Denis Muzet: «Sarkozy reactivó el interés por la política»

Sociólogo, analista de medios y coautor de El Telepresidente, libro recién salido a la venta en Francia en el que analiza la visión política y la estrategia mediática de Nicolas Sarkozy, Denis Muzet sostiene que, al mostrarse como un líder hiperactivo y saturar la TV con imágenes de su vida privada, el mandatario francés "farandulizó" la política y la acercó a la gente.Por Luisa Corradini

PARIS .- ¿Quién es Nicolas Sarkozy? Perplejos, sorprendidos, incrédulos y hasta escandalizados, los analistas políticos no dejan de hacerse esa pregunta desde que el nuevo presidente francés llegó al Palacio del Elíseo, en mayo pasado. Tienen cada vez más dificultades para comprender el comportamiento de un hombre que se autodefine como «un presidente que gobierna» y que declama su pasión por el cambio mientras parece invertir toda su energía en el ejercicio de una omnipresencia superficial y vana en los medios de comunicación. Sarkozy quiere ocupar el espacio, la atención de la gente. Y lo hace con todos los instrumentos a su disposición, en particular con su vida privada.

Es verdad que de aquel «el Estado soy yo» de Luis XIV al «primero yo y después yo» de Sarkozy; de las epopeyas escritas de André Malraux al storytelling -o el arte de contar historias- de Henri Guaino, autor de sus discursos; de la «fuerza tranquila» de François Mitterrand a la obsesión por la «ruptura» del nuevo presidente; de la reserva aristocrática de los ex presidentes franceses a la saturación mediática del actual, algo ha pasado: ese algo es él.

¿Quiere decir esto que existe una ideología, una filosofía del sarkozismo? «No soy un intelectual, soy alguien concreto», replica él sin complejos. Su intención es controlar el tiempo, en todos los frentes. Estar presente en todos los combates. Sarkozy funda su política en el voluntarismo y en una retórica del éxito. Y presenta el movimiento -la flexibilización o las reformas- como la base del modernismo. En realidad, Francia no asiste únicamente a un «cambio de propietario», como escribió el editor Eric Hazan, sino a un fenómeno mucho más vasto. Más allá de la personalidad hiperkinética del nuevo jefe del Estado, el sarkozismo es un auténtico símbolo de nuestro tiempo. Casi se podría decir que en Francia habrá un antes y un después de Nicolas Sarkozy.

En su época, cuando Napoleón entró victorioso en Iéna, Hegel creyó ver pasar «el alma del mundo [ ] montando un caballo». Los consejeros de Sarkozy, que tienen a Hegel como principal fuente de inspiración, creen que el actual zeitgeist -es decir el espíritu de nuestro tiempo- se encarna en el hombre que obtuvo la liberación de las enfermeras búlgaras detenidas en Libia y también en el que expone su vida privada en vacaciones con Carla Bruni en las pirámides de Luxor o en las ruinas de Petra.

Hijo de la televisión, Sarkozy construyó su comunicación utilizando el impacto de las imágenes en general y la pantalla chica en particular. Gracias a ese ejercicio obtuvo el 54 por ciento de los votos. Sin embargo, algo sucedió en las últimas semanas, cuando los sondeos de popularidad registraron una caída brutal de siete puntos. Con esa llamada de atención, la opinión pública pareció sancionar las imágenes de un presidente despreocupado, paseando tiernamente abrazado a su novia por Egipto y Jordania, mientras el país no consigue salir de la crisis económica.

«La secuencia de imágenes sentimentales y románticas en Egipto y Jordania fue incoherente: los franceses quieren un presidente de crisis, grave y en su despacho. Y él aparece despreocupado y enamorado, como si los hubiese olvidado. La personalización del poder es muy exigente. Los riesgos de contradicción entre imágenes son numerosos», explicó a LA NACION el sociólogo Denis Muzet, coautor con el semiólogo François Jost de El telepresidente , libro que salió anteayer a la venta en Francia.

-En su libro, usted analiza la relación que existe entre la comunicación del presidente y la televisión. ¿Cuál es el modo de comunicación de Sarkozy?

-El presidente utiliza una comunicación que yo llamo «presencial». Es decir, dominada por la presencia. Hay dos cosas que son importantes en su sistema de comunicación. Primero, el gesto. No hay palabras sin gesto. El gesto es un acto simbólico que permite ilustrar la palabra, darle un carácter concreto. Usted probablemente recuerde cuando Bernard Kouchner, fundador de Médicos sin Fronteras, desembarcó en Somalia en 1992 con una bolsa de arroz en la espalda. Y bien, Sarkozy también recurre a imágenes fuertes porque hoy es necesario ese tipo de comunicación gestual.

-¿Lo hace porque lo programa o porque le sale naturalmente, porque es algo innato en él?

-Es difícil responder. Pero Sarkozy sabe hacerlo. Usted recuerda seguramente el día que utilizó la expresión «limpiar con Kärcher » los barrios marginales. Nunca supimos si fue algo programado o natural. Pero la palabra o la imagen deben tener valor de símbolo. Porque las palabras pasan, no quedan, pero las imágenes se imprimen en la memoria de la gente. Esa es la primera característica de su comunicación. La segunda es que su comunicación pasa por la afirmación de su presencia en el terreno. Se lo ve en la televisión, pero en el terreno, no únicamente sentado en el Elíseo. No está en la pantalla desde un estudio de televisión, sino junto a los pescadores, con las familias de las víctimas, con la gente normal, actuando, visitando. Es una comunicación de tarjeta postal. Esa comunicación no actúa en el tiempo -porque Sarkozy comprime el tiempo-, sino en el espacio. Son como flashes. Eso les permite a los franceses identificarlo con las diferentes Francias: la que trabaja, la que gana, la que emprende, etc.

-Pero, ¿es seguro que los franceses quieren una imagen presidencial modificada hasta ese punto? ¿Sarkozy no exagera? Da la impresión de que la opinión pública comienza a cansarse de esa hipermediatización.

-No creo. Continúa funcionando perfectamente, pero hoy somos capaces de percibir los límites de ese ejercicio, lo que no quiere decir que funcionará siempre. Por ahora no es justo decir que esa comunicación se está volviendo en su contra.

-¿Cómo interpretar entonces los recientes sondeos?

-En su lugar, yo no me preocuparía por los sondeos. Forman parte del juego mediático tradicional y permiten a los medios de comunicación dramatizar una situación determinada. Es verdad, sin embargo, que la confianza de los franceses se ha reducido. Eso se debe a que los resultados que él prometió tardan en aparecer, pero sobre todo a un cambio en su imagen. Los franceses estaban acostumbrados a un presidente hiperactivo actuando en todos los frentes y, de pronto, en diciembre, vieron a un hombre despreocupado, inactivo, divirtiéndose mientras el país ve que su poder adquisitivo cada día se degrada más.

-En otras palabras, cometió un error de comunicación.

-Exactamente. Digamos que las tarjetas postales enviadas desde Egipto y Jordania duraron demasiado y fueron a contrapelo de una Francia que sufre y que necesita un presidente constantemente comprometido con la acción.

-Se podría decir, retomando uno de sus términos, que fue demasiado lejos en la peoplelisation («farandulización»)?

-No. Aquí la causa no es la farandulización. Por el contrario, la farandulización le sirve, es la forma actual de relanzar el interés de los franceses por la política. Al precio de la superficialidad, estoy de acuerdo, pero igual se trata de una reactivación del interés de la gente por la política, que había desaparecido durante los últimos 20 años. Hay que saber de dónde venimos: la política tiene muy mala imagen en la opinión pública. Es compleja, difícil de comprender, de descifrar, de aprehender. Los franceses no se interesan por los programas, tienen dificultades en comprender los proyectos, las propuestas, los conceptos. La farandulización es una forma superficial, pero digesta y divertida, de comprenderla, adaptada a nuestra época. Consumiendo esas tarjetas postales, sus imágenes, la gente consigue descifrar la política a través de ese personaje. Es un sustituto.

-¿Pero se trata de política?

-Es política, sí. Light , edulcorada, pero sigue siendo política. Yo creo que ese movimiento de farandulización, del cual son responsables tres actores -los medios, la clase política y el consumidor de imágenes o lector que compra diarios-, no está en tela de juicio. Lo que hay aquí es un desfase entre las imágenes de Egipto y las expectativas de los franceses.

-Cuando Sarkozy tomó conciencia, trató de volver a la sobriedad, a la «verbalidad» como usted dice. Y entonces envió su mensaje de fin de año desde el Elíseo, como sus antecesores, y llamó a una tradicional conferencia de prensa para hablar de sus proyectos de gobierno.

-Es verdad. Pero pienso que no habría que quedarse en la forma. Es cierto que el presidente decidió regresar a una imagen un poco más clásica para que la gente recordara cómo era durante su campaña. Pero, en realidad, volvió a la sobriedad para poder -en el futuro- alejarse mejor. Lo importante de esa conferencia de prensa es que Sarkozy cambió. Hubo un doble cambio.

-¿Cuál?

-Por un lado dijo: «La economía, las cifras, los detalles no son importantes. Lo realmente importante es la cultura, los valores, las relaciones entre los hombres, es también el amor». Así, la importancia pasó de la economía a los valores, de lo cuantitativo a lo cualitativo. Y la segunda cosa que intentó fue hacer olvidar un fin de 2007 un poco canalla con Khadafy en París y con Carla Bruni en Egipto, y comenzar un 2008 moral. Habló de «política de civilización», de valores, de reglas, etc.

-¿Cree que cambió o que intentó, en realidad, desviar el debate de lo esencial? Sarkozy dijo: «no se puede reducir la política al poder adquisitivo». De esa manera culpabilizó a los franceses cuya principal preocupación es ésa. Con un golpe de varita mágica, poniendo el acento en los valores y la política de civilización, evitó decir que no tenía nada para decir sobre esa cuestión…

-Es absolutamente verdad.

-Después acusó de su hipermediatización a los propios medios diciendo «si no quieren sentirse manipulados, no manden fotógrafos a seguirme». Un día después los franceses se enteraron de que estuvo hospitalizado sin que nadie supiera. En otras palabras, cuando Sarkozy no quiere que haya fotos, no las hay.

-También es muy cierto.

-¿No es eso manipulación?

-Sí.

-¿Los franceses lo notan?

-Los franceses lo saben, claro. Creo también que, con su mensaje sobre la política de civilización, Sarkozy ha tratado de hacer olvidar al «presidente bling-bling» [apodo que hace alusión a su gusto desmedido por el lujo, el dinero y la farándula]. Pero, ¡atención, que el bling-bling no es totalmente negativo!

-Es negativo para el microcosmos intelectual y político parisino

– incluida una parte importante de la izquierda. Para cambiar esa imagen, Sarkozy apareció en la conferencia de prensa drapeado de los hábitos de un presidente que yo llamaría gong-gong.

-¿Qué es eso?

-Místico. Se vistió de apóstol de los valores, de la moral. Quiso decir que ha dejado de estar en lo instantáneo para inscribirse en el tiempo, en el futuro.

-Pero cuando hizo alusión a los viajes de Mitterrand con su familia a Egipto en un avión de la República, para justificar haber utilizado con Carla el jet privado del empresario Vincent Bolloré, ¿no dio, en realidad, una imagen desoladora?

-Desoladora y fuera de lugar. Es cierto que tuvo varios momentos de agresividad fuera de lugar. Sarkozy tiene necesidad de esos gestos negativos. Usa constantemente la ironía.

-¿Y eso le funciona?

-Esas cosas no son demasiado geniales porque no son muy zen. Si quiere ser un presidente gong-gong debe ubicarse por encima de todo eso. También es cierto que todo el mundo esperaba que hablara sobre la crisis económica y no lo hizo. Pero, a la vez, la política hoy es espectáculo y en esa conferencia de prensa vimos un formidable show. Estamos en una sociedad mediática, la gente quiere show. Los políticos son evaluados menos por sus resultados que por su capacidad de simular la sinceridad, de parecer auténticos, en acción. Y Sarkozy es inigualable en esa suerte de ilusión de la acción.

-Es curioso. En el extranjero, donde se solía utilizar la imagen del presidente francés como ejemplo de lo que debía ser un jefe de Estado, la gente se muestra menos entusiasta con Sarkozy que los propios franceses.

-Comprendo, pero aquí, después de Mitterrand y Chirac, la imagen que se tenía del presidente era de algo paralizado, inmóvil, negativo, fosilizado. Hoy los franceses agradecen a Sarkozy haber rejuvenecido esa institución, hacerla más activa, más cercana, más viva. Las encuestas que hicimos para el libro demuestran que Sarkozy es apreciado por eso, aunque a veces vaya demasiado lejos, como sucedió con el episodio Carla Bruni. Y, ¿cómo lo consiguió? Aplicando a la letra las reglas de la telereality («telerealidad»).

-¿Se podría decir que en Francia habrá un antes y un después de Sarkozy para hacer política?

-Después de él podría haber un retorno a valores más tradicionales. A actitudes menos mediáticas. Tal vez más sanas. Pero Sarkozy habrá marcado para siempre la historia de este país en ese aspecto.

-¿Cree usted que Sarkozy podría intentar un retorno a una forma más austera del ejercicio del poder?

-No. Está condenado a seguir el camino que él mismo se trazó.

El perfil

* Política y medios: Denis Muzet nació en 1951. Sociólogo especializado en medios y política, dirige el Instituto Mediascopie, creado por él en 1982. Creó también el Observatorio de Debate Público, que analiza la evolución de la opinión pública francesa.
* El Telepresidente: trabaja en el departamento de Ciencia Política de la Universidad de París y es autor de varios libros. El último de ellos, El telepresidente , salió a la venta la semana pasada en Francia.

Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 13 de enero de 2008.

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