Por Francisco Schiavo.- Solo habrá que desear que Defensa y Justicia haya disfrutado como nunca, que haya memorizado cada momento, cada rincón, cada olor. El de los nervios y el de las lágrimas de felicidad. Porque de las grandes alegrías -y también de las grandes tristezas- se toma conciencia únicamente con el transcurrir de los días. Son sus horas, es su momento. El cimbronazo despejó de un plumazo el sopor en Florencio Varela. Aquel equipo que hasta no hace mucho deambulaba en el ascenso se consagró en la Copa Sudamericana, ni más ni menos. El Halcón supo dar pelea desde la obstinación de una idea. Hernán Crespo terminó de moldear un proyecto con tanto recambio como ingenio. Y allá, en el sur del conurbano, muy lejos del mítico estadio Mario Alberto Kempes, un grupo bravo y numeroso voló con la imaginación y desplegó unas alas amarillas tan grandes como la conquista. Defensa le dio una paliza a Lanús con un 3-0 que significó su primer título grande.
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Porque el fútbol de Defensa se impuso de principio a fin. Lo entendió como una final. Y a Lanús, más allá de energía de José Sand, no le quedó otra más que defenderse. El triunfo empezó a encarrilarse con el taco de Pizzini, con el desborde, el centro y la aparición de Frías. El Halcón había logrado su propósito: ventaja en una final. Signo de total madurez.
Ser el N° 1 siempre es un mérito. Enorme. Mucho más en tiempos de pandemia. Y ni que decir con las herramientas de Defensa, el campeón de los humildes. Ya era una gesta haberse clasificado por primera vez a la Copa Libertadores, en la que el derrotero le deparó una insólita eliminación ante Santos, finalista junto con Palmeiras, cuando la remontada después de la pandemia parecía posible. No hubo mal que. la Sudamericana recibió a Crespo y sus muchachos. Los rivales desfilaron, uno tras otro. Sportivo Luqueño (Paraguay), Vasco da Gama, Bahía (ambos de Brasil) y Coquimbo (Chile), con el que jugó el primer partido en Asunción, luego de la controversia en el país trasandino por los presuntos casos de Covid-19 en la delegación argentina, se rindieron frente a su desenvoltura. También Lanús, que había derribado varios gigantes, en una final encantada.
Defensa y Justicia fue un gallardo campeón. La vuelta olímpica es la consecuencia de la coherencia detrás de una idea poco ortodoxa. Nada de elencos estables ni de entrenadores a largo plazo. En Varela se vive al día y se juega al día. «Si entran diez pesos, se gastan dos o, a lo sumo, tres», suelen decir con orgullo. Es que esa fórmula mágica fue perdiéndose en el fútbol del despilfarro. Y así llegó a primera en 2014. Con esa lógica se sostuvo. Y, apenas seis años después, se llevó la alegría de su vida.
Defensa atacó mucho a Lanús y se defendió cuando hubo que hacerlo. El pizarrón de Crespo fue mucho más veraz que el de Zubeldía, cuyo primer problema fue reemplazar a Lautaro Acosta. Fue un gran mérito del campeón: los granates no patearon al arco. Y así no se puede ser campeón. Mucho menos con el error del colombiano Alexis Pérez, que dejó corto un pase atrás, aprovechado por Romero para el 2-0.
En Defensa y Justicia saben de qué se trata, guiados por el ojo y el muestrario de jugadores del empresario Christian Bragarnik, asesor externo de la institución. Los técnicos que llegan son jóvenes, «modernos», e imaginan ese banco de suplentes como un trampolín hacia desafíos más ambiciosos. No está mal. Nada mal. Como tampoco la apuesta por jugadores de buen pie, pero último mal paso en el fútbol. En Defensa se trabaja tranquilo y, últimamente, el confort gana terreno en las instalaciones en las que, a simple vista, en cada visita se observa un ladrillo más. También es un refugio ideal para aquellos jóvenes sin lugar en sus clubes de orígenes. Por ahora, el Halcón vive de prestado y no le debe a nadie. Mal no le va.
La final definió con la aparición de Camacho, que definió con un Lanús desmembrado. La proeza estaba consumada desde mucho antes. Quizá desde el mismo momento en el que abandonó la Libertadores.
¿Y qué decir de Crespo? El hombre hace algún tiempo dejó el confort del haras de lujo en el que vivía en Italia y el instinto competitivo lo devolvió a la Argentina. Banfield fue su primer examen. Reprobado, pese a algunos destellos que podían anunciar algo interesante. Defensa y Justicia, definitivamente, su graduación. Fútbol pretencioso y, sobre todo, adaptado a las herramientas a mano. Nada le falta. Nada le sobra.
Ahora, la ganancia es deportiva y económica. «Hasta no hace mucho había jugadores que no querían venir al club o que tenían a Defensa como la última alternativa. Eso fue cambiando en los últimos años, a medida que fuimos consolidándonos», reconoció Diego Lemme, hombre fuerte del fútbol e hijo de José, el presidente que asumió en 1992 y acentuó esa identidad pujante y austera que trajo al club hasta acá. Llegó el día que jamás imaginó. Defensa y Justicia roza las nubes. Y se siente como nunca en la inmensidad de las alturas.
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