Por Pablo Possetto.- Desde hace años comenzó a transformarse en el lugar más inseguro del planeta. Las personas que allí se encuentran están a merced de la voluntad de terceros que pueden terminar con sus vidas, e incluso se sienten con derecho a hacerlo. Países y organizaciones internacionales imparten instrucciones y elaboran directrices para exterminar a sus habitantes.
Miles de millones de dólares son destinados a la industria que, cada vez más pujante, trabaja sin cesar para hacer de esta locación un lugar de muerte, y para acallar las conciencias e invisibilizar la problemática, persiguiendo a muchos de lo que se aponen a tanta barbarie, tratando de acallar sus voces.
En 2022 distintos ataques, en todos los casos dirigidos contra personas inocentes que habitan este lugar, motivaron el 50% de los fallecimientos en todo el mundo. Cada día, según la OMS, 200.000 personas que allí residen, generalmente consideradas indeseadas, pierden su vida.
En este contexto, la vida sigue siendo un reto para aquellos que apuestan por ella. Cada vez son más las personas que trabajan sin descanso para tratar de detener la existencia de otras más débiles e indefensas, que en este lugar se encuentran, frente a la indiferencia de muchos. Entre tanto, otros intentan terminar con la barbarie.
Es triste ver lo que sucede cuando pensamos que hace no pocos años este era un lugar generalmente muy seguro, confortable, y que durante el tiempo en que las personas allí estaban, contaban con protección legal suficiente para evitar agresiones de cualquier tipo. Ahora, esto es parte del pasado, frente al embate de la cultura de la muerte, más allá de que ninguna de las nuevas normas que permiten la masacre, por muchos naturalizada, son moralmente aceptables.
Frente a esto, muchos levantamos la voz denunciando el genocidio y tratamos de trabajar a cada instante para visibilizar la problemática y proponer soluciones alternativas frente al exterminio de tantos inocentes. Además, rezamos confiados, convencidos de que el Dios de la vida que envió a su Hijo Jesús para salvarnos nos seguirá asistiendo en esta tarea, llenándonos de su gracia para que no perdamos en ningún momento la fe, la esperanza y la caridad.
Debemos terminar con este proceso de inseguridad, invirtiendo tiempo y dinero, y asignando recursos humanos suficientes para cuidar, acompañar y educar. Tenemos que implementar políticas de Estado para desbaratar estos planes de muerte y proteger a los más inocentes.
Por ello, en este nuevo 25 de marzo en que celebramos en nuestra querida Argentina el “Día del Niño por Nacer”, invito a todos a trabajar y a rezar más que nunca para que el seno materno, que siempre fue un lugar de vida, deje de ser el espacio más inseguro del planeta y que todo bebé, más allá de los deseos de terceros, pueda nacer y luego reciba el acompañamiento, junto a su mamá y su familia, para desarrollarse y cumplir el proyecto que, desde su concepción, le da razón a su existir.