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Cómo mudar a tu elefante en una pandemia

Después de décadas en cautiverio y un viaje de 2700 km de Argentina a Brasil, una elefante de nombre Mara al fin pudo pasear.
Mara en el zoológico de Buenos Aires. Su recinto, construido en 1904, estaba inspirado en un templo hindú de elefantes en Bombay.
Mara en el zoológico de Buenos Aires. Su recinto, construido en 1904, estaba inspirado en un templo hindú de elefantes en Bombay.

Por Brooke Jarvis.- La frontera entre Argentina y Brasil había estado cerrada debido a la pandemia de coronavirus por casi dos meses. A principios de mayo, un convoy inusual llegó hasta el puesto de control en Puerto Iguazú. Eran 15 personas, todas casi sin dormir, y seis vehículos, entre ellos una grúa y un gran camión.

Detrás del camión había una caja transportadora especial.

Dentro de la caja, una elefanta.

La elefanta se llamaba Mara. Tenía unos 50 años y había pasado las últimas dos décadas y media de su vida encerrada en el recinto polvoriento de un zoológico en el barrio de Palermo, en el centro de Buenos Aires. El zoológico alguna vez fue la joya de la corona de los grandiosos parques victorianos de la ciudad, un símbolo de su prestigio. No existía tal cosa, dijo el vicepresidente de Argentina en 1888, como una gran ciudad sin zoológico.

A la usanza de la época, el recinto de Mara se construyó para emular las románticas ruinas de un templo hindú. Pero para ella era un hogar incómodo, pequeño, apretujado y tenso que albergaba a otros dos elefantes. Eran elefantes africanos, una especie distinta a la de Mara, que es una elefanta asiática. Como no se llevaban bien, los cuidadores se aseguraron de que nunca compartieran su pequeño espacio: los movían de un lugar a otro entre las secciones interior y exterior del recinto todos los días. Mara pasaba mucho rato de pie, en interiores, a pesar de que los elefantes necesitan caminar mucho para poder digerir correctamente y para mantener saludables sus patas. También pasaba mucho tiempo a solas, a pesar de que los elefantes son profundamente gregarios. Pasaba horas meciendo la cabeza en círculos, un comportamiento típico de lo que se considera estrés en elefantes en cautiverio. Los visitantes observaron el mismo comportamiento en un oso polar, Winner, antes de que muriera en una ola de calor en 2012. Unos años después, dos leones marinos del zoológico fallecieron con días de diferencia.

La gente empezó a protestar pidiendo que se hiciera algo, no solo por Mara sino por todos los animales -un total de 2500 en 2016- que estaban apretujados en apenas 17 hectáreas. Un grupo, SinZoo, dijo que pedía “libertad para los presos de Palermo”. El gobierno de la ciudad, que era dueño del terreno, decidió intervenir y hacerse cargo de la gestión del zoológico, que hasta entonces llevaba una empresa privada. Pero para entonces, dijo Tomás Sciolla, quien se convirtió en el nuevo administrador de conservación y vida salvaje, las protestas habían suscitado una serie de cuestiones que la ciudad debía tomarse en serio: ¿Era suficiente con mejorar la calidad de vida de los animales que seguían viviendo en el zoológico? ¿No había cambiado la visión que se tiene de los animales en la sociedad desde 1888?

“¿Vamos a proveer mejores condiciones?”, preguntó, “¿O queremos hacer algo un poco más profundo?”.

En su época de circo, Mara era conocida por portarse mal e incluso mató a un entrenador.
En su época de circo, Mara era conocida por portarse mal e incluso mató a un entrenador.
Mara recibía cuidados para las patas en el zoológico. Debido a que estaba confinada, sus patas requerían atención especial para mantenerse sanas.
Mara recibía cuidados para las patas en el zoológico. Debido a que estaba confinada, sus patas requerían atención especial para mantenerse sanas.
Kuky, uno de los dos elefantes africanos que aún viven en el zoológico de Buenos Aires, juega con una llanta.
Kuky, uno de los dos elefantes africanos que aún viven en el zoológico de Buenos Aires, juega con una llanta.
Un cartel de 1970 anunciaba el Circo Sudamericano con una imagen de Mara.
Un cartel de 1970 anunciaba el Circo Sudamericano con una imagen de Mara.

Dos años antes, en 2014, Argentina se había convertido en el primer país en reconocer a un gran mono —una orangután de nombre Sandra, también residente del zoo de Buenos Aires— como una persona no humana con derechos legales propios. Ahora, un comité de planeación convocado para determinar qué destino tendrían sus vecinos, decidió que debían empezar examinando los supuestos más fundamentales bajo los que operaba el zoológico. “¿Queremos un zoológico?”, preguntó Sciolla. “¿Es algo que coincide con el respeto que creemos que se merecen los animales?”. La respuesta a la que llegaron fue que no.

La ciudad decidió que el terreno debía convertirse en un ecoparque, en el que los niños pudieran aprender de conservación y los animales endémicos pudieran rehabilitarse sin estar en exhibición. El comité empezó a investigar cómo podría enviar a los animales actuales a vivir en nuevos hogares en santuarios y reservas naturales. Algunos estaban muy viejos o muy enfermos para moverse, algunos animales murieron. Pero, al organizar la logística, muchos otros se marcharon: tres osos de anteojos a un santuario animal en Colorado; Sandra la orangután al Centro para Grandes Monos en Wauchula, Florida. Para esta primavera, 860 animales habían sido reubicados. Mara sería la 861.

Nació en India y pasó fugazmente por un zoológico de Hamburgo antes de instalarse como estrella de circo en Argentina.

Ahora, luego de 25 años en cautiverio y una mudanza de más de 2700 kilómetros, la elefanta Mara ha empezado una nueva vida en Brasil donde por fin puede estirar las piernas, hacer amigos, rascarse la espalda contra un árbol y merodear en un espacio abierto.

Tan pronto sacaron a Mara de su caja para que se aclimatara en un recinto del santuario, se cubrió de tierra para ayudar a regular su temperatura corporal y mantener a raya los parásitos.

Fuente:https://www.nytimes.com/es, 9 de agosto de 2020.

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