El obispo emérito de San Isidro, monseñor Jorge Casaretto, participó del taller virtual «La dimensión espiritual en el adulto mayor», organizado por la Comisión Episcopal de Pastoral de la Salud.
En ese marco, el prelado ofreció algunos elementos espirituales para adultos mayores, partiendo de la base de que los adultos mayores acompañan, y en nuestra vida estamos acompañando siempre a otros.
Para empezar, se refirió al momento de la pandemia, y citando al padre Oesterheld, expresó: «La pandemia significó una experiencia de temor y de conciencia de la propia fragilidad, muy diferente a otras experiencias. Lo más parecido fue el temor a una guerra nuclear durante la guerra fría, pero es una experiencia diferente a la de pobreza y de injusticia. Por momentos se cayó en la tentación de reducirla a una cuestión sanitaria o socioeconómica, pero se trata de algo mucho más profundo y esto lo hemos experimentado todos, porque nadie puede decir que está igual que antes de empezar la pandemia».
«Hay un problema de encierro, el problema de incomunicación, la problemática de la soledad y, desgraciadamente para aquellos que tuvieron que morir, murieron aisladamente. Y todos los que hemos sido acompañantes, los sacerdotes, por supuesto, fíjense que frente a la enfermedad, al dolor, estamos siempre presentes. Todos hemos experimentado esa incapacidad o imposibilidad de acompañar al moribundo, y esto es la primera vez que nos pasa», describió.
Si bien consideró que todavía no es momento de hacer una evaluación, el obispo vio necesario «constatar que estamos viviendo un momento muy pero muy particular y no asombrarnos de los cambios interiores que se están produciendo en nosotros. Por eso esta charla va a tomar el tema de la dimensión espiritual, que es fundamental porque no lo debemos perder nunca. Los cristianos somos hombres y mujeres del espíritu», destacó.
En cuanto a esa dimensión espiritual, luego de compartir la experiencia del llamado de Dios en su vida, ejemplificó las distintas maneras en que Jesús nos llama e invitó a acercarse a Él mediante la oración. En ese sentido, el obispo animó a pensar en «los momentos luminosos» de la vida, y a buscar los buenos deseos, que el Espíritu Santo pone en nuestro corazón, «ensanchándolo».
Más adelante, se refirió a los dones del Espíritu Santo, y para este momento eligió el don de la fortaleza: «Es el don que nos permite afrontar los males, el primer movimiento de la fortaleza es ese, no decaer ante el mal. Y el segundo movimiento es implantar el bien. Una es como una dimensión defensiva y el otro es una acción ofensiva, positiva, de implantación. Yo tengo que defenderme del mal e implantar el bien. Entonces, en este tiempo de pandemia, la fortaleza es ese don que tengo que pedir al Espíritu para que el contexto no me abata, no genere abatimiento en mi vida; y en segundo lugar para, desde Cristo, implantemos el bien».
Finalmente, animó a «agradecer por todo lo que hemos recibido». En ese sentido, detalló: «Si hemos llegado cristianos a este momento de nuestras vidas, y en nuestro corazón está vivo el Espíritu, es porque muchas personas intervinieron en nuestra vida, y nosotros tenemos que estar agradecidísimos a esos dones que Dios nos dio a través de personas y circunstancias».
Fuente: https://aica.org/