Después de haber vivido, más loco que cuerdo,
sobrepaso la mitad de las páginas del libro de la vida,
entre los altares del sueño y sobre las sendas del aire,
deseo alargar el tiempo, ver más allá de aquí y de ahora.
Confieso que alguna vez malgasté horas que no tengo,
sobretodo en idas y venidas a deshora y a ninguna parte,
en vueltas y revueltas sin sentido de acá para allá.
Al fin, me doy cuenta que un instante vale un mundo,
y que un derroche de momentos es mezquino,
son pasos hacia la muerte en balde,
porque la vida es para vivirla a destajo en el tajo del ser.
Por algo la ocasión la pintan para tomarla al vuelo,
no hay minuto que perder y hay que ganar segundos,
en esta corta estación de trenes dirigidos, lección de vida.
Somos hijos de los instantes,
a nosotros nos corresponde emplear las etapas
del camino, atesorando andares de luz
para un cuerpo que se desgasta con la noche,
y para una vida que merece ser vivida,
en su justa medida y en cada medida de tiempo.
Porque la vida es un día de trabajo vivo,
vivo hasta desvivirse en vivirlo para la vida eterna,
no perdamos el tiempo entre cosas que se mueren.
Hay que ganar tiempo, que la vida es deseo,
hagámoslo entre cosas que nos viven y reviven.
El sol mayor es la cadena de esperanzas,
romper los eslabones es como triturarnos el alma.
Si hay que desmembrar algo que sean las rejas del mundo.
Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
El autor vive en Granada (España) y envió esta colaboración a www.sabado100.com.ar