Entrar en la “lógica del don”
(Homilía pronunciada por el Obispo de Rafaela, Mons. Carlos María Franzini, en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, en la iglesia Catedral el 6 de junio de 2010)
Lecturas bíblicas proclamadas: Gn 14, 18-20; Sal 109; Heb 9, 1-4; Lc 14, 9, 11b-17
Queridos hermanos:
La Iglesia diocesana, convocada en torno al altar, reedita esta tarde la escena evangélica que San Lucas nos ha guardado para que, como Pueblo de la Nueva Alianza, volvamos a hacer memoria de la sobreabundancia del don de Dios para con nosotros.
Tan sólo cinco panes y dos pescados fueron suficientes para dar de comer a una multitud y para que sobraran doce canastos. La desproporción entre nuestros pobres recursos y el don de Dios sigue provocando en el pueblo creyente admiración y estupor, gratitud y alabanza. Esta desproporción alimenta nuestra fe, acrecienta nuestra esperanza y estimula nuestra caridad. Esta desproporción es la que explica que hoy en Rafaela –y en toda la Iglesia- se reúna la comunidad cristiana en torno a un poco de pan y un poco de vino que, por las palabras de la consagración, se han convertido en el Cuerpo y la Sangre del Señor. También hoy el Cuerpo y la Sangre de Cristo provocan en nosotros admiración y estupor, gratitud y alabanza. Por eso celebramos, adoramos y damos humilde testimonio ante el mundo de nuestra fe eucarística.
El Papa Benedicto nos habla en su última Encíclica, Caritas in Veritate, sobre la necesidad de recuperar la lógica del don y el principio de gratuidad, si queremos fundar en lazos genuinamente fraternos nuestra convivencia social y avanzar en un desarrollo integral digno y sustentable para todos. Si esto vale para los vínculos económicos, sociales y políticos, cuánto más si nos referimos a los vínculos eclesiales y religiosos.
Cuando nos proponemos como objetivo diocesano afianzar el encuentro con Jesucristo, en realidad estamos diciendo que queremos entrar en la lógica del don viviendo el principio de gratuidad, que el mismo Señor ha vivido hasta el extremo. Es él mismo quien nos dice: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 5,13). Nuestra amistad con el Señor se funda en que él ha querido darse gratuitamente por cada uno de nosotros y ese don gratuito se renueva y actualiza en cada celebración eucarística, se saborea y profundiza en cada momento de adoración.
Pero el mismo Señor sigue diciendo: “ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando” (Jn 15,14), es decir, si entran en esta lógica del don y la gratuidad como único camino de seguimiento. Por tanto no podremos nunca encontrarnos con Jesucristo ni ser sus amigos fuera de esta lógica, reservándonos algo para nosotros, mezquinando la entrega, olvidando que la medida del amor es amar sin medida.
Esta tarde, mis queridos hermanos -por única vez en el año- nos reunimos de todos los rincones de la diócesis precisamente para hacer un signo que exprese en lenguaje litúrgico nuestro sincero anhelo y ferviente disposición para entrar también nosotros en la lógica del don. Y permítanme que les proponga muy concretamente algunas pistas para responder a este anhelo y plasmar esta disposición.
Frente a una cultura eficientista que sólo valora lo que rinde, lo que produce; frente a tantos “mesianismos voluntaristas”, también pastorales, queremos reconocer el señorío de Dios sobre todas las cosas, queremos reconocer que sólo a Dios hay que adorar y que él ha de ser amado antes que nada y que nadie. Por eso, reconociendo su presencia en la eucaristía, la celebramos y adoramos. Frente al Señor Eucarístico sólo queda callar: “él me mira y yo lo miro” y eso nos basta, como enseñaba el Santo Cura de Ars, tan recordado a lo largo de este Año Sacerdotal que hoy clausuramos en la diócesis.
Este testimonio de fe eucarística es lo que expresa la procesión que haremos a continuación de la misa; esta fe eucarística es la que expresan tantas comunidades de nuestra diócesis que dedican tiempos significativos de su vida pastoral a la adoración eucarística. Quiero felicitar y alentar esta rica y concreta expresión de “encuentro con el Señor”; me permito animarlos a avanzar en este estilo adorador. ¿Será una utopía aspirar a que en nuestra Iglesia diocesana se adore al Señor Eucarístico a toda hora, durante todos los días del año? ¿Podríamos llegar a esta hermosa manifestación de genuina devoción eucarística?
Pero la lógica del don y la gratuidad no puede quedar en la adoración eucarística. Siguiendo a la Beata Teresa de Calcuta, a San Luis Orione y a tantos en la mejor tradición espiritual de la Iglesia, el Señor adorado en la eucaristía debe ser servido en los pobres. Como he recordado en la Carta Pastoral de este año, el encuentro con el Señor sólo se verifica auténtico en la medida de nuestra disposición al servicio y la misión. Llevados por la lógica del don gratuito queremos como Iglesia diocesana avanzar decididamente en el servicio a los más pobres de forma que lleguen a sentirse entre nosotros como en su propia casa. Gesto concreto y expresivo de nuestro compromiso solidario será la colecta anual de Caritas que se realizará el próximo fin de semana en todo el país y también entre nosotros. Se trata de un hecho cargado de significación y que va mucho más allá de la recaudación económica. Es una oportunidad privilegiada para acrecentar la conciencia comunitaria de su responsabilidad hacia los más pobres y para desarrollar emprendimientos solidarios y acciones concretas en favor de los excluidos de nuestra sociedad.
La lógica del don debería motivar en todas las comunidades cristianas una seria revisión y un decidido compromiso en orden a desarrollar su dimensión servicial, sin la cual estaría faltándole un elemento constitutivo esencial de toda comunidad de seguidores del Señor, que quiso identificarse de modo particular con los pobres, los enfermos y los que sufren. Como nos enseñaba el Papa Juan Pablo II: “…Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras…”
Y en esta misma perspectiva del don gratuito los cristianos hemos de asumir nuestras responsabilidades ciudadanas para avanzar hacia un bicentenario en justicia y solidaridad. La Patria es un don y una tarea; a ella hemos de darle y no sólo pedirle; para construirla necesitamos entrar en la lógica del don. Como les decía en la Carta Pastoral: “…Una espiritualidad madura e integral nos lanza y estimula en este necesario compromiso transformador. Con frecuencia nos lamentamos de las falencias de ciertas dirigencias políticas y sociales. ¿Cuánto estamos dispuestos a dar de nosotros mismos para que las cosas cambien? Los obispos argentinos hemos hecho un vibrante llamado a trabajar activamente hacia la celebración del bicentenario en justicia y solidaridad ; cada uno puede hacer algo en este sentido. También acá se juega la verdad de nuestro encuentro con el Señor….” La alegría y el entusiasmo con que celebramos hace pocos días los 200 años de la Revolución de Mayo quedarán en un mero festejo superficial si no nos impulsan a trabajar decididamente a favor del bien común de la Nación.
Finalmente la lógica del don nos estimula a saber reconocer tantos dones que el Señor constantemente nos ofrece. A lo largo del último año, desde la anterior celebración de Corpus Christi, hemos agradecido con toda la Iglesia el don del sacerdocio ministerial, revalorizándolo, cuidándolo y promoviéndolo. Quiero aprovechar esta oportunidad para agradecer las distintas y variadas iniciativas que se han desarrollado en las comunidades parroquiales para vivir el Año Sacerdotal en el espíritu y según las orientaciones recibidas de nuestro Santo Padre Benedicto XVI. Sólo Dios conoce los frutos de este Año; nosotros podemos vislumbrar tan sólo una pequeña parte. De todos modos lo suficiente como para renovar nuestra valoración y aprecio del don inestimable que Dios hace a su Iglesia y al mundo con los sacerdotes. Por ello me animo a proponerles que, aunque el Año Sacerdotal concluya, no termine la súplica incesante al Dueño de los sembrados para que le siga enviando trabajadores, que sean verdaderos amigos de Dios para los hombres; testigos del Absoluto, con su adoración y su alabanza; servidores de todos, dispuestos al don de sí mismos hasta el extremo.