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Curas villeros: predicadores de la Teología del Pueblo

Se consideran hijos del movimiento de sacerdotes tercermundistas que lideraba Carlos Mugica, asesinado por la Triple A. Hoy, a 36 años de esa muerte, sienten que su compromiso con los pobres no exige definiciones políticas. ¿Quiénes son y cómo piensan los integrantes del Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia? Su relación con Bergoglio y las tensiones con MacriPor Laura Di Marco (Buenos Aires)

(Por Laura Di Marco).- ¿Usted es de izquierda, padre? -le preguntó una señora de clase media, sin ironía, al padre Gustavo Carrara, párroco de la villa del Bajo Flores.

-No, señora ¿por qué me lo dice?

-No, digo… Como siempre está con los chicos de la calle…

-Yo no sigo a Marx, señora, sino al Evangelio, y a la figura de Jesús: así se corporiza mi opción por los pobres. Mi compromiso con la pobreza es desde la religión, no desde la política. Pero le voy a decir algo: San Juan Crisóstomo, que vivió en el siglo III, tiene unos textos tan audaces que Marx era un poroto a su lado.

El padre Carrara, de 36 años, es uno de los veintidós curas villeros de la Capital, un equipo que fue alimentando el cardenal Jorge Bergoglio, desde su designación, en 1998.

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El trabajo de estos sacerdotes que eligieron vivir muy lejos del paraíso no llamó demasiado la atención ni despertó la curiosidad mediática hasta el año pasado, cuando los narcos afincados en las villas amenazaron de muerte al padre José Di Paola, el padre «Pepe», para todos, mientras andaba en bicicleta solo por esa tierra de nadie donde no entran los taxis ni tampoco, a veces, la Policía. Sucedió hace un año, cuando el párroco de Caacupé y actual coordinador del Equipo denunció, junto con los sacerdotes que lidera, que en los barrios pobres, más allá de las leyes, la despenalización de la droga era un hecho.

«Dejate de joder o vas a ser boleta», lo interceptó uno de esos narcos, a los que Bergoglio bautizó «mercaderes de las tinieblas». Pepe tardó en procesar la amenaza. El obispo, al revés: la tomó muy en serio. Tanto, que la llevó enseguida a los medios. Fue entonces cuando la Argentina conoció la silenciosa tarea de Pepe y los curas villeros, y su compromiso con la recuperación de los chicos adictos al paco.

Desafíos de otra época
Hace 36 años -se cumplen este martes 11 de mayo-, el padre Carlos Mugica, el hombre de quienes estos curas se consideran herederos espirituales, tuvo menos suerte: cercano a la militancia social de Montoneros, sucumbió a la lógica violenta de la época tras una emboscada de la triple A. Precisamente, los curas del Padre Pepe le rendirán su homenaje el próximo domingo con una misa en la parroquia Cristo Obrero, fundada por Mugica, y una conferencia de prensa previa en la que el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia hará público un nuevo documento, el tercero del grupo, con eje en el Bicentenario.

Se consideran hijos del Movimiento de sacerdotes tercermundistas, aquellos que, en los setenta, lideraba Mugica. Entre ellos estaba Daniel de la Sierra, un cura que, para impedir que los militares erradicaran los asentamientos, se tiraba delante de las topadoras del Proceso y hoy está enterrado bajo el altar de la parroquia de la Villa 31.

Es que, en aquella época hiperpolitizada, algunos sacerdotes para el Tercer Mundo entendieron que la forma de luchar contra la pobreza y la exclusión en América latina era abrazar el compromiso político que, para muchos de ellos, pasaba en los setenta por la izquierda peronista.

«Aquellos sacerdotes eran peronistas porque el pueblo lo era», contextualiza hoy el padre Gustavo Carrara.

Claro que las cosas son ahora muy diferentes. «Es otra época y los desafíos son acordes a este momento: hoy lidiamos con la violencia del delito y de la droga, y no con la de la política. Son desafíos nuevos, pero el espíritu es el mismo», define Pepe.

En el primer piso de la parroquia de Caacupé, cinco curas de los asentamientos porteños más populosos de la Capital están reunidos para la nota con Enfoques.

Son las diez de la mañana en la Villa de Barracas y, sentados en ronda, se ceban mate entre ellos. Alrededor de la mesa parroquial, además de Pepe, el líder del Equipo, están Martín De Chiara, de 34 años, párroco de la Villa 3 y del Barrio Ramón Carrillo; Martín Carrozza, de la 31, la Villa de Retiro; Gustavo Carrara, de la 1-11-14, y el padre Juan Isasmendi, que trabaja junto a Pepe, el párroco de Caacupé.
Ellos son los referentes religiosos de las villas más populosas. En su mayoría fueron criados en la clase media, y algunos en la clase media alta, como el padre Mugica. Tienen entre 30 y 40 años, con la excepción de Padre Pepe que, con 47, es el más veterano del grupo, y también el más mediático.

Si bien este equipo existe desde hace más de 40 años -fue creado por el cardenal Juan Carlos Aramburu, en 1969-, lo cierto es que fue el actual obispo porteño, según coinciden los sacerdotes de las villas, quien decidió destinar más curas a los asentamientos, más recursos, y levantar más parroquias. Así, el equipo pasó de tener ocho sacerdotes, a fines de los noventa, a veintidós, para la asistencia de las 180 mil personas que, se calcula, viven en los asentamientos de la Capital

Fue el cardenal en persona quien visitó al sacerdote de Barracas la mañana que le siguió a la amenaza. Bergoglio llegó caminando solo, por las calles de tierra de la barriada, ante la mirada sorprendida de Pepe:

-Pero… ¿qué hace acá? -le preguntó preocupado.

-Vine a saludarte -le respondió el Obispo.

El cardenal es un gran enamorado de esa religiosidad popular, dicen los curas, y cuentan que es bastante común que, durante las peregrinaciones juveniles a Luján, sea Bergoglio el confesor que se instala, sin que los jóvenes peregrinos lo sepan, en la basílica.

Tampoco es raro, dicen, que llegue de improviso a un comedor popular o a la fiesta de una Virgen en alguna de las barriadas donde trabaja el equipo.

La cercanía y el compromiso de Bergoglio con este grupo que trabaja en las villas despertó no pocas especulaciones en su momento, cuando no alguna sorpresa. Considerado habitualmente como un hombre de pensamiento político de centro, cuando no de derecha, filoso crítico del Gobierno, Bergoglio no parecía coincidir con el espíritu de este equipo que se siente heredero espiritual del padre Mugica, ícono de la militancia setentista. En un libro publicado hace pocos días, El Jesuita (Vergara), de Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin, el mismo cardenal respondió a quienes le cuestionan su papel durante esos difíciles años 70, habló de los sacerdotes jesuitas desaparecidos que trabajaban en la Villa del Bajo Flores y dijo: «Hice lo que pude con la edad y la poca influencia que tenía».

Por aquellos años, hubo algunos sacerdotes tercermundistas que adscribían a la Teología de la Liberación, una corriente de la Iglesia, cuyos principales referentes fueron el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff, que utilizaba categorías marxistas para analizar a la sociedad. Sin embargo, los sacerdotes villeros de la actualidad suscriben hoy a otra corriente que denominan la Teología del Pueblo.

¿De qué se trata y en qué se diferencian una y otra filosofía?

Lo explican: la Teología del Pueblo se basa en la sabiduría popular, no en categorías o diagnósticos que se imponen desde arriba. Se la puede pensar, dicen los sacerdotes, como una hermenéutica del pueblo pobre, escaso de riqueza pero no de saber.

Las ideas se alimentan, bajo este paradigma, de la vida, indica Carrara: «Aquí no existe izquierda o derecha, existe querer tener agua, luz, vivir mejor». Para estos curas, «la ilustración» -es decir, la academia o los intelectuales- viene con conceptos amasados previamente que a menudo no encuentran conexión con la realidad de la pobreza.

La Teología del Pueblo tiene sus propios referentes locales: Lucio Gera y Rafael Tello fueron dos de ellos. Tello creó, en los setenta, la peregrinación juvenil a Luján, que actualmente está compuesta por un 80 por ciento de jóvenes pobres.

La caminata a Luján es un claro ejemplo de lo que el cardenal jesuita entiende como religiosidad popular porque fue una idea que le sugirió una señora de la Villa del Bajo Flores al padre Tello, en su época.

«Creen que van a hacer la revolución caminando a Luján», fustigaban, en los setenta, los militantes de la izquierda, que no se resignaban a la imposibilidad de sumar de lleno a su causa a aquellos curas que simpatizaban con los pobres. Una parte de la clase media también los atacaba: los veía como guerrilleros con sotana.

«Eran tiempos de incomprensión -reflexiona Pepe-, pero hoy, corrida la ideología, todo está más claro.»

«Nosotros no tenemos que meternos en los vaivenes de la política porque los políticos exigen una fidelidad ciega que, muchas veces, olvida a las personas concretas. Y nosotros estamos junto a las personas concretas», explica De Chiara.

De hecho, la Iglesia impide a sus sacerdotes participar de la política partidaria. La política partidaria parte, dice el padre Guillermo Marcó, que fue durante años vocero de Bergoglio. Pero eso no impide que los sacerdotes sí puedan fijar su posición en cuestiones de política pública -la política entendida en un sentido amplio-, como de hecho lo hacen.

Mugica, por ejemplo, había integrado la comitiva que acompañó a Perón de regreso a la Argentina. Es esa definición, explícita, la que hoy no quiere la Iglesia.

-Ahora, dicen que el cardenal es peronista, ¿eso es cierto?

Largo silencio. Los curas se pasan el mate y se miran entre sí. «Ah, eso ni Dios lo sabe», suspira el padre Carrara. Los demás se ríen, pero nadie habla. Es obvio que es un tema en el que prefieren no ahondar.

-También se dice, desde el kirchnerismo por ejemplo, que el cardenal es un hombre de derecha.

En esto sí quieren ahondar.

«Mirá, la sociedad tiene una concepción simplista, o sos esto o sos lo otro, y entre los políticos parece que hay más dogmáticos que entre los religiosos -desafía, Pepe-. Hay que calificar a las personas por lo que hacen. ¿Puede ser de derecha alguien como Bergoglio, que duplicó la cantidad de sacerdotes en las villas o que es un fanático de la religiosidad popular? Porque cuando un Arzobispo nombra a un sacerdote en un destino es porque lo deja de nombrar en otro. Es decir, está haciendo una opción. Y la opción, en este caso, es clara».

El equipo, que se reúne cada quince días para reflexionar, produjo dos documentos importantes, y va por el tercero (el que presentarán el próximo domingo, en el homenaje a Mugica).

El primero, en 2007, fue «Reflexiones sobre la urbanización y el respeto por la cultura villera», un texto en el que se pronunciaron por la integración. Los curas volvieron a salir al cruce más tarde sobre el mismo tema cuando el actual jefe porteño evaluó la posibilidad de llamar a un plebiscito en el que les preguntaría a los vecinos por el destino de los asentamientos. «Lo primero que queremos afirmar es que estas personas son vecinos de la ciudad de Buenos Aires -le escribieron los curas a Macri-. Por eso, nos parece que no se puede decidir por ellos».

El Equipo se enfrenta hoy con una batalla cultural, tanto o más pesada que la política: tratar de integrar a los villeros a una ciudad que los rechaza y les teme.

En 2009 firmaron el segundo documento, sobre el consumo de drogas, que desencadenó la amenaza a Pepe.

También, desde la Pastoral Universitaria, Guillermo Marcó lidera el proyecto «Generación Universitaria», un programa entre la Universidad Católica y los chicos de Villa Soldatti. Los estudiantes de la UCA, de clase media, se juntan los domingos por la mañana con los chicos pobres para hacer actividades en la villa del padre De Chiara.

Martín Carroza, de la Villa de Retiro, habla de ese monstruo que alimentamos entre todos: el desprecio. «Hace poco se hablaba de un muro en San Isidro, pero existen otros muros que son tan sólidos como una pared: la indiferencia, la desconfianza, el creer que son todos vagos que quieren vivir de planes, que son chorros», dice.

El padre Isasmendi completa la idea. «La marginalidad es un no lugar en la sociedad y todos somos responsables de su creación. Cuando una persona es marginada en forma constante, siente que su vida no vale. Entonces, cuando uno de estos pibes roba una canilla en el barrio de al lado, ahí sí se alzan todas las voces acusatorias, pero nadie ve que ese hecho tiene una responsabilidad colectiva.»

Por los asentamientos de la Capital, sobre todo por los más populosos, pasan todos: funcionarios, gente que quiere ayudar desde redes sociales, turistas en busca de llevarse una postal de la pobreza. Pasan, también, políticos en campaña, con sensibles discursos sobre la pobreza. Pero la realidad es que los que viven en el barro y se mezclan a diario con la miseria, la muerte y la mala vida son estos hombres, sacerdotes de villas de emergencia, quizá los únicos padres simbólicos a los que pueden acudir por ayuda los olvidados del mundo.

Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 9 de mayo de 2010.

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