Por primera vez en la historia del mundo, el mayor peso demográfico comenzó a concentrarse en las ciudades. Desde este año, punto de inflexión del que no habrá marcha atrás, más de la mitad de la población global es urbana y, si las tendencias migratorias que señalan los especialistas se verifican, a mediados de este siglo esta proporción crecerá a tres cuartas partes del total.
Pero lo que podría ser simplemente una particularidad demográfica -o incluso, una buena noticia- encendió luces de alerta en organismos internacionales como las Naciones Unidas: anclado principalmente en el tercer mundo, este fenómeno de urbanización ocurrirá en forma tan masiva y acelerada que la capacidad de respuesta que requiere excede largamente las posibilidades de muchas de las naciones que lo atravesarán.
La tendencia es irrefrenable: el crecimiento vegetativo de la población urbana actual, sumado a la migración masiva del campo a la ciudad, son las principales causas de este fenómeno que tendrá lugar principalmente en países asiáticos y africanos, aunque América latina no será ajena a esta preocupante realidad.
Porque al ritmo actual de urbanización -las estimaciones indican que las 20 ciudades que más rápido crecen recibirán en conjunto 616 personas por hora hasta 2015- no se tratará ya de ciudades con postales tan atractivas como las que pueden mostrar Nueva York o Tokio sino de urbes desbordadas, cada vez más inhabitables. En este sentido, las conclusiones de la ONU son claras: si los países afectados no comienzan a planificar su futuro, el resultado será desastroso, y los fantasmas de la violencia urbana, la contaminación, la proliferación de asentamientos precarios y la saturación habitacional, sanitaria y de infraestructura formarán parte de la vida cotidiana en sus urbes.
De acuerdo con el informe «Estado de la población mundial 2007», elaborado por la ONU, entre 2000 y 2030 la población urbana de Asia pasará de 1360 millones de personas a 2640 millones; la de Africa, de 294 millones a 742 millones, y la de América latina y el Caribe, de 394 millones a 609 millones. En todos los casos, el número de residentes en las principales ciudades prácticamente se habrá duplicado.
«Este informe forma parte de una estrategia de concientización de Naciones Unidas frente a dos realidades contrapuestas. Mientras comienza a observarse ya un crecimiento urbano acelerado, cada vez más los políticos toman actitudes hostiles hacia los nuevos pobladores, y esto, claramente, no funciona. Sólo facilita el crecimiento de asentamientos precarios, como villas y favelas», explica su autor, George Martine.
Algunas proyecciones para el caso argentino tampoco son muy alentadoras. Aunque la población urbana del país ya supera ampliamente el 75 por ciento del total, gran parte de nuestros pobladores urbanos están concentrados en el área metropolitana y el conurbano bonaerense en forma desordenada y con un acceso deficiente a los servicios básicos. Y, de acuerdo con un estudio de la organización no gubernamental Avina, en las próximas décadas se espera que esta situación se agrave, con casi la mitad de la población argentina concentrada en un cordón urbano ininterrumpido entre La Plata y Rosario.
Jorge Rodríguez Vignoli, referente del área de población de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), explica que el crecimiento urbano basado en la supremacía de unas pocas ciudades por sobre el resto es propio de toda Latinoamérica, la región en vías de desarrollo con mayor crecimiento urbano hasta ahora. Ya en 2005, un 77 por ciento de la población regional se definía como urbana, mientras que el nivel de urbanización en Asia alcanzaba sólo al 40 por ciento y en Africa, al 38 por ciento. Por esta razón, en el caso latinoamericano no serán tanto las migraciones del campo a la ciudad como el crecimiento vegetativo de la población urbana el factor que agravará la situación en los próximos años o décadas. «Digamos que la proporción será de dos tercios contra uno de migración interna», explica el especialista.
Ciudad de México y San Pablo, en Brasil, son las dos ciudades latinoamericanas que integran la lista de las 20 urbes que más rápido crecerán en los próximos años. La tabla, confeccionada por The Urban Age, un programa de la London School of Economics y el Deutsche Bank dedicado al estudio de estos temas, la encabeza la ciudad nigeriana de Lagos, que según los cálculos de aquí a 2015 recibirá 58 nuevos pobladores cada sesenta minutos. Detrás se ubican Dhaka, en Bangladesh; Mumbai, en la India; Karachi, en Paquistán, y Yakarta, en Indonesia. San Pablo se ubica en el 13º puesto (con 24 nuevos pobladores por hora) y Ciudad de México, en el 15º (con 23 migrantes nuevos residentes cada sesenta minutos).
Pero en ningún otro país las cifras de las migraciones internas son tan descomunales como en China, país que de todos modos sigue siendo predominantemente rural (el 60% vive en medios rurales). Siguiendo las tendencias globales, se calcula que unos 200 millones de campesinos chinos cambiaron la quietud rural por la promesa urbana en los últimos veinte años. Y para 2020 -es decir, a lo largo de los próximos 12 años- otros 300 millones se mudarán a las principales ciudades.
«Muchos jóvenes que viven en el sector rural chino se sienten atraídos por la bonanza en las urbes, que ha permitido, por ejemplo, que las familias conciban más de un hijo ya que sus mayores ingresos les permiten no sólo darles mejor atención sino también pagar la multa por violar la ley», explica Jorge Malena, coordinador de la carrera «Estudios sobre China contemporánea», de la Universidad del Salvador.
Pero el especialista señala una penosa ironía con respecto a esta gigantesca población migrante: «Un número considerable de quienes se dirigen del campo a las ciudades, por su nula o escasa calificación se convierten en uno de los motores de la maquinaria productiva china, ya que los bajos salarios que reciben inciden en la conocida competitividad de la producción china».
Volviendo al informe «Estado de la población mundial 2007», el estudio señala que la población urbana de Asia y Africa doblará en 2030 las cifras de 2000: un ritmo de crecimiento vertiginoso, que vendrá acompañado de otros fenómenos, positivos y negativos. «La actual concentración de pobreza con proliferación de tugurios y disturbios sociales en las ciudades crea, en verdad, un panorama amenazador», advierte el informe. «No obstante -añade-, en la era industrial ningún país ha logrado un crecimiento económico en ausencia de urbanización. Las ciudades concentran pobreza, pero también representan la mejor esperanza de escapar de ella.»
La nueva ola
Este enorme aumento poblacional es considerado por los expertos como parte de una segunda ola de transiciones demográficas. La primera se vivió en Europa y América del Norte entre 1750 y 1950, cuando la combinación de la industrialización y los avances técnológicos, entre otros factores, redundaron en sociedades predominantemente urbanas, que comenzaron a crecer en forma sostenida.
Pero esta nueva ola tiene dos diferencias sustanciales con respecto a la primera: en el pasado, la migración hacia el extranjero mitigó la presión en las ciudades europeas, algo que hoy no ocurre en esa magnitud debido a la política restrictiva que muchas naciones desarrolladas mantienen con respecto el tema migratorio. Además, los adelantos tecnológicos acentúan y magnifican la velocidad del crecimiento urbano en esta oportunidad.
Durante la primera transición, la población urbana pasó del 10 por ciento al 52 por ciento en las regiones afectadas, lo que en términos numéricos significó que de 15 millones de pobladores se pasó a 423 millones. Ahora, si bien los porcentajes son similares -la población urbana en los países en vías de desarrollo habrá pasado del 18% al 56% en el lapso de ochenta años-, las cantidades son notablemente mayores: las regiones afectadas en esta segunda ola llegarán a 2030 con unos 3900 millones de habitantes en sus ciudades, cuando en 1950 la población urbana era de 309 millones.
Es decir que, por el tremendo peso demográfico de las regiones que registrarán el mayor crecimiento, lo que ocurra en sus ciudades en las próximas décadas -su capacidad para hacer frente a la mitigación de la pobreza, la estabilización de la población y el cuidado del medio ambiente- tendrá notables efectos sobre la realidad mundial.
«Esta transformación masiva puede ser altamente positiva si los políticos y administradores cambian radicalmente sus mentalidades y se anticipan a esta situación. Si, por el contrario, los países de Africa y Asia siguen los mismos caminos que América latina, reaccionando a la urbanización después del hecho, la situación será sin duda desastrosa», vaticina Martine, también presidente de la Asociación Brasileña de Estudios de Población.
En este sentido, el director político de Greenpeace, Juan Carlos Villalonga, no parece confiar en que este cambio de actitud en los gobernantes sea posible. «Claramente, nos encaminamos hacia una situación explosiva en términos sociales, que pondrá en crisis el sistema de infraestructura. Esto requiere de inversiones costosas, con efectos de mitigación no necesariamente inmediatos, pero el sector de la población que más crecerá es, justamente, aquel que cuenta con menos posibilidades de aportar mediante el pago de impuestos».
Villalonga menciona otro factor que, aunque no en forma determinante, también podría contribuir al éxodo masivo del campo hacia las ciudades: el cambio climático. «Si determinada economía regional se ve dañada por los efectos del cambio climático, es claro que la mayoría de los pobladores afectados terminan en las ciudades, porque allí creen tener mayores oportunidades para empezar de nuevo», explica.
Organismos como la Cepal y Naciones Unidas son coincidentes al recomendar líneas de acción para evitar que esta tremenda inyección demográfica en los países en vías de desarrollo no acabe profundizando los niveles de pobreza. El camino, en todos los casos, apunta al fortalecimiento de las ciudades más pequeñas, así como al control de las tasas de natalidad, no mediante medidas restrictivas sino por medio de programas educativos y laborales capaces de ofrecer alternativas concretas a la población femenina.
«La urbanización es, en sí, un estímulo muy fuerte a la reducción de la fecundidad -opina Martine-. Hay pocos incentivos para una familia grande en las ciudades. La reducción de la fecundidad en el campo, sobre todo en países de gran población rural, ayudaría a reducir el crecimiento urbano, pero el hecho es que esta clase de incentivos no existen en las poblaciones rurales, sobre todo en las más pobres.»
Hace doscientos años, las ciudades concentraban apenas el dos por ciento de la población mundial. Pero las notables transformaciones sociales y económicas que tuvieron lugar desde entonces instalaron en el imaginario popular la idea de que las ciudades eran la promesa de una vida mejor.
Esa misma expectativa sigue guiando los pasos de millones de personas en todo el mundo.
Argentina, sin planes
Los especialistas advierten sobre un interior más pobre en términos económicos y culturales
“Se observa que en los últimos años la Argentina ha acentuado sus desigualdades internas: mientras que las áreas centrales (región metropolitana y pampeana) concentran más del 75 por ciento del capital productivo agrícola e industrial, así como la mayor masa de trabajadores y de capacidad científico-tecnológica, las regiones periféricas entran en un círculo vicioso de declinación.”
Aunque su tono crítico pueda confundir, el fragmento citado fue extraído de un informe elaborado por el Ministerio de Planificación Federal, en el marco del programa “Argentina 2016, política y estrategia nacional de desarrollo y ordenamiento territorial”. Y si bien sus 46 páginas no citan ninguna estrategia concreta que avance en tal sentido de cara al bicentenario de la declaración de la independencia, el trabajo parece casi una autocrítica estatal.
Así, por ejemplo, el reporte reconoce que nuestro país cubre las demandas de servicios de agua potable de su población sólo en un 81 por ciento, mientras que menos de la mitad de la población –el 43 por ciento– cuenta con un adecuado sistema de desagües cloacales. También menciona que es bastante heterogénea la disponibilidad de infraestructura para la producción, con provincias que se encuentran en el extremo más alto (Buenos Aires, Santa Fe y el área metropolitana) y otras para nada beneficiadas (Chaco, Formosa, Santiago del Estero y Misiones).
Esta supremacía de la región metropolitana por sobre el resto del país genera preocupación en el mundo del urbanismo. En estos momentos, la organización no gubernamental Avina desarrolla un proyecto llamado “Megaciudad. Un futuro sin presente”, que pronostica un panorama alarmante para nuestro país, con casi la mitad de la población argentina viviendo en una porción del territorio que no alcanza al uno por ciento del total.
De acuerdo con Ignacio Zervino, uno de los expertos que trabaja en este proyecto, en sólo treinta años, un cordón urbano que se extenderá desde La Plata hasta Rosario concentrará a casi media Argentina. ¿Las causas? Un campo cada vez más tecnificado que requiere menos mano de obra, así como la falta de oportunidades en el interior. ¿Las consecuencias? Un centro urbano cada vez más saturado en el que, ante la incapacidad estatal de dar buena cabida a sus pobladores, se multplicarán las villas y asentamientos precarios.
“En la actualidad, el aumento de asentamientos precarios, ubicados en forma desordenada y sin acceso a los servicios básicos, nos habla claramente de la falta de políticas a largo plazo que padece nuestro país”, opina Zervino.
Habrá que ver si la política bienintencionada del programa Argentina 2016 logra frutos concretos (pese a reiterados intentos, ningún funcionario del área respondió los requerimientos de LA NACION). Pero tanto especialistas como organismos dedicados al estudio del problema recomiendan el fortalecimiento de ciudades intermedias.
“Desde Avina encaramos el desafío de acompañar a las ciudades intermedias, preocupadas por esta tendencia que ya las afecta. En general, el intercambio poblacional entre las grandes ciudades y las intermedias empobrece a estas últimas”, agrega Zervino. Y cita el caso de San Pedro: “Allí están preocupados por el futuro de la ciudad. Si bien el nivel poblacional de mantiene estable, año tras año se van pobladores jóvenes y preparados, y los que llegan suelen hacerlo en condiciones más precarias.”
Juan Carlos Villalonga, director de Greenpeace de Argentina, reflexiona acerca de otros efectos del crecimiento urbano desorganizado. “La hipercentralidad, así como la falta de desarrollo en todas las regiones del país, inevitablemente lleva a un empobrecimiento cultural. La homogeneización urbana deriva inexorablemente en la pérdida de culturas autóctonas.”
Villalonga opina que la gente se acerca a los centros urbanos no sólo para salir de la pobreza: “La gente busca una ciudad también por todo lo que la ciudad ofrece. Hay que encontrar la manera para distribuir esos recursos que busca la gente en todo el país”.
Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 20 de enero de 2008.