Hoy, en la sociedad y en la propia vida de la Iglesia, «la ausencia de Cristo es espantosa [y] lamentablemente, la Iglesia es identificada como la que custodia las leyes, la que defiende los principios morales». Lo afirma nada menos que el predicador del Papa, el padre Raniero Cantalamessa, que vino al país para dar un retiro espiritual a los obispos argentinos.
Participaron una treintena de prelados que se adhirieron a la propuesta de la comisión ejecutiva del Episcopado: reflexionar junto al sacerdote que cada viernes durante la Cuaresma y el Adviento diserta frente al Santo Padre, los cardenales, obispos y sacerdotes del Vaticano.
Cantalamessa fue designado predicador de la Casa Pontificia por Juan Pablo II en 1980 y ratificado por Benedicto XVI. Es franciscano capuchino, doctor en teología y en literatura, especializado en cristología y fiel seguidor del movimiento de Renovación Carismática.
En su segunda visita al país -donde había estado hace once años-, el sacerdote franciscano, autor también de libros de espiritualidad, fue uno de los principales oradores en un encuentro ecuménico realizado por católicos y evangélicos en el Luna Park, habló ante un auditorio de unos 2000 oyentes y dictó un retiro a sacerdotes en Córdoba.
Con los obispos
El encuentro con los obispos argentinos no fue el primero -en su anterior visita predicó un ejercicio espiritual a un grupo de presbíteros entre los que había siete obispos-, aunque sí el más importante por haber sido invitado por la Conferencia Episcopal.
En vísperas del inicio de ese retiro, Cantalamessa bromeó entre los periodistas presentes en el Luna Park: «Intentaré, sin decir nada, hacer pasar al Espíritu Santo entre los obispos». ¿Lo logró?
«Al inicio de cada meditación hablamos del Espíritu Santo; ellos lo necesitan mucho, tienen sed de él, porque ellos más que nadie experimentan la necesidad del poder de lo alto», dijo en un diálogo con LA NACION este «humilde sacerdote», como él mismo se describió.
-¿Cuál fue el tema del retiro con los obispos?
-Seguimos la Carta a los Romanos, de San Pablo, porque estoy convencido de que este texto es el mejor programa para una nueva evangelización, y oramos juntos. Hablamos de la situación del pecado del hombre, de la necesidad de una redención, y después de la venida del Espíritu Santo. Es el orden ideal, porque lamentablemente muchas veces se invierte y primero se habla de los deberes, de lo que la gente tiene que hacer, como si la gracia fuera una consecuencia de lo que hacemos. Esto es equivocado y podía funcionar antes, cuando la sociedad era cristiana. Ahora ya no es así.
-¿Cómo es ahora?
-El mundo de hoy está más cerca del mundo de los apóstoles que del mundo de la Edad Media, en el sentido de que los primeros tenían que evangelizar a un mundo precristiano y nosotros tenemos que hacerlo a un mundo poscristiano.
– Así como hace medio siglo se hablaba del olvido de Dios, ¿ahora se podría hablar de un olvido de Cristo?
-Sí. Es verdad que en un tiempo se hablaba de la muerte del Padre y se exaltaba a Cristo y hoy se tiene que hablar de una muerte o de un olvido de Cristo. Entre nosotros hemos intentado prescindir de Cristo; hay un desconocimiento de él. En cierta forma, Jesús tiene mucha popularidad en la cultura actual; se habla mucho de él en los espectáculos y las novelas. Pero si miramos el ámbito de la fe, que es el propio de Cristo, notamos una ausencia espantosa.
-¿También en la Iglesia?
-Sí. En el diálogo entre fe y filosofía, Jesús está prácticamente ausente. Incluso cuando se les pregunta a los creyentes en qué creen, responden que en un Dios creador o en el más allá, y ninguno parece darse cuenta de que la fe cristiana no es simplemente en un ser supremo y creador, sino en Jesucristo, muerto y resucitado. Todos los cristianos, no sólo los católicos, debemos anunciar a Cristo hoy, partir de nuevo desde el principio.
-¿Cómo sería esto?
-Tenemos que aprender el método de los Padres: predicar el kerigma , anunciar a Jesús muerto y resucitado. Proclamar primero a Cristo, hacer que la gente tenga un encuentro personal con él y, después, se puede educar la fe hasta las exigencias más radicales. Lamentablemente, la Iglesia hoy está identificada como la que custodia las leyes, la que defiende los principios morales. Pero la enseñanza de la Iglesia no será aceptada sin Cristo.
-¿Qué conciencia hay de esto entre los obispos y cardenales?
-Cada vez que he propuesto esta reflexión también en la Casa Pontifica y entre obispos y cardenales, he visto que todos estaban convencidos de esto. En su primera encíclica, el Papa va a lo esencial del mensaje evangélico, que es el amor. Porque incluso la muerte y resurrección de Cristo son las pruebas de que Dios nos ama. La insistencia en la belleza y la alegría de la vocación cristina va dirigida a que el cristiano se dé cuenta de Jesús. Es una cuestión de fe y no solamente de disciplina y de moral.
-Hay católicos que parecen descansar en los sacerdotes y religiosos.
-¡Ay de nosotros los católicos si esperamos que los sacerdotes y obispos anuncien a Cristo! Son demasiado pocos. Los hermanos evangélicos nos dan el ejemplo: entre ellos, los laicos anuncian el Evangelio con mucho entusiasmo. A veces, los laicos tienen más posibilidades que nosotros, los sacerdotes. Nosotros podemos ser pastores de ovejas más que pescadores de hombres. Estamos más preparados para lo primero porque no tenemos la posibilidad de ir en alta mar y encontrar a los que se han perdido.
-¿Qué papel desempeña en esto la experiencia?
-Tenemos que anunciar a Cristo a un mundo que le ha dado las espaldas. Ya no es tiempo de quedarnos en discusiones, sino, como decía el Papa, de transformar la materia de discusión teológica en experiencia vivida. No es el momento de discutir teorías, sino de esforzarse por hacer una experiencia de salvación gratuita por la fe en Cristo.
Un rezo por Bergoglio
El cardenal Jorge Bergoglio, presidente del Episcopado Argentino y arzobispo de Buenos Aires, participó de un tramo del encuentro ecuménico entre católicos y evangélicos, en el Luna Park. En un momento, Bergoglio se arrodilló en el escenario y los casi 7000 fieles presentes rezaron por él. Micrófono en mano, el padre Raniero Cantalamessa rezó: «Ruego para que su voz llegue no sólo al pueblo de la Argentina, sino al de toda la Iglesia». Después, al ser interrogado sobre ese gesto, el predicador de la Casa Pontificia dijo de Bergoglio: «Tenemos en la Iglesia un hombre abierto al Espíritu Santo, de quien el Señor puede hacer un uso tremendo».
Silvina Premat
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 1 de julio de 2006.