Por José Claudio Escribano.- En la madurez de la vida intelectual Gregorio Badeni se focalizó de tal manera en la defensa doctrinaria y profesional de la libertad de prensa que sería difícil decir con quién otro, entre los juristas de su generación, podría haber una mayor deuda de gratitud del periodismo argentino. Han sido enormes sus contribuciones a esa libertad estratégica y por consiguiente a las demás instituciones de la Constitución.
Al distinguirlo en 2017 con el Premio Chapultepec, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) declaró que Badeni, «con erudito fervor, había favorecido en la Argentina y en otros países de la región a que los ciudadanos, los periodistas y los medios de comunicación gocen de mayores garantías para buscar y difundir información».
Badeni tenía realizada, al promediar los cuarenta años, una carrera relevante como profesor universitario. Estaba enrolado en la corriente liberal que encarnaban Carlos Muñiz, Alberto Rodríguez Galán, Juan R. Aguirre Lanari, Arturo García Rams y, sobre todo, Segundo Linares Quintana. Para esa generación en despedida el Derecho Constitucional es una disciplina integrante de la Ciencia Política: visión legada por Sarmiento sobre cómo la política condiciona el derecho positivo.
Por Alberto Spota, otro destacado constitucionalista, Badeni se vinculó en 1987 con la asociación nacional de diarios y revistas, conocida como ADEPA. Esta buscaba un asesor jurídico permanente. La tarea de encontrarlo se había confiado a Spota y Spota no vaciló en presentar al joven abogado. Estudioso y aguerrido en abogar por libertades públicas y garantías individuales, Badeni había publicado a esa altura varias obras: La Opinión Pública, Comportamiento Electoral en la Argentina, El Derecho a Nacer.
Desde entonces anudaría, durante largos treinta años, una relación con el periodismo que cristalizaría en su libro Derecho de Prensa. Fue una relación que trascendió del ámbito de los diarios y revistas y desplegó su último capítulo con la revolución de las comunicaciones, al incorporarse a las plataformas digitales y sus periodistas como protagonistas de la lucha por libertades que son, decía Badeni, siempre base de toda sociedad liberal y democrática.
El desempeño como abogado que asombraba por la velocidad en resolver con invariable certidumbre las consultas, granjeó a Badeni respeto generalizado en el universo de la prensa. Su figura resultaba familiar y bienvenida en los encuentros entre gentes del oficio en todo el país y el extranjero. Enseñó Historia de las Civilizaciones y de las Instituciones, Derecho Político y Derecho Constitucional. Impartió la docencia como una feliz gratificación, en grado poco común, en las universidades nacionales de Buenos Aires y de La Plata, y en la Universidad Católica Argentina y en la de El Salvador, entre otras casas de estudio.
Había sido secretario de la Cámara Federal Penal creada en 1971 para entender en delitos subversivos. Ese tribunal juzgó y condenó, hasta su disolución en el breve interregno del presidente Cámpora, a cabecillas de las bandas terroristas de la época.
La «juventud maravillosa» disparaba a matar. Para los integrantes de aquella cámara la vida no era más segura que para el malabarista que caminara por un frágil cable suspendido de lo alto del Obelisco. Jorge Quiroga, uno de los jueces del tribunal, fue asesinado; Eduardo Munilla logró salvarse por milagro de un atentado a balazos; otro juez, Carlos E. Malbrán, resultó herido de gravedad en una pierna; el secretario letrado Carlos Bianco sufrió hasta morir las consecuencias de un secuestro, y la mayoría de los camaristas, incluidos algunos funcionarios y el fiscal Jorge González Novillo, partieron al exilio.
Badeni se mantuvo en Buenos Aires y reinició la actividad profesional. Adquirió el hábito de jugar al golf y de veranear en Dunamar, Claromecó; se acercó al Partido Federal de Francisco Manrique.
Por definición, la historia contrafáctica industrializa especulaciones sin rigor científico, pero prospera bajo el amparo más comprensivo del humanismo, que cierra menos puertas al afán imaginario de sumar conocimientos. Barajar de nuevo en las mentes el pasado ha sido siempre una licencia urdida a fin de hallar respuestas para lo que pudo haber sido de manera distinta de la que informa la historia con sus certezas.
Un ensayo de esa naturaleza ha sido plantear si la Argentina habría sido el país que fue hasta el albor democrático de diciembre de 1983, de no haberse precipitado en Devoto, el 25 de mayo de 1973, la liberación numerosa de presos por subversión allí detenidos. Sucedió la noche de la asunción de Cámpora, horas antes de que este dispusiera un indulto. Fue cuando se abrieron las celdas, sin olvidar las de maleantes del común, por la presión callejera que se anticipaba también a la primera de las amnistías que borrarían para la ley los crímenes de «la juventud maravillosa». Pero la conciencia moral de la República se sobrecogió igual, días atrás, cuando espectros de Montoneros reaparecieron para conmemorar el cincuentenario de la fundación de una organización que no tuvo piedad ni con sus propios adherentes.
¿Qué sangre animaba la vitalidad de este catedrático tan reticente a explayarse sobre sus orígenes y ancestros, y a quien la UBA invistió, al culminar la carrera docente, con el título de profesor emérito? Hasta el final, Badeni ejerció el magisterio en tal carácter. Ninguna disposición estatutaria lo obligaba a hacerlo. Contaba con el impulso de la vocación indeclinable por trasmitir las nociones fundamentales del derecho público de su dominio que potenciaba con las nociones de derecho privado que había templado en los años de labor profesional con Alberto Molinario, civilista cuya memoria agradecida cultivaba.
Badeni es un apellido peninsular. Que se sepa, el más remoto de los Badeni fue capitán de la guardia de uno de los duques Sforza, de Milán, a fines del siglo XV. Los Badeni se desplazaron más tarde hacia el este europeo. Reaparecerían con algún lucimiento a mediados del siglo XVIII, lejos de Milán, en la cámara de los nobles del reino de Polonia. Se dispersaron por Austria, Hungría y lo que es hoy la República Checa. En las postrimerías del siglo XIX, Estanislao Badeni fue gobernador de Galitzia, provincia del Imperio Habsburgo que al cabo de la segunda guerra mundial se repartió entre Polonia y Ucrania.
Entre 1895 y 1897, otro Badeni, de nombre Casimiro, hermano del bisabuelo de Gregorio, fue designado por el emperador Francisco José ministro-presidente de Cisleitania. Así se llamaba la región dominada por Austria en el imperio. En esa babel centroeuropea hablaban alemán, checo, polaco, croata, serbio, ucraniano, y otras lenguas y dialectos. Una reforma electoral y lingüística, destinada a morigerar la influencia germana en Bohemia en relación con los checos, precipitó la caída de Casimiro.
En 1947 los padres de Gregorio Badeni dejaron Polonia con su única criatura, de 4 años. Pasaron por Chequia y Francia antes de viajar a América. Fueron a Colombia y Brasil, donde «Goyo» asistió por primera vez a la escuela. Al fin, la Argentina, sueño depositado en la Arcadia menguante hoy: Buenos Aires y la casa de la avenida Melián, en Belgrano.
Aquí, el padre, don Alejandro Badeni, debutó en actividades vinculadas con molinos y laboratorios. Después de un tiempo, acuciado por la propensión a las aventuras, anunció a la mujer que irían a la Patagonia. Arrendó tierras de un campo en Garayalde, meseta chubutense agredida por vientos y nieves de inviernos eternos. La experiencia duró un tiempo. Fue suficiente, acaso, para que la aspereza de ese confín imprimiera huellas en el futuro constitucionalista.
Se configuró así una personalidad íntegra, reservada y fuerte, que atrajo disgustos a un hombre reacio a la retórica, la comodidad y el cálculo con los que se amortajan a menudo los ámbitos académicos en su reticencia a asumir la crítica de políticas públicas. Detrás de la pantalla de las palabras nobles, de la conducta discreta y del apego, oh sí, por lo «políticamente correcto», Badeni identificaba los motivos que espolean el interrogante social sobre el papel efectivo de los mandarinatos. Por eso los impulsaba, en circunstancias de confusión o grave pesadumbre ciudadana, a sentar juicios rectores sobre asuntos de su competencia intelectual. Los que deberían conocer mejor que otros, cómo no. Extremando la caracterización, podría decirse con Yeats que en Badeni se encarnaba «la pureza de una fuerza natural» dispuesta a hacer rodar por las escaleras los fingimientos que en la diplomacia se consagran como arte.
Al volver de Garayalde, «Goyo» completó los estudios básicos en espacios más amables que los de la ruda meseta patagónica: los primarios, en la Buenos Aires English High School; los secundarios, en el Colegio Arriola de Marín, de San Isidro. Con más garra que habilidades fue de muchacho tercera línea en divisiones inferiores de Alumni y participante entusiasta, en los setenta, de los campeonatos para mayores de 30 años que organizaba Juan Luis Gallardo bajo el lema de «Músculo y Amistad», en la vieja cancha de Acassuso. «Recuerdo bien a Goyo -evoca el ex presidente de la Cámara Nacional Electoral Alejandro Paz, que jugaba de centro-forward-: era un defensor con pierna fuerte en el partido».
Tres academias nacionales: las de Derecho y de Ciencias Morales y Políticas, a las que presidió, y la de Periodismo lo honraron como miembro de número. La ciudad de Buenos Aires proclamó en 2016 «Personalidad destacada de las Ciencias Jurídicas» a quien había coronado su copiosa obra con los tres tomos del Tratado de Derecho Constitucional.
Ahí se despliega en plenitud el pensamiento de quien ahondó en la cuestión de la separación de poderes, expuesta por Montesquieu, y perfeccionada dos siglos después por la escuela que siguió Linares Quintana, su suegro y maestro. Fue el aporte, con harta frecuencia violentado por gobiernos retardatarios del progreso moral, de que la separación de los poderes exige equilibrio, coordinación y controles recíprocos. Confinado desde hace meses al lecho de enfermo, lo angustiaba la imposibilidad de sumarse a la movilización por evitar una nueva depredación de la política en la Justicia.
Badeni siguió de cerca el desenvolvimiento de la convención constituyente de 1994, en Santa Fe. Estuvo presente, acompañando a algunas autoridades de ADEPA, como el ex presidente Guillermo Ignacio, con la voluntad de que se reconociera el secreto profesional de los periodistas, como ocurrió, y se evitaran lesiones al espíritu republicano del cuerpo dogmático de la Constitución de 1853/60.
Poco antes de morir, y sabiendo el valor que un viejo cronista político conferiría a su confidencia, Badeni relató a quien aquí con amargura lo despide un delicado episodio del que había participado casi al cierre del último régimen militar.
Como es de conocimiento público, la ley de autoamnistía con la que en 1983 las Fuerzas Armadas dejaron el poder había contado con la aquiescencia del candidato presidencial del PJ, Italo Luder, y de otras figuras de peso en el movimiento fundado por Perón. Fue un paso en falso: triunfó el candidato radical, Raúl Alfonsín, y promovió, según lo había anticipado, la derogación inmediata de esa norma. Los peronistas quedaron rehenes de aquella otra política, como que se negaron a integrar la Conadep constituida por Alfonsín. Pero reaccionarían más tarde, en mutación sorprendente, y reescribirían, sin sonrojo alguno con los Kirchner, el prólogo de Ernesto Sabato al memorable informe sobre los desaparecidos.
Lo que se ignoraba, y Badeni reveló al final de la vida, fueron las controversias habidas entre militares antes de que la Junta aprobara la ley de autoamnistía. Que el Consejo de Almirantes se había opuesto a ella y que esta posición había sido sostenida por el auditor general de la Armada, contralmirante Jorge Gnecco, ante los pares del Ejército y la Fuerza Aérea. A estas dos fuerzas asistió como consultor otro gran jurista, Julio Oyhanarte, por dos veces juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, la última con Menem.
Badeni actuó como asesor letrado personal del contralmirante Gnecco con la aprobación del almirante Rubén Francos, entonces comandante en Jefe de la Armada. Ambos defendieron, ante la contraparte militar, el documento de apenas una carilla y media que resumía la posición de los marinos. Fue el Ejército, recordó Badeni, la fuerza que más insistió en la autoamnistía, y la que arrastró la adhesión de la Fuerza Aérea. Por dos votos contra uno quedó de tal modo allanado el camino para que prevaleciera en la Junta Militar la idea fundamentada por Oyhanarte. Fuentes antiguas de la Armada confirmaron a La Nación lo revelado por el constitucionalista que acaba de desaparecer.
Gregorio Badeni fue presidente del Rotary Club de Buenos Aires. Estuvo casado con Helena Linares Quintana, quien falleció hace tres años. Deja dos hijas, Mariana y Alejandra Magdalena. Había nacido en Varsovia el 6 de enero de 1943.
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 16 de setiembre de 2020. Badeni vino a Rafaela en dos oportunidades, con motivo de realizarse las asambleas anuales de ADEPA: en 1996 organizada por el diario La Opinión y en 2015 por diario Castellanos.