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Daniel García: gracias a Dios

Nacido en San Guillermo, pero con una larga residencia en nuestra ciudad, donde vive hoy, dejó atrás una exitosa carrera como juez asistente para convertirse en pastor evangélico. A casi un año de aquella decisión, el hombre que apareció en todos los diarios del mundo informándole a Elizondo que debía expulsar a Zidane, por aplicar un cabezazo, en la final del Mundial 2006, repasa su particular historia de vida.Por Oscar Martínez

El desarrollo personal representa, a la vez, meta y desafío. En el camino hacia la propia realización, el primer paso es conocerse, descubrirse. Tomar la decisión de quitar las máscaras para vernos tal cual somos. Y darnos el tiempo necesario para analizarnos interiormente, conectarnos con lo que creemos, con lo que sentimos y con lo que somos más allá de todo. «Yo vivía muy mal. Me sentía vacío y nada de lo que hacía me dejaba satisfecho. Hasta que, en 1994, escuché por primera vez el Evangelio y algo dentro de mí me dijo que ese era el camino. Mi relación con cualquier tipo de iglesia, hasta ese momento, era inexistente. La única de la familia que oraba era mi suegra. Ella fue la que nos invitó, a mi señora y a mí, a que la acompañemos. Y nos cambió la vida», cuenta Darío García en el límite de los 45 años, cuando para muchos comienza la plenitud, por disponer de la experiencia justa y de la respuesta física necesaria para realizar lo que se ha ansiado por mucho tiempo. Claro que antes de ese descubrimiento hay una historia. La de un muchacho que llegaba regularmente a Rafaela, desde su San Guillermo natal, para formarse como árbitro en nuestra Liga, donde comenzó una carrera que sería meteórica y tendría su punto de explosión con la designación para dirigir el campeonato Mundial de 2006. «Hicimos todos un gran esfuerzo. Yo, viajando permanentemente y mi familia, aguantándome. Pero valió la pena. El fútbol no me solucionó lo económico, pero me aseguró una base, me dio la posibilidad de vivir de lo que me gustaba, de conocer el mundo. Y el Evangelio estaba presente en cada acto. Recuerdo que un día, al llegar a casa, encontré a todos orando para que yo pudiese llegar a ser asistente internacional. El 1 de enero de 1996 me llegó el nombramiento. Apenas tenía cuatro partidos en Primera división». Darío y su mujer, Patricia, ya se habían instalado en nuestra ciudad y la familia seguía creciendo. De a poco se sumaron Paula, que tiene hoy 18 años, Guillermo, de 17, y Cecilia, 8, cuando, a comienzos de 2002, una noticia los conmovió: Darío debía optar entre su trabajo en los Tribunales y el fútbol. Era una cosa o la otra. «No fue un momento sencillo de mi vida, porque decidimos darle prioridad al arbitraje dejando atrás un trabajo que me aseguraba estabilidad para toda la vida. Pero el apoyo de la familia fue clave para que apueste a mi sueño. Estuvimos un tiempo más en Rafaela hasta que decidimos mudarnos todos a Buenos Aires. Llegamos en plena época de cacerolazos, con todo lo que eso significaba. Pero no sólo nos fuimos por el fútbol, sino también por la religión. Y lo hicimos justo cuando comenzaba el Seminario Internacional Teológico Bautista 2002-2003. Allí terminamos de reafirmar nuestras creencias». ¿Cómo se hace para que se complementen dos realidades tan opuestas desde lo ético como el fútbol y la religión? «Porque el Evangelio no te quita nada sino todo lo contrario, te agrega muchas cosas que te ayudan a mejorar tu calidad de vida, tu espiritualidad. Y al mundo del fútbol lo tenía incorporado tal como era. Además, nunca me discriminaron por mi relación con la religión. Ni la dirigencia ni los jugadores y menos aún mis compañeros de arbitraje. Siempre fui muy cuidadoso de predicar sin espantar, era una suerte de misionero entre los árbitros. Una de las mejores cosas que me permitió Dios, fue la de experimentar mis convicciones en un medio de tanta presión como el del fútbol. Ese es mi mayor triunfo, aún por sobre el hecho de haber dirigido la final de un Mundial». Justamente, cuando volviste de ese Mundial, dijiste que tenías decidido el retiro y seis meses después, tras la final Boca-Estudiantes, lo cumpliste. ¿Por qué? «Porque ya no tenía ninguna motivación. Me había dolido mucho quedar fuera del Mundial 2002 pero me recuperé y viví el siguiente como insuperable. Entonces me dí cuenta que si seguía dirigiendo era exclusivamente por dinero. Eso no quiere decir que ya no me guste el fútbol, al contrario. Veo todo lo que puedo y lo disfruto. Pero lo mío allí ya estaba cumplido. Incluso me ofrecieron trabajar en la escuela arbitral, pero decidí seguir el camino de la fe y volver a Rafaela para predicar aquí, en la iglesia El Refugio, que está frente a la Plaza 25 de Mayo». ¿No tomaste una decisión demasiado riesgosa? «Si, quizá tanto como la del 2002, porque lo único que tenía claro eran mis sentimientos. Pero Dios siempre estuvo a mi lado. Aquella vez yo venía de dirigir en la Copa de las Confederaciones y había ahorrado, en dólares, la cuarta parte de todo lo que debía, que era la casa y el auto. Así llegamos a Buenos Aires. Dos días después, el dólar valía cuatro pesos y, mientras el país se caía a pedazos, yo pude pagar todo». ¿Cuáles son las diferencias principales entre la iglesia católica y la evangélica? «Por ejemplo, en el catolicismo uno encuentra la salvación a través del Bautismo mientras que los evangélicos, conforme a lo que dice la Biblia, creemos que la entrega a Jesucristo es un acto voluntario y, por lo tanto, el perdón del pecado llega con una entrega voluntaria. Otra diferencia que se puede ver claramente es que nosotros, los pastores evangélicos, nos casamos, tenemos hijos, no tenemos sostén del Estado, es decir que la iglesia se sostiene con diezmo y ofrendas. Y la iglesia evangélica es carismática, se conforma con los dones de cada uno. El mío es la prédica. Pero, por ejemplo, no soy más que uno que tiene el don del canto y está en la alabanza. No es una iglesia jerárquica». Si hoy tenés que salir del país, ¿qué ponés donde dice Profesión? «En el aeropuerto te ponen Religioso. Pero como yo no hablo de religión sino de relación, no me puse a pensar qué anotaría. La verdad que no lo sé. Quizá anotaría Pastor. O asistente, pero de Dios» . John 3:16 «Todavía me siguen preguntando por la expulsión de Zidane en la final del Mundial. Lo echamos a dúo con el cuarto árbitro, el español Medina Cantalejo. Ví que el francés le hablaba a Materazzi, pero seguí la jugada. Apenas me dí cuenta de que algo había pasado y ya los tenía a Grosso y Bufón protestándome. Lo consulté a Luis sobre qué había visto y él me contó del cabezazo. Entonces le dije a Elizondo, por el intercomunicador, que era para roja. Horacio no se había dado cuenta de nada y se acercó a preguntarme. Le repetí que debía expulsar a Zidane, nada menos. Nos conocíamos tanto que no hizo falta ninguna explicación. Simplemente fue y le mostró la tarjeta. Pero hay una anécdota que, quizá, sea aún más fuerte. Cuando llegué a Alemania comencé a escribir, sin saber bien por qué, sobre un capítulo de la Biblia: Evangelio de Juan, capítulo 3:16. Lo hice todos los días mientras Horacio y Rodolfo Otero me pedían que tuviera cuidado, porque había árbitros de otras religiones y se podían molestar. O la misma FIFA. Pero no pasó nada, incluso firmaba autógrafos y debajo le agregaba Juan 3:16. Hasta que el 6 de julio, el día en que nos comunican que íbamos a dirigir la final, abro mi devocional y veo que corresponde al pasaje bíblico Juan 3:16. Fui y se lo mostré a mis compañeros, no lo podían creer. Y cuando tuvimos que firmar la pelota de la final, le puse de puño y letra John 3:16».

Fuente: diario Castellanos, Rafaela, 26 de noviembre de 2007.

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