Por Víctor Corcoba Herrero.- Hoy más que nunca necesitamos celebrar y advertir que la vida, mientras se vive, también se disfruta con la certeza de que somos el “ahora” de la presencia en el camino, el instante preciso y precioso del compromiso, el momento de repensar lo que soy, movido por ese presente del que cada cual es mero protagonista. Por tanto, la confianza en uno mismo es el primer paso de todo buen caminante. Hemos de saber, además, que ningún tiempo ha sido fácil para sus moradores. Este tampoco lo iba a ser menos. Somos débiles y necios. Para empezar, hemos activado una crisis de valores humanos que nos impide fortalecernos, actuar de manera conjunta y hallar soluciones a los diversos problemas y amenazas actuales, como la pandemia de COVID-19 y el cambio climático, las persistentes contiendas, entre las que está la amenaza nuclear que sigue creciendo tres cuartos de siglo después del bombardeo de Nagasaki, o la falta de transparencia en nuestras acciones humanas que prolongan sin respetar, algo tan esencial, como los derechos inalienables de toda existencia, la inclusión mediante un trabajo decente y los accesos a salud y educación.
Indudablemente, el “ahora” hay que sustentarlo con la escucha. No hay otro modo de llevarlo a buen término. Con demasiada frecuencia, se tienden a dar respuestas interesadas, obviando que cada época requiere de sus abecedarios. Tampoco es de recibo la creciente manipulación que se observa en un mundo en crisis, por parte de determinados grupos políticos o poderes económicos, que han convertido cualquier vida en un blanco fácil para las estrategias más brutas y destructivas. Es cierto que la pandemia de COVID-19 ha tenido graves repercusiones sociales en todo el mundo, pero de igual forma es verdad que nuestra cultura actual explota la imagen humana, contribuyendo a deshumanizarnos como jamás. Por desgracia, el circuito de la indiferencia y la desigualdad entre linajes prosiguen globalizándonos. Junto a este cúmulo de miserias, la proliferación de noticias falsas nos deja desorientados, hasta el extremo de perder el sentido de lo auténtico, que es como dejarse de amar. Perennemente la reputación de las personas se pone en peligro a través de redes sumarísimas, que asesinan a vivientes sin consideración alguna. Desde luego, ese mundo virtual que nos encarcela, aparte de alejarnos de todo vínculo, nos está volviendo tan fríos como las piedras.
Por eso, es fundamental celebrar el cambio de mentalidad y actitudes, que pasa por poner fin a esta forma de abuso planetario, que nos siega el innato entusiasmo existencial. A propósito, con buen criterio, en 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 12 de agosto como el Día Internacional de la Juventud, a fin de activar su protagonismo en los procesos de evolución. Lo que importa no es pensar en el ayer, ni en lo que va a venir, sino en cargar con el “ahora”, hasta volverlo más generador de ilusiones, que nos haga cuando menos despertar y existir, reiniciándonos con el impulso de la novedad. Lo cardinal no es haber caído en un espíritu inhumano, de vicios y malos hábitos, sino en poder salir de ellos, rebosando esperanza. Sea como fuere, de ningún modo podemos achicarnos, requerimos de la celebración de la unidad, pero asimismo demandamos poder erguir la cabeza. Hay cosas que debemos batallar y una es la de perseverar viviendo en libertad. Aunque pasen los ciclos, jamás uno debe abandonarse. El crecimiento, con la cátedra de los años, también puede coexistir con un fuego constantemente reavivado, con un pulso siempre joven. El alma no envejece en la vida.
En cualquier caso, nunca es tarde para construir castillos en el aire y poder cimentarlos luego con la experiencia vivida junto a los que nos acompañan. Lo substancial pasa por desechar las tristezas y las melancolías de nuestra visión, tomando el “ahora” como idea para pensar en lo que uno puede hacer con lo que hay, y en el “aquí” de nuestros activos andares, para poder sintonizar con las arpas del universo. Al fin y al cabo, lo importante es no malgastar el tiempo y ponerse siempre en acción, pues si son muchas las necesidades humanitarias que nos reclaman, aún más todavía es dejarnos oír como protagonistas de la gran revolución de la clemencia y el servicio, resistiendo a todas las patologías del consumismo más absurdo y al individualismo más borreguil y superficial. Crear otros ambientes más humanos que los actuales requiere de tesón y familiaridad, alimentado todo ello por el aguante y la tolerancia. Como dice San Agustín: “Canta, pero continúa tu camino. No te vuelvas perezoso, canta para hacer el camino más agradable. Canta, pero sigue… Si progresas, continuarás tu viaje, pero asegúrate de que tu progreso sea en virtud, fe verdadera y vida recta. Canta entonces y sigue caminando”. Encantémonos, pues, coreando unidos esta inspiración, que todos tenemos nuestro tiempo y también hemos de tener nuestro espacio para hacerlo. Rubrico, en consecuencia, que el mundo habrá llegado al máximo de humanidad, cuando sus ciudadanos loen a la vida, diciendo menos y oyéndose más.
Escritor español residente en Granada.
9 de agosto de 2020.-