Luego de cuatro años y medio, Néstor Kirchner deja la presidencia y todavía queda el interrogante sobre si lo que viene podrá definirse con la fórmula “Cristina al gobierno, Néstor al poder”. Por supuesto que el matrimonio niega tal posibilidad, pero todos perciben que algo parecido al viejo “Cámpora al gobierno, Perón al poder” pueda reeditarse. En todo caso, poca importancia tiene, dado que difícilmente Cristina Fernández de Kirchner se aparte demasiado del rumbo marcado por su marido durante su gestión.
¿Qué nos deja Kirchner luego de haber llegado al gobierno con solamente el 22% de los votos?
Estos cuatro años y medio se han caracterizado por una forma de ejercer el poder que los medios bautizaron como “estilo K”. ¿En qué consistió el “estilo K”? En mostrar permanentemente una actitud agresiva, intolerante y descortés hacia todo aquellos que no pensaban como el presidente. Así, la Argentina vivió un estado de irritación permanente.
De igual forma, el “estilo K” pretendió imponer respeto mediante una actitud prepotente. Kirchner no se ganó el respeto por medio de sus ideas, sus políticas públicas o su accionar, sino que utilizó la agresión verbal como medio de intimidación. Ni siquiera logró, como logran muchos políticos populistas, recibir el aprecio de la gente. Juan Domingo Perón no fue un modelo de estadista, sino un típico político populista, aunque tenía un carisma que, así como generaba odios, también producía simpatías en muchos sectores de la sociedad. No fue ése el caso de Kirchner. En ningún momento sus políticas populistas generaron una corriente de simpatía hacia su persona, ni siquiera de aquellos que se beneficiaron con las mismas.
Por otra parte, estos cuatro años y medio tuvieron varias características sobresalientes. Una de ellas consistió en reabrir las heridas de los 70 impulsando deliberadamente una visión distorsionada de aquellos años. Fue un tema sobre el que se volvió permanentemente.
Como un chico con un juguete nuevo, Kirchner utilizó el poder para perseguir a las Fuerzas Armadas y de Seguridad por lo ocurrido 30 años atrás. La falta de un verdadero espíritu de justicia se verifica en un simple hecho: en ningún momento de su mandato se le escuchó al presidente pronunciar un solo párrafo contra el terrorismo de Estado importado desde Cuba que imperó en los 70, nunca emitió un juicio condenatorio de los asesinatos y secuestros que perpetraron los terroristas financiados y entrenados en Cuba y Libia. Por el contrario, se abrazó y financió a Hebe de Bonafini, una mujer que festejó los ataques a las Torres Gemelas en los que murieron miles de inocentes, apoyó el terrorismo de ETA y dijo que en el Museo de la Memoria había que exhibir las armas que habían utilizado los terroristas.
Tal fue el grado de desprecio a la verdad histórica que Kirchner ni siquiera denunció a los terroristas que intentaron tomar el poder por la fuerza de los fusiles para establecer una dictadura al estilo cubano cuando Perón todavía era presidente y luego continuaron con los ataques cuando Isabel Perón estaba el frente del Ejecutivo. No sólo no los denunció por levantarse contra el orden constitucional, sino que, además, a principios de 2007 intentó enjuiciar a Isabelita por los crímenes de la Triple A, tentativa que quedó en la nada cuando algunos dirigentes sindicales rápidamente advirtieron: con Perón no se jode.
La mentira compulsiva constituyó otra de las características de estos cuatro años y medio. Basta recordar el famoso cassette que se iba a dar a conocer para descubrir a los responsables del atentado de la AMIA, que nunca apareció y del que después se desmintió que se hubiese dicho que existía. O los memorables 30.000 millones de dólares de inversiones chinas que nunca llegaron, los índices del INDEC truchados, la información fiscal distorsionada, la negación de la existencia de una crisis energética que está a la vista de todo el mundo y tantos otros hechos que, por momentos, parecieron mostrar a la mentira como el único discurso posible.
En lo económico, las características del kirchnersimo consistieron en resucitar la inflación, el estatismo, las regulaciones y los controles de precios, lo que retrotrajo a la Argentina a sus peores momentos y cuyas consecuencias ya comienzan a pagarse. Los aumentos de precios y tarifas que comenzaron a verse inmediatamente después de las elecciones del 28 de octubre son apenas una muestra de lo que está por venir como consecuencia de lo que se hizo durante cuatro años y medio.
Aislar económicamente a la Argentina del mundo cerrando las importaciones y limitando las exportaciones fue otra muestra de una política anclada en el pasado, que ningún país exitoso ha aplicado. Otros errores que ayudaron, asimismo, a alejarnos del escenario mundial fueron la alianza con el autocrático e intolerante Hugo Chávez, quien pretende volver a levantar el Muro de Berlín después de 16 años de su caída, y el innecesario conflicto con nuestros hermanos uruguayos.
Lejos de buscar la concordia y la paz entre los argentinos, Kirchner utilizó el atril para, mediante encendidos discursos, producir enfrentamientos en la sociedad. Algunas frases memorables fueron: “La oligarquía vacuna quiere lucrar con el hambre de los argentinos”, “los datos del INDEC sobre inflación son ciertos, pero hay algunos vivos que pretenden lucrar con los bonos ajustables por CER”, “las privatizadas ganaron mucho en los 90 y ahora tienen que ganar menos” y “no les tengo miedo” (esta última, pronunciada durante un acto en presencia de miembros de las Fuerzas Armadas que, en algunos casos, ni habían nacido en 1976). El periodismo, la Iglesia Católica, economistas independientes y muchos otros sectores también fueron blancos de los dardos de un Kirchner permanentemente agresivo.
Ayudado por una circunstancia económica excepcional y aplicando impuestos altamente distorsivos, el presidente armó una caja que le permitió comportarse en forma intolerante a cambio de un televisor de plasma o algún fondo para una intendencia.
Nuestro país está inmerso en un cono de sombras del cual solo podrá salir cuando se ponga en funcionamiento en serio el sistema económico y, al mismo tiempo, el sillón de Rivadavia lo ocupe alguien que deje de lado los odios y resentimientos para, en base a la concordia y el respeto, poner todos sus sentidos y empeño en construir una Argentina para el futuro.
Fuente: Economía Para Todos, www.economiaparatodos.com.ar.