Por Daniel J. Imfeld.- Cual título de la novela de Osvaldo Soriano (1973) es lo que parecen evocar los restos del edificio de los Grandes Almacenes Ripamonti frente a la plaza principal de Rafaela, aunque en nuestro caso decidimos acompañar el final con un signo de interrogación, dado que nos asiste la esperanza por un destino mejor.
Triste recuerdo de lo que fue producto de una visión empresarial que acompañó y promovió el desarrollo del pueblo que se transformó en ciudad. A lo largo de 82 años supo responder a las demandas propias de los vaivenes del consumo local y regional. Brilló como dispositivo comercial al tiempo que brindó un espacio de sociabilidad donde citadinos y chacareros se encontraban. Un edificio, una casa comercial, una estructura material, que impactó tanto en la trama física como simbólica de la ciudad.
Solitario testimonio de los primeros tiempos, hoy en ruinas. Unas paredes resquebrajadas, un techo que se va desplomando, unos sótanos que alientan todo tipo de fantasías, una galería clausurada. Son las ruinas, restos materiales, productos de destrucciones, vida que se resiste a morir. Son sentimientos, son historia, son memorias, lazos que se debilitan por un proceso de desidentificación con un pasado que se va alejando. Y así y todo se mantienen en pie, despojados de toda utilidad y función, mutilados por el paso del tiempo y de proyectos que no se concretan. Resisten ante una caída que se anuncia cada vez más inminente.
¿Final? Pasaron 137 años desde que Faustino Ripamonti abrió su almacén de ramos generales frente a la plaza principal del pueblo Rafaela. Pasaron 55 años del mensaje final con el que la firma comercial se despidió de sus clientes y de la ciudad toda. Pasaron 25 años de que el gobierno santafesino los declarara Patrimonio Histórico Provincial. Pasaron 4 años desde que un concurso se propusiera restituirles vida y recuperarlos para el ritmo vital del presente ciudadano. Pronto se cumplirá un año de que se desplomara parte del techo del antiguo salón del sector mercería. Sin embargo, siguen ahí, atrapados en una encrucijada de tiempo y lugar, resistiendo a la resignación, a las amenazas de ser desmaterializados del contínuum de la historia lugareña. Cada vez más frágiles y vulnerables. Parte insoslayable de una visión compleja de la realidad social, cultural, política, territorial, siguen estoicamente esperando respuestas efectivas y concretas en el mismo sentido de su integralidad.
Si bien la noción de patrimonio, consagrada en las cartas internacionales y en la propia normativa local ha ido ganando legitimidad como derecho de los ciudadanos, subsiste la divisoria entre defensores y detractores. Estos posicionamientos nos permiten ver, leer, analizar en qué estado se encuentra la memoria de esta sociedad, sus tensiones, conflictos, aspiraciones. Mientras unos abogan por la salvaguarda, otros solo esperan su final. ¿Ilusión nostálgica o narcisista de unos, interés práctico de otros? Lo cierto es que la realidad material se vuelve ambigua ante el desconcierto visual que genera en una ciudad que se dice pujante. Por ello resulta imperioso desplazarse más allá de las controversias y pensar en planes de gestión del patrimonio construido como parte del paisaje urbano histórico (PUH) que permitan articular el valor histórico con la funcionalidad, la acción pública con el interés privado, el financiamiento económico con la sostenibilidad, todo ello en el contexto de un paisaje que debe entenderse como dinámico y cambiante. En ese paisaje los Almacenes Ripamonti, o lo que queda de ellos, reclaman ser rescatados de la atonía en la que están desde hace décadas, y no precisamente para ser incorporados como simple decorado histórico, vacíos, carentes de significados, sino para aportar valor y funcionalidad a una ciudad viva. Más allá de la visión de unas ruinas empañadas por una nostalgia reactiva de lo que se trata es de renovar el compromiso de la comunidad con su historia, con las memorias y las identidades que en ella habitan, y sobre todo de forma amigable con las nuevas generaciones de modo de incorporar nuevos sentidos de pertenencia.
La urgencia, de la que no nos podemos desentender, obliga a establecer por cierto metas cercanas, pero con la mirada más lejana, a pensar acciones concretas en función de definir para qué y para quienes creemos entonces que se debe conservar.
De vuelta al presente y una vez más frente al impacto escénico que genera su situación actual no podemos dejar de preguntamos ¿será que los Almacenes Ripamonti están destinados a ser nuestras ruinas circulares? donde como le ocurrió al personaje del relato borgeano: «Se le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.» (Borges, 2011: 748).
El autor es miembro del Centro de Estudios e Investigaciones Históricas de Rafaela. Fuente: https://diariocastellanos.com.ar/