Autonomía: el desafío de criar hijos capaces de decidir

Fomentar la autonomía es un acto de confianza y amor: confianza en que cada niño puede, con acompañamiento y límites claros, descubrir quién es y hacia dónde quiere ir.

Por Luciana Mazzei.- Cuando le pregunto a los padres qué es lo que más desean para sus hijos, la respuesta es unánime: que sean felices. Pero sobre qué es la felicidad para ellos no hay tanto consenso y las respuestas varían entre que no sufran necesidades económicas, que sean “alguien” en la vida, que tengan buenos amigos…

Víctor Frankl, a diferencia de Freud, propone que el hombre no busca la felicidad sino el sentido de su propia vida y, cuando lo encuentra, es feliz porque ha descubierto el para qué de su existencia y aunque las circunstancias no sean favorables puede ser feliz porque camina con un rumbo cierto. La tarea entonces como padres consiste en ayuda a los hijos a descubrir este sentido, el para qué de la vida personal.

En los últimos 30 años se ha pasado de un estilo parental autoritario a otro casi totalmente libre, donde niños y adolescentes deciden prácticamente todo en el seno de la familia: desde qué comer, cómo vestirse y hasta dónde vacacionar. La respuesta de los padres a esto es “no quiero que sufra”, “si no vamos a dónde le gusta se aburre”, entre otras del mismo tenor. En ambos casos el desarrollo de la autonomía queda trunco. En el primero porque no se permite la toma de decisiones contrarias a lo que dicen los padres y en el segundo porque la total libertad impide el logro de criterios personales y sólo se decide en función de lo que la persona quiere y desea, sólo por placer y no con responsabilidad.

La autonomía, capacidad para decidir y valerse por sí mismo, no es algo que venga dado desde el nacimiento sino una capacidad que debe desarrollarse progresivamente como las habilidades humanas. La vida del hombre es libertad, pero también es responsabilidad, son dos caras de una misma moneda.

Ser autónomo implica resolver problemas de la vida cotidiana, tomar decisiones, analizar las opciones, tener criterios propios frente a las situaciones que se presentan en el día a día. Estas actitudes se aprenden en las prácticas cotidianas, qué cuento leer esta noche, qué ropa puedo usar, qué tiene ganas de merendar… cada una de estas pequeñas decisiones ayuda a crecer en confianza y responsabilidad.

Dejar que los niños tomen decisiones importantes para las que no han desarrollado un criterio responsable, es poner en ellos un peso que difícilmente pueden cargar si los resultados salen mal y es dejarlos solos en un espacio que es de los adultos. Dejar que decidan para no verlos sufrir es como querer que no crezcan.

Los padres quieren que sus hijos sean independientes, pero hacen todo por ellos aun cuando esto implique quejas con respecto a la alta carga de compromisos, traslados y organización familiar que implique. Enseñar a participar en las tareas del hogar, a caminar hasta el quiosco o ir en bici al club se han convertido en actividades que generan en los adultos una alta carga de culpabilidad y temor, impidiendo así que los niños y adolescentes sean responsables del orden y la limpieza, que desarrollen herramientas para moverse en la ciudad y tomar decisiones.

El mundo actual no es tierra fácil y es humano el temor de que los hijos les pase algo, pero las calles siempre fueron peligrosas y de lo que se trata la educación es dar a los hijos recursos para defenderse frente a potenciales peligros sin asustarlos, pero si ayudando a prevenir y pedir ayuda.

Cuando un padre o madre dicen: cuando yo no esté quiero que sea independiente y autónomo, pero no habilita espacios para el desarrollo de sus hijos está haciendo lo contrario de lo que pretende. Estas virtudes se desarrollan cuando el pequeño aprende a ordenar sus juguetes, a dejar la mochila en su lugar a limpiar lo que ensució y a realizar algunas tareas que facilitan la vida familiar como prepara la mesa para el almuerzo o lavar los platos. Antes de ser un abuso, estas acciones promueven la participación de todos en la vida familiar y la consciencia de solidaridad y ayuda mutuas necesarias para la vida en sociedad.

La autonomía no aparece de un día para otro: se construye. Implica permitir que los chicos hagan por sí mismos lo que ya son capaces de hacer, aunque eso lleve más tiempo o no salga perfecto. Cuando no sale bien se debe enseñar a mejorar, nadie nace sabiendo preparar la mesa o tender la cama.

Si estas virtudes no se desarrollan las personas se convierten en tiranos convencidos de que el mundo gira en torno a ellos, que no deben ayudar a nadie. Las pequeñas frustraciones de la vida familiar, los “no” dichos a tiempo, enseñan que sus derechos terminan donde empiezan los de los demás, que no siempre se puede hacer lo que uno quiere y esto fortalece el carácter frente a las frustraciones, permitiendo levantarse de las caídas y volver a empezar.

Si no se promueve la tolerancia a la frustración dentro de la familia, donde los límites y las responsabilidades son propuestos con amor y empatía, el mundo se convierte en un lugar hostil y en el que hay que temer y desconfiar de todo y de todos. Las personas se vuelven débiles e incapaces de afrontar las dificultades del día a día y cualquier pequeño tropiezo puede provocar ansiedad o depresión.

La sobreprotección termina debilitando la autoestima infantil. “Si un adulto resuelve todo por el niño, el mensaje que recibe es simple: vos solo no puedes”, coinciden los profesionales. Y ese mensaje, repetido sin intención, se convierte en un obstáculo para construir seguridad interna.

En un contexto donde los valores culturales invitan al placer y a la felicidad fácil y sin esfuerzo, donde los chicos reciben estímulos permanentes, enseñar a pensar por sí mismos es una urgencia. Fomentar la autonomía es, en definitiva, un acto de confianza y amor: confianza en que cada niño puede, con acompañamiento y límites claros, descubrir quién es y hacia dónde quiere ir.

Quién es, para saber quién quiere llegar a ser descubriendo así el sentido de su vida, reconociendo sus dones y habilidades. Saber hacia dónde quiere ir para no dejarse vencer por los tropiezos, levantarse ante las caídas y seguir andando.

La autora es magister en orientación familiar, radicada en la ciudad de Rafaela.

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