Por Francisco.- Cada hombre, cada mujer, cada creyente: todos somos un don del Señor, un don muy precioso. Cada uno de nosotros es un don para todos y para toda la Iglesia, que se concreta en un contexto específico, en un tiempo, en un lugar muy específico. Somos dones concretos, para personas concretas y así somos también un don para todos, en la sencillez de la vida que vivimos. En efecto, cuanto más crecemos en la amistad con el Señor y con los demás, más se suavizan las asperezas, las durezas, las incompatibilidades o, más exactamente, dejan de ser un obstáculo para la comunión y se convierten paradójicamente en nuestro modo único e irrepetible de ser, el color específico del don que somos para los demás. Todos somos, por tanto, dones y, sin embargo, la Iglesia reconoce en los santos personas que son dones de un modo un poco más amplio, es decir, universal: por eso son canonizados, para que su existencia y su amistad puedan llegar también a las personas, a los lugares, a los contextos y tiempos que no son los más cercanos a ellos. De hecho, los santos son hermanos tan parecidos a Jesús que pueden ser referentes seguros (en el ejemplo, en la enseñanza y en la amistad y la devoción) para cada Hijo de Dios.
Carátula del libro de la LEV sobre las homilías de Angelelli.
Para que todos estemos más unidos con el Padre y con nuestros hermanos, más parecidos a Jesús, más unidos como hermanos entre nosotros. El beato mártir Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, fue y sigue siendo un don del Señor para la Iglesia en Argentina. Un hombre de gran libertad y de gran amor por cada persona: amigo o adversario, hermano o enemigo. Un obispo verdaderamente católico, porque está unido a la Iglesia universal en la escucha y en la obediencia filial al Papa y en su compromiso tenaz de implementar en su diócesis las indicaciones y los impulsos del Concilio Ecuménico Vaticano II. Es muy hermoso, por ejemplo, diría incluso conmovedor, el modo en que comunica a su pueblo el encuentro que habría tenido con Pablo VI con motivo de la visita ad limina Apostolorum; con el mismo entusiasmo transmite también a los fieles el resultado del encuentro y los mensajes y cartas recibidos desde Roma. Al mismo tiempo, a pesar de los peligros y de la creciente hostilidad de sus adversarios, a pesar de los miedos y las amenazas, cumple el mandato de ser pastor del rebaño de la Iglesia. Un rebaño que, sin embargo, no está destinado a encerrarse en la sacristía sino a difundir el amor de Dios, acogido y celebrado en los sacramentos, en la vida ordinaria del trabajo, de la familia, de las asociaciones, de la solidaridad. No creo que Angelelli fuera un héroe, sino un verdadero mártir (y así lo ha reconocido la Iglesia).
El mártir testimonia que, si el corazón y la mente están en Dios, en él siempre surgen actitudes: el amor sincero hacia todos y el rechazo de toda explotación y atajo para el propio interés o para una vida tranquila, si están en juego los derechos y la vida de los más débiles, los marginados, los que -digamos hoy- están en la periferia. Por ello Monseñor Angelelli y sus homilías, recogidas en este volumen titulado En escucha de Dios y del pueblo (In ascolto di Dio e del Popolo), pueden ser también fuente de inspiración y crecimiento en el discernimiento evangélico de los desafíos y situaciones que cada uno de nosotros está llamado a vivir en la Iglesia y en la vida profesional y familiar. Monseñor Enrique fue también pastor de los sencillos: valoró la piedad popular (vinculada a lugares, tiempos, fiestas de esa tierra y de ese pueblo) para alentar la adhesión del pueblo -en unidad y solidaridad- a Cristo y a la Madre Iglesia. Su predicación fue verdaderamente popular – como lo atestigua este volumen -, dirigida a todos y accesible a todos: anclada también en las circunstancias concretas de la vida social para mostrar que el Evangelio no es una idea y la fe no es una creencia. La fe en Cristo, de hecho, es la aceptación de una relación que nos cambia en nuestro corazón, en nuestra mente y en la manera en que nos miramos a nosotros mismos y a los demás. El Evangelio nos hace mirar (perdón por el juego de palabras y la tensión lingüística) observados y observantes con amor.
Fuente: https://www.vaticannews.va/es