Por Emilio Grande (h.).- Hace unos días me contó consternado Enzo Gunzinger que había fallecido Bety Domínguez en los primeros días de diciembre pasado a la edad de 75 años, noticia que fue chequeada ayer con el presidente del Club 9 de Julio Franco Moroni.
Entonces me acordé que la había entrevistado en la sección «Rafaela y su gente» el domingo 3 de junio de 2012 en su humilde casa de calle Scossiroli 1962 del barrio Güemes. Beatriz Irma Domínguez nació el 1 de diciembre de 1938 en Rafaela, siendo sus padres Olga Piombi y Rosario Domínguez. Se había casado con Roberto Saluzzo, quien jugó al fútbol en el Club Ferrocarril del Estado.
Constituyó un símbolo de la rica tradición juliense al liderar los históricos planteles de básquet femenino que conquistaron tres títulos oficiales en la década de 1950 y permanecieron 75 partidos invictos.
En aquel entonces la cancha de básquet estaba ubicada sobre calle Ayacucho, en el sector detrás de la actual tribuna de madera. Durante más de una década las mujeres julienses, primero sobre una superficie de polvo de ladrillo y luego de mosaicos, le dieron a la entidad marcas e hitos históricos para el básquet femenino de Rafaela.
Conducidas desde fuera del rectángulo de juego por el dirigente Antonio Madera y el entrenador Oclides «Lili» Santillán, 9 de Julio obtuvo tres títulos consecutivos en la época dorada de este deporte en el ámbito local: los campeonatos oficiales de 1954, 1955 y 1956, sumado a un registro inédito con 75 partidos invictos.
En sus inicios a los 13 años, tuvo de compañeras a Antonia «Chuchi» Cueto, Marta Mizygurski, Celia Pellegrinet, Elena Núñez, las mellizas Coerezza, Chichi Isaurralde, Nilda Senn, entre otras, como así también los clásicos enfrentamientos con Atlético, Independiente y Ben Hur ante convocatorias multitudinarias.
Desde los 13 hasta los 26 años formó uno de los equipos que quedó en la historia grande de la disciplina en la ciudad. Con algo más de 1,78 m y casi 70 kg, se adueñó desde su inicio de la camiseta Nº 3 y el brazalete de capitana.
Jugaban «por amor a la camiseta», la participación era costeada por rifas y debido al entusiasmo en la ciudad en 1954 se construyó una tribuna de cemento sobre calle Ayacucho, la primera que tuvo el básquet en nuestra ciudad (con el paso de los años la cancha de básquet y la tribuna desaparecieron).
Además de participar en los torneos locales, «hicimos viajes hermosos para presentarnos en Villa del Rosario (Córdoba), Villa María y otros pueblos de la redonda, teniendo refuerzos de otros clubes como Rita Chiatti de Atlético», señaló.
Fue la única rafaelina en integrar el seleccionado santafesino de aquella época y jugaron varios partidos amistosos, por ejemplo en las ciudades entrerrianas de Concepción del Uruguay y Colón. Se reencontró con Gladys de la Ciega, una ex jugadora de Atlético, quien se había casado con un gendarme y se radicó en esa provincia.
Después de tanto esplendor, confesó su pena por la desaparición de esta disciplina (volvió hace unos años) en la entidad juliense. «Además de la falta de apoyo dirigencial se fueron yendo las chicas y no hubo recambio. Fui tentada para jugar en Atlético pero por la rivalidad que existe no acepté, terminando mi carrera en Independiente a los 28 años», expresó.
En la entrevista con LA OPINION había recordado la pensión «El Cuajo» de doña Olga en la primera cuadra de calle Rosario, lugar donde pararon los jugadores del «9» que venían de afuera durante unos 25 años, entre ellos Luis Alberto «Repollo» Fernández, quien fue la manija del equipo juliense de la década de los 60. Luego, en la década de los 80 se mudaron a una casa de calle Lamadrid 241 al lado del local de SMATA.
«El club fue mi vida. Allí nací y mis padres dieron su vida por la entidad. Mi papá fue jugador de fútbol y luego atendió el bar de la institución durante más de 20 años. Mi mamá fue la única persona velada en el club el 4 de marzo de 1988», señaló.
Fuente: diario La Opinión, Rafaela, 17 de febrero de 2015.