El presidente Néstor Kirchner es sólo fiel a sí mismo: tiene una vocación irrefrenable por escribir la historia con trazos épicos. Ha decidido que su gobierno será fundacional o no será.
En apenas 50 días cambió radicalmente su opinión sobre el Fondo Monetario. Hace menos de dos meses, proyectaba una refinanciación de 5000 millones de dólares (con una dosis –es cierto– de desendeudamiento) y terminó anunciando, ayer, el pago íntegro de la deuda con el organismo multilateral. Se pareció mucho al cliente que se enoja con el sastre porfiado en cobrarles a sus acreedores.
Rodrigo de Rato nunca le cayó bien al Presidente, pero éste terminó dándole la mejor noticia que podía escuchar el jefe del Fondo Monetario. Por fin, después de todo, Rato se sacará de encima a la volátil Argentina y, por fin también, dejará de ser carne de tribuna en la boca de Kirchner.
Debe reconocerse que hay una diferencia fundamental entre la Argentina transgresora e irresponsable de la Navidad de 2001 y la de ayer.
Hace cuatro años, la nación política (con el fugaz presidente Rodríguez Saá a la cabeza) anunció el default con los acreedores privados, entre la inexplicable celebración parlamentaria de una derrota. Ahora, el Gobierno proclamó que pagará todas sus deudas con el Fondo Monetario antes de tiempo.
La primera lección que parecen haber aprendido los gobernantes argentinos es que pueden ser epopéyicos y fundacionales, pero no estafadores. Al fin y al cabo, la primera víctima de las estafas políticas y económicas es la sociedad argentina, con sus consiguientes sufrimientos.
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Cuando caía la tarde de ayer quedó claro que Roberto Lavagna se fue, sobre todo, por las diferencias de estilos personales con el Presidente, aunque también influyeron disidencias con la gestión de otros ministros. Pero el programa de desendeudamiento con el Fondo era el proyecto político y económico de Lavagna. Por eso, quizá, de Lavagna salió ayer el primer apoyo que recibió Kirchner.
El ex ministro sostuvo siempre que con el Fondo se podía cancelar la deuda y hasta retirar al país del organismo; lo único que desaconsejó tenazmente fue el default con el organismo. “Eso sería como escupirle a Dios”, solía repetir cuando algunas ideas sobre un default eventual rondaban la cresta del Gobierno.
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Es cierto que había, y hay, una enorme insatisfacción del gobierno de Kirchner con las posiciones del Fondo Monetario, que repitió en su último documento sobre la Argentina, en julio último, las mismas recetas que venía aplicando en otros tiempos y en otras condiciones. Y es cierto también que el contenido de esa receta se contradecía muchas veces.
Los funcionarios del staff del Fondo suelen decir que ahora el organismo se parece a un árbol de Navidad: cada agencia del organismo cuelga sus propias opiniones y todas van a parar al documento final. Kirchner y Lavagna detestaron siempre aquel documento.
Kirchner no tenía buenos pronósticos con respecto a la negociación anunciada para enero. Pero, además, se había quedado sin el apoyo del G-7 (el grupo de naciones más poderosas del mundo), mandante final del Fondo, después de la seria fricción que existe con la administración de George W. Bush tras la fallida cumbre de Mar del Plata.
Había naciones importantes, como Francia y Alemania, que podían apoyar una posición argentina con planteos novedosos, siempre y cuando no se colocaran fuera de los márgenes de la ortodoxia económica. El mundo es como es en sus lugares capitales.
En las últimas horas circuló la versión de que el Gobierno habría conseguido un crédito de España para resolver el desendeudamiento. Es una versión imposible. España fue el único país que participó del operativo blindaje de la Argentina, en diciembre del año 2000, con un aporte directo de 1000 millones de dólares, que se los entregó al país. La decisión española fue tomada, precisamente, por Rodrigo de Rato en sus tiempos de zar de la economía de su país.
Sin embargo, ese crédito fue enviado luego al Club de París y se le aplicó, con ingratitud, la condena del default. Todavía España está reclamando ahora que ese crédito se incluya en la deuda nunca repudiada con el Fondo, porque su aporte lo hizo en el marco de una operación comandada por el organismo. Ningún gobierno español tendría hoy margen interno para darle otro crédito a la Argentina.
Al Presidente le gusta cruzar el río sin mirar la otra orilla. Apuesta y arriesga. Necesita de la adrenalina como los comunes mortales necesitan del agua.
¿Arriesgó esta vez? Es probable. No estaba dispuesto a dejarle al presidente Lula el protagonismo exclusivo del desendeudamiento. Pero Brasil requiere sólo una cuarta parte de sus reservas para pagarle la deuda al Fondo; la Argentina deberá usar cerca del 40 por ciento de sus reservas. La solidez de las dos economías no es la misma.
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Las reservas le sirven también a Kirchner para morigerar la creciente preocupación por la inflación. Tendrá, entonces, menos reservas para atemperar el temor a una inflación más alta que la que vivieron los argentinos en los últimos años. Deberá suplirlas con un más que ortodoxo manejo de los recursos públicos.
De ahora en más, los mercados estarán con los dos ojos puestos en la inflación y en el gasto público. Eso ocurrirá en los meses que vienen. Por ahora, Kirchner se inscribió en la historia como el presidente que saldó todas las deudas con el Fondo y que, para bien de todos, no decidió retirar al país del organismo.
La pregunta sin respuesta se refiere a las consecuencias económicas y políticas de la decisión. Pero si esa pregunta no existiera, Kirchner no sería Kirchner: nunca se mete en aventuras aburridas con un final revelado.
Joaquín Morales Solá
Fuente: diario La Nación, 16 de diciembre de 2005.