Por Quique Bianchi.- El 11 de junio de 1982 tuvo lugar la única visita de un Papa a la Basílica de Luján, ubicada a unos setenta kilómetros de Buenos Aires. Allí se venera una pequeña Imagen de terracota que se quedó milagrosamente en esas tierras hacia 1630 al cuidado de un negro esclavo llamado Manuel, hoy en proceso de canonización. Por esos tiempos la pampa argentina era prácticamente un desierto apenas poblado por gente humilde y muy sufrida. Ha sido tanta la afluencia de peregrinos en estos casi cuatro siglos y tan decisiva su presencia en la historia que en 1930 fue nombrada patrona de la Argentina.
En su rica historia esta advocación mariana ya había tenido en 1824 la visita de quien luego fuera Pío IX, Juan Mastai Ferrati, como joven secretario de una delegación pontificia de paso hacia Chile. También rezó ante la patrona de la Argentina el cardenal Eugenio Pacelli como legado pontificio para el Congreso Eucarístico de 1934, apenas cinco años antes de acceder al solio pontificio bajo el nombre de Pío XII. Curiosamente, se trata de los dos Papas que declararon los últimos dogmas marianos: el de la Inmaculada Concepción (1854) y el de la Asunción (1950).
La primer visita de un Papa a la Argentina se daría en junio de 1982, en un contexto especialmente delicado. El pueblo argentino estaba pasando uno de los momentos más difíciles de su historia reciente. Desde hacía seis años el país era gobernado por una dictadura militar que aplicó el terrorismo de estado y llevó adelante una de las represiones más sangrientas de nuestra historia.
En una desesperada búsqueda de legitimación, el 2 de abril de 1982 emprendió la aventura militar de reconquistar las Islas Malvinas. Tocaba así un nervio del corazón argentino. La ocupación extranjera de una parte del territorio nacional es una de las heridas abiertas de nuestra historia. Muy pronto se reveló la insensatez de semejante arresto bélico. Soldados casi sin entrenamiento militar y con escasos pertrechos fueron las víctimas de ese sacrificio. De ellos, 649 dejaron sus vidas en las islas. Para principios de junio la derrota era prácticamente total. En ese contexto de angustia Juan Pablo II decidió venir a Argentina. Pocos días antes había visitado el Reino Unido en una gira prevista con mucha antelación y su corazón de pastor le reclamaba un gesto de cercanía al pueblo argentino. Como la visita duraría sólo un día y medio decidió ir directo al corazón: al santuario de Luján.
Ese 11 de junio, a pesar del frío y la lluvia, se congregó una verdadera multitud. El Papa llegó como peregrino en el tren que venía desde Morón. La imagen de su encuentro con el pueblo argentino en la avenida principal de Luján, tal como puede verse hoy en Youtube, es sobrecogedora. La Virgen fue sacada de su camarín y llevada en andas al atrio desde donde acompañó la misa. Juan Pablo II se arrodilló unos instantes ante ella y depositó a sus pies la Rosa de Oro, una condecoración que desde la Edad Media otorgan los Papas a personalidades destacadas o a algunas advocaciones de la Virgen. En su homilía, repitió las palabras que sobre Luján dijera Pío XII en 1944 recordando su visita a este santuario: “en este lugar se llega al fondo del alma del gran pueblo argentino”.
Se cuenta que a la hora de volver desde la Basílica a la terminal de trenes el Papa rechazó el vehículo oficial porque tenía vidrios polarizados que le impedirían saludar a la gente y pidió ser llevado en un ómnibus de línea que estaba dispuesto para trasladar a los periodistas. Ese colectivo luego de muchos años de servicio fue restaurado y puede verse hoy en el Museo de Luján.
Para terminar esta breve memoria que habla de la Virgen de Luján y los Papas no podemos dejar de hacer una referencia a otro asiduo peregrino lujanense, hoy obispo de Roma, que seguramente llegó más de una vez en colectivo. Muchas cosas podrían contarse de su devoción lujanense. Traigamos apenas una simpática anécdota que relata en el libro reportaje Ella es mi mamá. Cuenta el entrevistador –el padre Awi Melo– que en un momento del diálogo el Papa hace una pausa, suelta un par de botones de su sotana blanca a la altura del pecho y con brillo en los ojos y cierto aire de “revelación” le muestra una bolsita que lleva cosida: “Tengo aquí un relicario, llevo conmigo algo muy especial… un purificador con el cual limpiaron la imagen de la Virgen de Luján… A este punto llegó Luján: yo tengo acá el trapito con el cual han limpiado su Imagen”.
Fuentes: https://www.vaticannews.va/es, https://www.lanacion.com.ar/. El autor es sacerdote de la diócesis de San Nicolás.