Por el Dr. Rodolfo Zehnder.- El drama que se está viviendo en la región de Palestina ofrece materia para un análisis objetivo. Lamentablemente, hemos constatado que particularmente en nuestro país no se ha profundizado el tema: la mayoría de la información se centra en los partes de guerra, entre Israel-Hamás, y las víctimas, sin analizar a fondo los orígenes del conflicto, y menos aún sobre cómo resolverlo. Sin pretender ello en estas breves líneas, ofrecemos muy sintéticamente algunas claves para su comprensión, partiendo de hechos concretos (no opinables) y con énfasis en los aspectos jurídico-políticos.
1. El terrorismo puesto de manifiesto por Hamás -movimiento político que supo ganar en 2006 elecciones en Gaza, en virtud de la pseudo-autonomía concedida por Israel, pero devenido en extremista- es a todas luces injustificable. La matanza de inocentes y la toma de rehenes (todavía más de 100, a pesar de los canjes últimos con palestinos detenidos en Israel), son actos manifiestamente contrarios al Derecho Internacional.
2. El Estado de Israel tiene derecho a ser reconocido como tal por toda la comunidad internacional, en particular el mundo árabe (sólo lo han hecho Egipto, Jordania, Emiratos Árabes y Marruecos) e Irán (que son arios). Y, como tal, tiene derecho a ejercer su legítima defensa.
3. No obstante, la legítima defensa, conforme la Carta de Naciones Unidas, las Convenciones de Ginebra, los organismos internacionales, y la unánime doctrina que conforma el Derecho Internacional Humanitario, tiene sus límites y sus requisitos. Sus principios básicos son la necesidad (sólo pueden atacarse objetivos militares), la humanidad (no puede infligir daños excesivos a la población) y proporcionalidad: no puede el medio empleado para repeler una agresión exceder al mismo, tanto en calidad como en intensidad.
4. Del mismo modo, los palestinos –verdaderos parias de la sociedad contemporánea, pues no tienen dónde ir- tienen derecho a constituirse en un Estado seguro y viable, dotado de la factibilidad y recursos que no lo conviertan en un Estado “fallido”, incapaz de cumplir sus fines. Así lo ha declarado Naciones Unidas en reiteradas oportunidades, tanto de su Asamblea General como del Consejo de Seguridad, pero sus resoluciones han carecido de imperatividad.
5. No obstante, la dificultad es enorme. Plantear lo de Naciones Unidas en 1947, o sea un Estado Palestino constituido por la Cisjordania y la Franja de Gaza (separadas entre sí), parece irrealizable: esa fragmentación territorial es –atípica, anti-funcional y en la práctica, en virtud del estado de conflicto bélico, prácticamente de inoperable comunicación. Por otra parte, Naciones Unidas tiene claro, y así lo ha declarado en numerosas ocasiones, que ambos territorios están siendo ocupados, desde el triunfo militar de 1967, por Israel, ejerciendo una suerte de apartheid, que se acrecienta con la instalación de colonos, todo lo cual es contrario al Derecho Internacional. Es por eso que algunos estudiosos plantean la otra hipótesis: ¿Por qué no un Estado único, binacional, con ambas comunidades -étnicamente primos hermanos- conviviendo armónicamente? Habida cuenta de la situación, esto parece una utopía, pero tampoco es descabellado analizar dicha posibilidad.
6. A esta altura del conflicto irresuelto, con responsabilidades compartidas de todos sus actores, es irrelevante, y fuera de toda lógica, pretender discernir quiénes fueron los primeros ocupantes de Palestina, cuestión que no ha podido hasta el momento resolver la ciencia antropológica. Cananeos, sumerios y filisteos parecieran ser los primeros; pero arios y semitas casi por igual; sin perjuicio de recordar el carácter nómade o casi-nómade de las primeras tribus que habitaron el lugar, probablemente procedentes de Babilonia.
7. Existe una regla de oro en el Derecho Internacional, que brilla por su ausencia: nunca el fin justifica los medios, por lo que siempre debe respetarse el principio pro homine: No hay nada superior a la vida y dignidad de las personas.
8. Lo que está ocurriendo actualmente en Gaza es una catástrofe humanitaria, quizá la mayor desde la II Guerra Mundial: miles de muertos (alrededor de 11.000, un 40% de ellos, niños), pueblos arrasados, no quedando sino piedra sobre piedra. La humanidad observa azorada, aunque de algún modo impasible, incapaz de ponerle fin, por más pequeñas treguas que se han logrado en los últimos días. Es que, en el fondo, en esta sociedad pos-moderna, nos enfrentamos a la “banalización del mal” del cual hablara hace tiempo Hannah Arendt: su trivialización, y el consecuente poco apego a sus catastróficas consecuencias. Para los creyentes, es un verdadero “escándalo”, una situación cuya injusticia “clama al Cielo”.
9. El conflicto actual deviene en un resultado de suma cero, donde todos pierden. Los palestinos no lograrán su propósito con actos terroristas como los perpetrados por Hamás y otros grupos radicalizados, que son una minoría: la magnitud de la represión israelí, por fuerzas armadas infinitamente superiores, es clara evidencia de la futilidad de tal política, de algún modo suicida. También pierde el Estado de Israel, porque la solución del conflicto –ancestral, y con creciente grado de recelo y odio entre las dos comunidad de enfrentadas- dista de ser militar. Israel podrá reducir considerablemente la capacidad bélica de Hamás, pero se replegará para re-armarse; parte de sus integrantes están desde hace tiempo en países vecinos, y no se extinguirá definitivamente por más que lo parezca. Israel tendrá siempre dicho enemigo agazapado, que probablemente insistirá en sus actos terroristas (como el de hace unos días en Jerusalén), reduciendo la paz israelí a una mínima expresión. Felizmente, existen crecientes voces dentro de Israel (salvo la extrema derecha recalcitrante encarnada por Netanyahu) que plantean otra solución: transitar con determinación y creatividad el camino de la paz con los palestinos, con quienes deberán siempre convivir.
10. Pierde también la comunidad internacional, porque desde 1945 vive presa de un diseño oligárquico en la constitución del Consejo de Seguridad, donde las 5 potencias vencedoras de la II Guerra Mundial se han arrogado el doble privilegio de ser miembros permanentes y de ejercer el derecho de veto. Sistema anacrónico, injusto y antifuncional, que consagra privilegios y no logra dar solución a conflictos de mediana o alta complejidad como el de Palestina.
11. Sin perjuicio de ello, es poco probable en un futuro cercano temer una generalización del conflicto. Irán no está en condiciones de desatar una guerra contra Israel: el poder de disuasión de ésta es hoy por hoy más que suficiente. Y el mundo árabe se encuentra dividido, al punto que Arabia Saudita estaba a las puertas de un acuerdo por el cual reconocería al Estado de Israel y a cambio obtendría de EE.UU. un decisivo aporte tecnológico en lo militar, para contrarrestar a Irán (adversario de los sauditas). En tal sentido, lamentablemente la suerte de los palestinos no es hoy una preocupación prioritaria del mundo árabe.
12. Mientras tanto, países como Irán –que han jurado, sin ruborizarse, destruir al Estado de Israel- sale ganancioso. Mantiene el conflicto latente, mientras se sigue armando (y desarrollando tecnología nuclear, negándose reiteradamente a ser inspeccionado por la OIEA) para llegar a constituirse en una fuerza capaz de enfrentar con cierto grado de éxito a Israel, hoy por hoy la potencia número uno de Medio Oriente
13. El fuerte compromiso de EE.UU. para con Israel va más allá del supuesto lobby que ejercerían los judíos en los ámbitos económico-financieros y mediáticos de la Unión. La razón principal estriba en que ambos ven a Irán como el principal enemigo, y por tanto resulta lógico –desde un punto de vista geopolítico- que EE.UU. apoye a Israel. En función de ello, EE.UU., co-responsable de esta situación, se ha negado sistemáticamente a, por lo menos, habilitar un “alto el fuego”, ejerciendo su privilegio de vetar toda resolución que en tal sentido pretenda emitir el Consejo de Seguridad (la última de las cuales el pasado 8/12/2023).
En síntesis, como lo dijo el profeta Isaías (32,17): “La paz es fruto de la justicia”. Y esto es válido tanto para judíos, cristianos y musulmanes. No hay paz posible si el supuesto “orden” y “seguridad” se asientan sobre bases injustas e inequitativas.
El autor es docente universitario de Derecho Internacional Público y de Derechos Humanos, miembro de la Asociación Argentina de Derecho Internacional (AADI), del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y de la Red Federal de Paz (REFEPAZ).