa es la globalización, que incide de múltiples formas en la educación superior y le plantea condicionamientos y desafíos, aunque también oportunidades antes impensadas, y otra es la internacionalización, concebida más bien como una estrategia de las universidades para responder a esos desafíos y oportunidades que el proceso de globalización plantea.
Esa estrategia puede apuntar a incorporar la dimensión internacional en las funciones de docencia e investigación y en la gestión de las universidades (lo que se suele llamar internacionalización ad intra), o bien puede apuntar a que ellas logren proyectarse en el mundo, recibiendo y enviando estudiantes y académicos, prestando atención a la invasión de ofertas de calidad desconocida, o exportando si cabe carreras de grado y posgrado o programas de educación continua y otras ofertas de educación superior de calidad reconocida, formando parte de redes o alianzas diversas, pro moviendo nuevas formas de cooperación interuniversitaria, o emprendiendo iniciativas que contribuyan a desarrollar procesos
de convergencia regional de la educación superior (internacionalización ad extra).
La internacionalización es, por lo tanto, un desafío del cual las universidades no se pueden ya desentender sin que corra riesgo su misma existencia como actores del mundo que nos toca
vivir.
Una universidad más emprendedora
Se suele decir que contar con universidades más emprendedoras es hoy condición necesaria para poder aprovechar las oportunidades que abre la globalización (y también para poder neutralizar los riesgos que ésta trae consigo). Por eso esta demanda es otro de los desafíos importantes que no podemos eludir.
¿Qué distingue a las universidades emprendedoras? Atendiendo a las enseñanzas que Burton Clark nos dejara en uno de sus últimos estudios (Creating Entrepeneurial Universities, 1998), entre sus características se encuentran las siguientes:
– Apertura y atención a las señales del entorno.
– Mucha iniciativa y capacidad de gestión para responder rápida y oportunamente a las demandas que se le plantean.
– Capacidad, además, para contribuir efectivamente a la transformación del medio en el que las universidades están insertas.
Ahora bien, la teoría y la práctica de las universidades emprendedoras pone mucho el acento, a veces tal vez demasiado, en la necesidad de apertura y vinculación con los sectores productivos y con el sector público, como forma de atender a sus requerimientos y de encontrar para la universidad nuevas fuentes de recursos a la vez que promover una mayor pertinencia en su accionar. Sin duda, todo esto es necesario. Pero exagerar esa visión de lo que debe ser una universidad emprendedora, olvidando que los requerimientos de la sociedad no son sólo los de los sectores productivos y que la misión específica de las universidades no es sólo prestar distintos tipos de servicios, puede llevar a la idea de “universidad supermercado”, que no es un riesgo menor ni tan lejano. Y la única forma de no caer en él es tener muy presente que, si bien las universidades deben prestar servicios y deben conseguir recursos para hacer posible su crecimiento y desarrollo, su función propia es la enseñanza y la investigación, y los servicios que está obligada a prestar al conjunto de la sociedad (y no sólo a los sectores productivos o al sector público) deben ser aquellos que surgen del cumplimiento de esa función específica, con sus muchas derivaciones.
Un gobierno universitario más efectivo
Una cuarta demanda a la gestión de las universidades tiene que ver con su efectividad. Los tiempos que vivimos y el contexto que nos rodea requieren una gestión universitaria que asegure gobernabilidad, esto es, capacidad de responder efectivamente a las demandas internas y externas, que cada día se multiplican y se hacen más intrincadas.
El gobierno universitario es hoy, en efecto, altamente complejo. No sólo debe atender las demandas de la sociedad y la competencia del mercado, sino también las regulaciones de las políticas públicas, los desafíos de la globalización y las aspiraciones, demandas y presiones de la propia comunidad académica.
Ocurre sin embargo que esa creciente complejidad no siempre ha ido acompañada de una renovación de sus estructuras y procesos de toma de decisiones, que sin duda es en muchos casos lo que se está necesitando.
Es verdad que ningún sistema de gobierno puede asegurar por sí mismo gobernabilidad, sobre todo en los tiempos que corren. Y es verdad también que es cada institución la que debe decidir por sí misma el sistema de gobierno que cree más apropiado y legítimo. Pero cualquiera sea ese sistema, un buen gobierno, un gobierno más efectivo, más transparente, capaz de promover e impulsar iniciativas, es hoy condición necesaria para que las actividades específicamente académicas puedan hacer mejores contribuciones a la sociedad a la que se deben.
Más atención a la Responsabilidad Social Universitaria
El último desafío importante al que haré una breve referencia tiene que ver con lo que hoy
ha dado en llamarse Responsabilidad Social Universitaria, que no es sino otra forma de hablar de su compromiso social.
He dicho antes que lo que domina hoy es la idea de que la función social de las universidades se cumple si se fortalecen sus vínculos con el sector productivo o con el sector público. En esta concepción sus aportes se expresan en la forma de consultorías, peritajes, contratos de investigación y transferencia, desarrollo de patentes, participación en parques tecnológicos, acompañamiento de emprendedores, programas de capacitación a medidas y cosas por el estilo. Y está bien que las universidades presten creciente atención al fortalecimiento de ese vínculo y al cumplimiento de esas actividades, pero deben hacerlo sin perder el sentido de la propia misión.
Es necesario tener presente, por otra parte, que lo que domina no es todo. El fortalecimiento del vínculo con los sectores productivos es importante, pero no agota la responsabilidad social de las universidades. Junto a ello hay también lugar para presencias, testimonios y acciones que en el fondo son compromisos y obligaciones de carácter ético, a los cuales una universidad moderna y responsable no puede sustraerse o renunciar: procesos de enseñanza que se hagan cargo del escaso capital cultural de muchos nuevos ingresantes, atención a los efectos o impacto ambiental o social de los nuevos conocimientos y tecnologías que en ellas se generan, transparencia y corrección de la propia gestión, responsabilidad por el desarrollo del razonamiento moral, formación en alumnos y graduados de una conciencia solidaria y del sentido de servicio de la propia profesión, y otros muchos deberes más, son apenas ejemplos
de lo que implica hoy para la gestión la responsabilidad social de las universidades.
En suma, las universidades no podrán subsistir si siguen mirándose a sí mismas. Los tiempos que vivimos y el contexto en el que nos movemos, nacional e internacional, plantean enormes desafíos y demandas a la forma cómo ellas se gobiernan, cómo se gestionan y cómo se conciben a sí mismas. Frente a estos retos, en adelante las universidades serán juzgadas no sólo por el cumplimiento más o menos prolijo de sus funciones específicas sino también por su independencia de criterio y por su contribución a la reflexión crítica y a la solución de los grandes problemas y necesidades de la sociedad que las ha creado y a la cual se deben.
(1) Cuando hablo aquí de gestión no me refiero sólo a la ‘administración’ (procesos y operaciones necesarios para que la organización universitaria funcione), sino también al ‘gobierno’ de tales instituciones (responsable de las decisiones que luego la administración debe implementar).
El autor es rector de la Universidad Blas Pascal. Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2390 marzo 2013.