CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 5 marzo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que dirigió Benedicto XVI este domingo a mediodía al rezar la oración mariana del Ángelus desde la ventana de su estudio junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
El miércoles pasado comenzamos la Cuaresma y hoy celebramos el primer domingo de este tiempo litúrgico, que estimula a los cristianos a comprometerse en un camino de preparación para la Pascua. El Evangelio nos recuerda hoy que Jesús, después de haber sido bautizado en el río Jordán, movido por el Espíritu Santo, que se había posado sobre él, revelando que era el Cristo, se retiró durante cuarenta días en el desierto de Judá, donde venció las tentaciones de Satanás (Cf. Marcos 1, 12-13). Siguiendo a su Maestro y Señor, también los cristianos entran espiritualmente en el desierto cuaresmal para afrontar junto a Él «el combate contra el espíritu del mal».
La imagen del desierto es una metáfora sumamente elocuente de la condición humana. El libro del Éxodo narra la experiencia del pueblo de Israel que, tras haber salido de Egipto, peregrinó en el desierto del Sinaí durante cuarenta años, antes de llegar a la tierra prometida. Durante ese largo viaje, los judíos experimentaron toda la fuerza y la insistencia del tentador, que les inducía a perder la confianza en el Señor y a volver atrás; pero, al mismo tiempo, gracias a la mediación de Moisés, aprendieron a escuchar la voz del Señor, que les llamaba a convertirse en su pueblo santo. Al meditar en este pasaje de la Biblia, comprendemos que para realizar plenamente la propia vida en la libertad es necesario superar la prueba que comporta la misma libertad, es decir, la tentación. Sólo si se libera de la esclavitud de la mentira y del pecado, la persona, gracias a la obediencia de la fe que le abre a la verdad, encuentra el sentido pleno de su existencia y alcanza la paz, el amor y la alegría.
Precisamente por este motivo la Cuaresma constituye un tiempo favorable para una atenta revisión de vida en el recogimiento, en la oración y en la penitencia. Los ejercicios espirituales, que como es tradición, tendrán lugar desde esta tarde hasta el próximo sábado aquí, en el Palacio Apostólico, me ayudarán a mí y a mis colaboradores de la Curia Romana a entrar con mayor conciencia en este característico clima cuaresmal.
Queridos hermanos y hermanas, mientras os pido que me acompañéis con vuestras oraciones, os aseguro un recuerdo ante el Señor para que la Cuaresma sea para todos los cristianos una ocasión de conversión y de un impulso más valiente hacia la santidad. Invoquemos por esto la maternal intercesión de la Virgen María.
[Tras rezar el Ángelus, el Papa dirigió este saludo a los peregrinos:]
El sábado próximo, 11 de marzo, a las 17,00 horas, en el Aula Pablo VI, se celebrará una vigilia mariana organizada por los jóvenes universitarios de Roma. Participarán también, gracias a conexiones radio-televisivas, numerosos estudiantes de otros países europeos y de África. Será una ocasión propicia para pedir a la Virgen Santa que abra nuevos caminos a la cooperación entre los pueblos de Europa y de África. ¡Queridos jóvenes, espero que participéis en gran número!
[A continuación, el Papa dirigió su saludo en seis idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española presentes en el rezo del Ángelus, de modo especial a los alumnos del colegio «Gredos San Diego» de El Escorial y a los fieles de las parroquias de Nuestra Señora de la Merced de Burriana y Santísima Trinidad de Castellón. Os invito a vivir este tiempo cuaresmal, a través del ayuno, oración y limosna, como un camino de peregrinación interior hacia Jesucristo, que es la fuente de la misericordia. Os deseo a todos una santa Cuaresma.