A veces resulta necesario reflexionar sobre lo obvio; es decir retirar un poquito las frases hechas, dejar de buscar la profundidad en lo profundo y remitirnos a ver que es lo que está pasando.
Y se vino el Bicentenario. Se organizó una fiesta, un desfile cívico-militar, recitales, inauguraciones, los aviones sobrevolando Buenos Aires, la gente con banderitas, se invitó a los embajadores y presidentes, se armaron stands, se vendieron comidas típicas.
Los títulos son los mismos que el de cualquier evento, semejantes a los de otras conmemoraciones. Pero todos tenemos la certeza que esto fue distinto.
Hace 100 años andaba dando vuelta el estado de sitio y las fiestas en salones; los trabajadores, los indios, los inmigrantes no formaron parte de los festejos. Celebró una parte del país porque la fiesta se desarrolló en función de esos intereses y de determinados sectores sociales: una Argentina que miraba a Europa.
Esta vez quienes convocaron a los festejos lo hicieron desde otra perspectiva. Con masividad, con calles y avenidas para transitar y expresar cada uno sus sentimientos, con los pueblos originarios, con las organizaciones sociales y comunitarias, con lo mejor de nuestra cultura, mirando al interior profundo, rescatando a las mujeres y hombres que construyeron la historia de todos, la de la patria. Y la gente se dio cuenta que los estaban invitando a ser protagonistas, e inundó con alegría la 9 de Julio.
Porque no es lo mismo que el escenario sea la calle o los palacios; o que estén o no las Abuelas y las Madres participando, o la gente desfilando junto a las fuerzas armadas, y no a militares conduciendo ceremonias y represiones; que no haya ciudadanos de primera y de segunda, sino toda una sociedad disfrutando; o que la inmigración sea parte de nuestra historia y no resabios de intolerancia y discriminación.
Allí estaban las frases de Jauretche o el Che, y no las de los patriarcas de la oligarquía; porque se convocó a todas y a todos y no a protestar a un costado de la ruta. Con Evo, Correa, Lugo, Chàvez, Mujica o Lula, es un país que empieza a sentirse parte de América Latina.
Se generó un hecho masivo sin precedentes porque existió una decisión política de plasmar el Bicentenario de esta forma; la gente se acercó porque comprendió que era parte de este pedacito de la historia que duró casi cinco días. Y en esas decenas de miles, noche tras noche, estaba todo el pueblo; nada más, ni nada menos, que el pueblo.
El día después del 25 seguiremos disputando palmo a palmo el modelo de país que queremos, apretando los dientes, ganando la calle, pero tan cierto como esto es que existió una construcción colectiva que no se hace por decreto, ni por tener mayoría o minoría en una Legislatura; se lleva adelante cuando se tiene certeza del rumbo y de los principios que se defienden.
Carlos Borgna