Felipe Solá hubiera querido una retirada más elegante. Tuvo que retroceder, en cambio, con modos ciertamente desgarbados. Los intereses y los tiempos de Kirchner no coincidían con los suyos. Ya el Presidente venía ansioso por las demoras de la política bonaerense que le impedían decidir un candidato antes que sus opositores, que aún no lo tienen.
A esas incidencias previas se le sumó la lección de Misiones. Kirchner no habló nunca en público de lo ocurrido en esa provincia, pero la decepción sin medida del penúltimo domingo ha dejado su marca en él. Acostumbrado a ir a donde va la sociedad, con razón o sin ella, tampoco esta vez desafiará el humor colectivo.
En pocos días pasó de ser el más reeleccionista de los presidentes argentinos –aunque se trata, por ahora, de reelecciones de gobernadores– al más reacio a cualquier intento de perpetuidad de los mandatarios provinciales. Repite hasta el cansancio la misma frase: “La sociedad no quiere vernos en esta clase de peleas, sino gobernando”.
Esa es la lectura que hizo de los embrollos misioneros. El jueves lo bajó a Eduardo Fellner, el gobernador jujeño entreverado también él en un complejo trámite de reforma constitucional en su provincia. Kirchner esperó todo el viernes que el mensaje llegara a La Plata, donde Solá no pedía una reforma constitucional, sino una interpretación judicial de la actual Constitución. No importa. Cualquier proyecto forzado de reelección puede irritar la sensible piel de la sociedad cuando observa la ambición de sus políticos.
En la noche del viernes, Felipe llamó al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, con quien ha compartido tiempos de amor y de odio. Pero Fernández es, al fin y al cabo, el principal operador político del Presidente. «Alberto, creo que lo mío no da para más», lo sondeó. Fernández le volvió a repetir la conclusión misionera de Kirchner: la gente común no quiere ver a los gobernantes peleándose por la mejor forma de seguir siendo gobernantes. Felipe no le dijo nada, pero se comprometió a seguir pensándolo durante el fin de semana.
Hasta ese momento, la fórmula elegante de Felipe para retirarse de la reelección, que en principio la Constitución le niega, era esperar un dictamen de la Junta Electoral, donde dos partidos habían pedido la interpretación de la cláusula que regula los mandatos de los gobernadores. Su olfato le indicaba que las cosas no andarían bien ahí. Pero ahí quedarían. Había decidido no recurrir a la Suprema Corte provincial ni, mucho menos, a la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
El fin de semana había leído y escuchado que todo el mundo escribía y hablaba de la finitud irremediable de su proyecto reeleccionista. Entrevió algunos mensajes que salían del corazón mismo del poder. En la noche del domingo volvió a llamar a Alberto Fernández: «Está bien. Me bajo. Pero quiero hacerlo ante el Presidente», le anticipó. Fernández habló con Kirchner en la mañana del lunes y éste se apresuró a darle una audiencia rápida, ante cualquier eventual arrepentimiento.
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La caída de Felipe es una noticia con sabores contradictorios para el Presidente. Por un lado, era el precandidato a la gobernación que mejor medía en las encuestas del oficialismo. Pero, por otra parte, Solá nunca fue un hombre totalmente de él y nunca Kirchner había estado de acuerdo con la vía de una interpretación judicial para alcanzar una reelección que la Constitución le prohibía. Antes, cuando Misiones no lo había despertado aún, el Presidente promovía las reformas constitucionales abiertas a la opinión social. Ahora, ni lo uno ni lo otro.
Lo que le resta a Kirchner no es una tarea menor. Deberá elegir un candidato a gobernador del principal distrito electoral del país que lo exprese cabalmente. Además, Buenos Aires es uno de los pocos distritos que podrán hacer coincidir su elección provincial con la elección presidencial. Es, por lo pronto, el único de los cuatro grandes distritos del país que podrá votar simultáneamente presidente y gobernador.
Dos precandidatos están anotados ya en la grilla presidencial. Uno es el ministro del Interior, Aníbal Fernández, y otro es el presidente provisional del Senado, José Pampuro. El jefe de la cartera de Interior está mejor en las encuestas, pero Felipe Solá no quiere saber nada con él. Pampuro debe remontar aún las mediciones de opinión pública, pero Kirchner comprobó su lealtad y Felipe no le guarda rencores.
La opinión del actual gobernador bonaerense tendrá su influencia, porque abdicó en los tiempos y en las formas que le reclamó el Presidente. Tendrá, incluso, su recompensa si Kirchner es reelegido en octubre del próximo año. No será candidato a vicepresidente mientras esté vigente el proyecto de la concertación con los radicales: esa candidatura es guardada, inamovible, para el gobernador de Mendoza, Jorge Cobos.
Pero podría ser, dijeron en inmejorables fuentes oficiales, ministro del gobierno nacional cuando haya concluido su actual mandato de gobernador. «Felipe es un hombre valioso y tiene futuro en la política argentina», dijeron ayer en la Casa de Gobierno, ya con la renuncia del gobernador en las manos seguras del Presidente.
Un obispo desconocido hasta hace dos meses, Joaquín Piña, con destino en la bella y recóndita frontera norte de la Argentina, ha logrado, con palabras firmes y amables al mismo tiempo, frenar una imparable marea de reformas constitucionales y de ambiciones reeleccionistas en todo el país. El cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, que apoyó a Piña, podrá darse por satisfecho si lo único que se proponía era, como lo hizo trascender varias veces, defender las instituciones e impedir una probable reforma de la Constitución nacional.
Kirchner no habla de Misiones, pero actúa y se rectifica en su nombre. La ineptitud de sus encuestadores en Misiones lo ha convertido, además, en un hombre con escasas certidumbres.
Por Joaquín Morales Solá
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 7 de noviembre de 2006.