Por Joaquín Morales Solá.- Una guerra civil amenaza al kirchnerismo. La situación de implosión que vive la pandilla gobernante es tan alarmante que exhibe casi obscenamente la falta de liderazgos no solo en el cristinismo, sino también en el peronismo en general. Conviene poner la lupa en las palabras del ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, porque éste es un peronista que jamás nadará en contra de la corriente mayoritaria de su partido. La Cámpora, otrora todopoderosa, está desesperada: se contradicen sus dirigentes, atacan a Sergio Massa (quien era su aliado hasta hace poco) y colocan al país a un paso del abismo cuando reclaman una ruptura con el Fondo Monetario. Cristina Kirchner se ocupa de la humano y de lo divino en discursos académicos, pero es incapaz de imponer cierta disciplina entre los dirigentes de su facción. Alberto Fernández resiste sentado, como un Buda, pero por primera vez desoye la orden cristinista de que vuelva a casa cuando concluya su actual mandato.
Es difícil imaginarlo a Aníbal Fernández deslumbrado con el otro Fernández, el Presidente. Conoce sus limitaciones y sus errores, pero la defensa del jefe del Estado es un buen pretexto para hacer lo que considera oportuno: castigar al cristinismo e incluso a su jefa y al hijo de la jefa. Es cierto también que Aníbal Fernández fue, como buen peronista, cuidadoso con los presidentes peronistas. Ahí está su historia: fue sumiso con Carlos Menem, con Eduardo Duhalde y con Néstor y Cristina Kirchner. Aníbal Fernández merodea y frecuenta al peronismo. Fue intendente de Quilmes y vive en Lomas de Zamora; el conurbano es su lugar en el mundo, desprolijo y caótico. Los viejos y los nuevos intendentes peronistas hablan con él más de lo que se sabe. Con el argumento de la inseguridad, que no resuelve ni él ni nadie, también parlotea seguido con los gobernadores peronistas.
Con Alberto Fernández tiene un historia de celos y de amores sucesivos. Celaba de él cuando el actual presidente era jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y Aníbal era el ministro del Interior. Pero nunca rompió. El Presidente lo rescató en 2020 de la nadería que detesta cuando lo nombró interventor de Yacimientos Carboníferos de Río Turbio. Poco, pero peor es nada. Aníbal venía de perder unas elecciones de concejal en Pinamar. Perseveró hasta que Alberto Fernández lo encumbró en el cargo que tiene ahora, un atril que convirtió rápidamente en la defensoría permanente del Presidente y en el aguijoneo pertinaz del cristinismo.
El ministro de Seguridad acaba de zarandear públicamente a Cristina Kirchner, a quien sirvió en su época como senador nacional, ministro de Justicia y jefe de Gabinete, porque considera que la vicepresidenta está desestabilizando a un gobierno peronista. Imperdonable. ¿Es cierto que cree eso o es otro pretexto? ¿No es, acaso, el portavoz de un sentimiento profundo del peronismo histórico, al que Aníbal pertenece por condición etaria y por experiencia existencial?
Sus argumentos no carecen de lógica. Dijo, por ejemplo, que Cristina Kirchner se critica a sí misma cuando critica al gobierno de Alberto Fernández porque ella forma parte de la actual administración y porque, además, el Presidente llegó a ese cargo por decisión de ella. “Llegaron a una responsabilidad que no están ejerciendo”, señaló e hirió el narcisismo vicepresidencial. También mostró la contradicción del “luche y vuelve”. Pero, ¿no es que Cristina Kirchner estaba proscripta?, hostigó. “No se puede estar proscripta y que sus seguidores anden promoviendo su candidatura”, asestó.
¿Quiere ser candidata? Si así fuera, que vaya a competir a las PASO, la ninguneó y golpeó otra vez contra el monumental ego de la expresidenta. Es el único miembro de la nomenklatura gobernante que dice que Cristina Kirchner no está proscripta. O es el único que se anima a decirlo porque todos saben que no estará proscripta por la Justicia hasta que exista una sentencia firme; para que esto suceda deberán transcurrir varios años. La estocada más profunda a la familia Kirchner se la dio cuando aseguró que nunca supo de qué trabaja Máximo Kirchner, una crítica que la oposición le hizo siempre al heredero de la poderosa dinastía política. Peor: no le reconoció “estatura” a Máximo Kirchner para darle consejos al peronismo. El peronismo es demasiado importante para Aníbal Fernández como para aceptar que Máximo Kirchner sea su intérprete.
Sin embargo, la pregunta que surge consiste en saber si Aníbal Fernández hubiera dicho lo mismo si los Kirchner conservaran el poder que tenían sobre el peronismo. Todo lleva a la conclusión de que Aníbal Fernández es solo la expresión pública de un movimiento subterráneo y soterrado del peronismo que lideran gobernadores e intendentes de ese partido. Olfatea, en síntesis, una renovación por venir más pronto que tarde. Esos líderes locales callan; hasta guardan silencio sobre las condenas judiciales que se abaten sobre Cristina Kirchner. Ella llegó a decir que no existe el Estado de Derecho bajo un gobierno que le pertenece, porque tres jueces la condenaron con argumentos letales a la cárcel por hechos gravísimos de corrupción. Y agregó que el día en que intentaron matarla se quebró el pacto democrático de 1983. ¿No se quebró cuando Raúl Alfonsín fue víctima de un intento parecido y también fallido? ¿Tampoco se quebró cuando el entonces presidente Mauricio Macri fue acorralado en un rincón recóndito de la Patagonia y las pedradas hicieron estallar los vidrios de la camioneta en que viajaba, situación que colocó en serio riesgo su integridad física? Los agresores eran militantes kirchneristas a la orden de Oscar Parrilli, el eterno servidor de Cristina Kirchner. La denuncia terminó en nada. Por lo que se ve, Cristina Kirchner cree que solo ella personifica el pacto democrático.
Los Kirchner tienen una obsesión vieja contra el Fondo Monetario. Es lo que lleva a que ejecutivos del organismo multilateral digan que son más buenos ahora que con Macri porque simplemente en el país “no hay gobierno”. El Fondo provocó una contradicción pública dentro de los propios camporistas. Un día Andrés “Cuervo” Larroque, uno de los tres principales jefes de La Cámpora, dijo que a Sergio Massa lo “quiero siempre en mi equipo”. Al día siguiente, el lunes último, La Cámpora se despachó contra el acuerdo firmado por Massa con el Fondo Monetario. Resulta que el organismo calificó de “situación imprevista” la incorporación de 800.000 jubilados más al sistema previsional, personas que no hicieron los aportes suficientes o no trabajaron los años necesarios. El Fondo le reclamó al gobierno de Alberto Fernández que compense con otros ajustes de los gastos del Estado los recursos que se dedicarán a esa medida populista que, a la larga, perjudicará a los jubilados que hicieron los aportes y trabajaron los años correspondientes. Tendrá que haber un ajuste esta vez. También los camporistas se enredaron en peleas inútiles porque el ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro (el tercero de los tres máximos jefes de La Campora, junto con Larroque y Máximo Kirchner), se saludó con directivos de medios periodísticos independientes en Expoagro. Ya no cuestionan la ideología ni las políticas, sino solo las buenas maneras. ¿Qué esperaban? ¿Acaso que De Pedro vaya a Expoagro, que organizan La Nación y Clarín, y que les dé la espalda a sus directivos?
El sábado último, Máximo Kirchner protagonizó un duelo verbal de baja calidad con el gobernador bonaerense Axel Kicillof. Discutieron desde la tribuna sobre si el gobierno debe bajar hacia la sociedad o si esta debe subir al gobierno. No hay ejemplo de un debate más insustancial, de un desvarío intelectual más inconducente que ese. Puro palabrerío. Bastaría con que resolvieran el problema de la inseguridad o el de la inflación para conformar a la sociedad antes que discutir sobre si la suben o la bajan. ¿Máximo Kirchner no quiere que Kicillof sea candidato a la reelección para darle lugar a Martín Insaurralde, más amigo del hijísimo? Solo necesita decirlo. Kicillof no es un camporista hecho y derecho; es medio fastidioso y no reconoce otro liderazgo que el de Cristina Kirchner. Los propios intendentes peronistas no le tienen mucha simpatía al actual gobernador bonaerense. “Me recibió cuatro veces en casi cuatro años. Una vez por año”, se queja uno de los intendentes más conocidos del conurbano. No es solo Máximo Kirchner el que le tiene antipatía al gobernador bonaerense.
Aníbal Fernández recoge esos síntomas de descomposición y los expone con el desenfado verbal que la ha hecho famoso. El otro Fernández, Alberto, le contó a un periodista oficialista la mecánica para terminar con el kirchnerismo. Uno urde en silencio la finitud de una experiencia peronista de casi 20 años. El otro horada en público a una estirpe que tambalea. Los dos Fernández se proponen convertir en pasado al kirchnerismo y transformar a La Cámpora en una secta de parlanchines.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/