Un Papa popular ante un gobierno populista
La buena novedad es que el mejor Francisco todavía no se conoce. El Papa no permitiría que su popularidad fuera utilizada para tapar los problemas de la Iglesia, que empujaron la renuncia de Benedicto XVI. Esos problemas inmensos que se explicarían sólo por un Dios dormido, según la metáfora del anterior papa. Francisco sabe que existe corrupción en la curia vaticana, que el Banco Vaticano no debe seguir existiendo entre una impenetrable nube de suspicacias mundiales y que los pecados morales que también constituyen delitos deben terminar para siempre dentro de la Iglesia. Le guste o no al cristinismo, el fenómeno popular de Francisco sólo ha comenzado.
Por Joaquín Morales Solá (Buenos Aires)