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Chiara Lubich sació la sed de Dios de los hombres

El recuerdo de representantes de Ayuda a la Iglesia Necesitada en memoria de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, fallecida el 14 de marzo.

KÖNIGSTEIN, lunes, 17 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que han escrito Hans-Peter Röthlin y el padre Joaquín Alliende, pesidente y aistente eclesiástico respectivamente de Ayuda a la Iglesia Necesitada en memoria de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, fallecida el 14 de marzo.

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En la Epifanía del Señor de 1958 tuvo lugar un encuentro memorable en el centro del Movimiento de los Focolares de Roma de personalidades fundadoras carismáticas del siglo pasado, entre ellos, el P. Werenfried van Straaten y Chiara Lubich como anfitriona. Fue el inicio de una amistad espiritual que duró toda una vida. El 14 de marzo, cincuenta años después, el Padre Celestial llamó a su Reino a la fundadora del Movimiento de los Focolares. Pocos días antes, el Papa Benedicto XVI le había manifestado en una carta personal su aprecio, pidiendo «señales de benevolencia del Señor» para ella. Entre las numerosas personas que la visitaron estando ella enferma estuvieron Bartolomeo I, Patriarca Ecuménico de Constantinopla; Andrea Riccardi, fundador del movimiento de San Egidio; y Salvatore Martínez, presidente del movimiento italiano Renovación en el Espíritu Santo. En dicha ocasión, el Patriarca agradeció a Chiara Lubich su compromiso con la unidad de los cristianos, y los otros dos, su contribución a la unidad de los movimientos eclesiales y comunidades espirituales.

Cinco años antes de que el P. Werenfried redactara la magna carta de su futura asociación con el legendario artículo No hay lugar en la posada, Chiara -que así la llamaban todos afectuosamente- se consagraba a Dios a la edad de 23 años en una pequeña iglesia de la ciudad de Trento, en el norte de Italia. Aún estaba sola y vivía con su familia; pero cuando un sacerdote le pidió dedicar una parte de su tiempo a la tutela de un grupo de niñas jóvenes, entendió que Dios no quería sólo una parte de su existencia, sino toda ella. Se separó de sus padres para dedicarse a estas mujeres jóvenes, célula primaria de una familia espiritual que en poquísimo tiempo sobrepasó sus límites hasta convertirse en el actual Movimiento de los Focolares. En 182 países, unos 5 millones de personas están relacionadas con él, y unas 140.000 personas se consideran miembros suyos. El lema espiritual del movimiento es la palabra de Jesús del Evangelio de San Juan «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Chiara dijo al respecto: «Para eso hemos nacido, por eso existimos».

En el verano de 1958, y con ocasión de unas vacaciones en los Dolomitas, el P. Werenfried se encontró por primera vez con un grupo numeroso del movimiento. Dijo: «He acudido aquí, porque desde hace algún tiempo me preocupa que el servicio que presto a la Iglesia necesitada tal vez no tenga un carácter suficientemente sobrenatural. Entre vosotros reconozco el espíritu de la unidad y contemplo un amor vivido. Para mí, esto es lo más grande que he experimentado desde mi ordenación sacerdotal, y por eso quiero colaborar estrechamente con vosotros».

La consecuencia fueron años de cooperación en varios ámbitos en Tongerlo, además de un dar y recibir hasta el día de hoy. Chiara y el P. Werenfried celebraron numerosos encuentros; el último, en 1999 en el Vaticano: el P. Werenfried se encaminaba a una audiencia con el Papa Juan Pablo II y Chiara salía de la sala donde participaba en la segunda asamblea especial del Sínodo para Europa. Como acompañantes del P. Werenfried fuimos testigos del encuentro de estos dos fundadores de nuestros tiempos; fue un acontecimiento inolvidable para nosotros.

Cuando buscábamos a alguien que redactara el prefacio para el último libro del P. Werenfried, Combatiente por la paz, encontramos en Chiara a la persona perfecta. Entre otros, dejó dicho en su prólogo: «Las ideas del P. Werenfried son provocación y testimonio. Consciente de que -como sabe todo fundador- sin el apoyo de Dios no sería posible una asociación tan floreciente como la suya, el P. Werenfried rinde alabanzas a Dios por todo lo que logra con ella».

Una y otra vez, el P. Werenfried manifestó su alegría por la evolución del Movimiento de los Focolares, la mayoría de las veces, en el Boletín de su asociación. A Chiara sin duda le alegró leer las siguientes líneas: «Estos auténticos pastores -religiosas en parroquias sin sacerdote, grupos apostólicos en favelas y, sobre todo, miembros del Movimiento de los Focolares- a menudo os deben a vosotros la posibilidad de trabajar y su formación. Ha quedado demostrado que son capaces de resolver problemas, pero no por ellos mismos, sino porque Cristo vive entre ellos». En cuanto a los jóvenes del Movimiento de los Focolares, a los que Chiara dedicó la mayor parte de sus energías, dijo el P. Werenfried: «Estos jóvenes pueden renovar la faz de la Tierra con su amor a Dios y al prójimo, y con su fuerte deseo de conservar la unidad poniendo a Jesús en el centro de sus vidas».

Chiara ayudó a muchísimas personas, apoyándolas en su empeño de «renovar la faz de la Tierra». Sabía que los hombres de hoy tienen la misma sed de Dios que los de todos los tiempos. Al igual que el P. Werenfried secó las lágrimas de Dios, Chiara sació la sed de Dios de los hombres. Y nosotros nos sentimos llamados a hacer eso mismo.

Hans-Peter Röthlin
Presidente

Joaquín Alliende
Asistente Eclesiástico

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