José Pedraza es un perfecto burócrata del sindicalismo argentino, que vivió los últimos tiempos atemorizado por el crecimiento de la izquierda gremial y por el peligroso merodeo de los jueces. Buena parte de la conducción sindical está en la misma situación que él. La única y enorme diferencia de Pedraza con el resto de los gremialistas es que el líder ferroviario debe responder por la muerte prematura del joven militante Mariano Ferreyra. Debe responder por una muerte con nombre y apellido, porque muchos de sus pares están siendo investigados por traficar con medicamentos «truchos» para curar el cáncer, el sida o la hipertensión. Estos presuntos delitos producen también otras muertes, sin filiaciones conocidas por ahora.
Ningún otro presidente elegido, ni siquiera Perón, se apoyó tanto en el sindicalismo como los dos Kirchner. Quizá lo hicieron para ignorar el sistema de partidos políticos, y perpetuar así su lamentable ruina, o porque creyeron que los gremios los ayudarían a controlar la calle, eterna obsesión del kirchnerismo. Ningún otro presidente le dio tanto poder ni tanto dinero a la corporación de los sindicatos. Pedraza es un filo kirchnerista, importante dirigente desde hace 40 años, aunque alcanzó el liderazgo de su gremio hace 25 años. Los caudillos gremiales son la única estirpe política preexistente, en muchos casos, a la última dictadura. Es esa cúpula sindical, vieja y corroída la que ahora está tocando los picos más altos de descrédito público y de persecución judicial.
El anquilosamiento de la dirigencia estuvo acompañado por el sectarismo de sus planteos. Siempre se ocupó sólo de los trabajadores en blanco. Hugo Moyano creó la escuela, que siguió Pedraza, de pedir cada vez más y mejores condiciones para esos trabajadores. La consecuencia fue que enormes contingentes de trabajadores pasaron a revistar en negro y otros fueron a parar a empresas tercerizadas, con condiciones muy desfavorables con respecto a los demás. Es una consecuencia injusta, pero las cosas son como son.
Era inevitable, entonces, el crecimiento de las agrupaciones gremiales de izquierda que desafían al viejo orden sindical. Se están llevando a los trabajadores en negro y a los tercerizados. No hay peor enemigo ahora para los ancestrales sindicalistas, como sucedió siempre, que la provocación de la izquierda. En ese contexto, en el que no faltó ni siquiera una llamativa ausencia policial, sucedió la muerte de Ferreyra.
Ninguno caerá sin hacer ruido. Gran parte del servicio ferroviario paró ayer porque un jefe sindical estaba preso por un crimen. Ni un caricaturista hubiera hecho semejante dibujo de los desenfrenos del sindicalismo. Algo parecido había sucedido con la reciente detención del líder de los peones rurales, Gerónimo Venegas, aunque en este caso se trató más de una operación política que judicial. Toda la corporación sindical, haya sido moyanista o antimoyanista, kirchnerista o duhaldista, se abroqueló en defensa de Venegas. Fue una pésima reacción, aun cuando Venegas haya sido víctima de los excesos de un juez excesivo.
Señales
La dirigencia política opositora haría mal en ignorar esas señales, porque podrían ser sólo los preludios de lo que sucederá con un eventual próximo gobierno no kirchnerista. Cristina Kirchner no está ahora para promover la cárcel de ningún dirigente gremial, pero casi todos los candidatos opositores están pensando que la prisión no sería un mal destino para líderes que se han hecho, sobradamente, acreedores de ella. Deberían pensar también en qué harán el día después.
La Presidenta tiene otro problema: a su lado creen que estos arrebatos de los jueces podrían ocasionar una inmanejable puja salarial en marzo. Tal vez ni siquiera están equivocados. La corrupción y la ambición desmedida de los sindicalistas los están colocando ya en la opción de jugar a todo o nada. La impunidad o la cárcel. Es probable que no les importe enloquecer la economía o la vacilante tranquilidad social. El peligro de Cristina Kirchner es que ella es la jefa política de una nación que podría verse envuelta en una pelea por aumentos salariales incompatibles con el control de la ya descontrolada inflación. El problema crecería exponencialmente para una Presidenta que es, además, candidata.
El crimen de Mariano Ferreyra comenzó con un clásico del kirchnerismo: encontrar un culpable. Primero vinculó a Pedraza con Duhalde, haciendo actual una información muy vieja. La información fue manipulada, pero empeoró pocos días después cuando se conoció una foto que mostraba al ministro de Economía, Amado Boudou, fotografiado con un barrabrava acusado de haber participado del crimen. Silencio del oficialismo. La foto se archivó y nadie dijo más nada. ¿Qué habría sido de Duhalde, de Macri, de Carrió o de Sanz si esa foto, tal vez casual, los hubiera comprometido a ellos?
La saga de la desventura no terminó. Un juez paraoficialista lo encarceló hace poco a Venegas con el evidente propósito de vincularlo a Duhalde con los negocios sindicales. Hasta el fiscal pidió su inmediata libertad. Ahora cayó Pedraza, un aliado de los Kirchner y un interlocutor asiduo del ministro de Planificación, Julio De Vido, por el delito mucho más grave de haber promovido una muerte. La más seria acusación contra Pedraza indica que fue él quien ordenó que fuera armada una banda para reprimir a un piquete de izquierda que integraba Ferreyra.
La jueza Wilma López no es Oyarbide ni Pedraza es Venegas. Pero es evidente que el gremio ferroviario quiere repetir la operación de Venegas, que consistió en un monumental escándalo del universo sindical, para mejorar las condiciones de Pedraza. Hasta ayer, el resto de la corporación gremial no había reaccionado públicamente (su silencioso pánico era palpable), a pesar de que Pedraza expresa mejor al sindicalismo que manda que el propio Venegas. Una muerte es una muerte, hasta para esos caudillos ciegos ante cualquier límite.
Fuente: Joaquín Morales Solá, diario La Nación, Buenos Aires, 23/02/2011.