Por Alcides Castagno.- Me recibió casi asomándose desde un escritorio atiborrado de carpetas, papeles, objetos; tres de las paredes están escondidas detrás de libros de todas las épocas; es el despacho de Alcides Suppo, sacerdote, hoy sin parroquia a su cargo. Por ese lugar desfilan hombres y mujeres en busca de ayuda, comprensión, una mano tendida para salir de una adicción, de una inclinación al suicidio, de un vacío que nada puede llenar. Suppo recibe a todos y hace lo que cree posible; «yo sólo dejo que Él actúe», dice señalando con el índice hacia arriba.
Infancia campesina
«Nací en Saguier, en el campo. En realidad, mi familia era Marchisone, la familia de mi madre; una parte estaba en Clucellas y la otra parte en el sur de Saguier; mi papá se casó con una Marchisone; de ahí nacimos tres hermanos: yo, el mayor, el 30 de enero de 1935; después nació mi hermana Onelia y después Clelia, que contrajo poliomielitis y que ahora está conmigo.
Mi papá era muy pobre; en un campito de 50 Has. que heredó mi mamá, hicieron una explotación de un pequeño tambo, algunos animales y una siembra de forrajes para alimentación de esos animales. En los años 40 se vivía bien con una explotación así. Hubo dos hechos que todavía se recuerdan: una sequía espantosa que castigó muy duro al campo. Poco después, las langostas. Recuerdo que estábamos en la escuela y el maestro nos dijo «llegaron las langostas»; era una nube negra que, al alcanzar los sembrados, empezaban a bajar; se posaban en los árboles, cuyas ramas se quebraban por el peso y después se lanzaban a los sembrados y se comían todo; fue la muerte para la gente de campo. El gobierno mandó aviones, que rociaban con gamexane y los jeeps langosteros con un operador de lanzallamas, que quemaban a las langostas apenas nacidas. Fue tremendo. Tuvimos como las siete plagas de Egipto, porque a continuación los animales morían por la brucelosis; nosotros debimos deshacernos de todos los animales del tambo y empezar de nuevo».
Vocación
«Comencé mi escuela en Iturraspe, después Estación Saguier y Saguier; cambiábamos de casa hasta que pudimos comprar la nuestra. Yo iba a una Escuela Láinez, que tenían hasta cuarto grado, pero yo quería seguir estudiando a toda costa; éramos tres o cuatro que queríamos seguir y no teníamos dónde, así que un maestro se apiadó y nos dio dos años más con las materias principales, para que podamos terminar, hasta que la gran noticia: ¡se creó hasta el sexto grado en Saguier! Ya éramos grandes, 16 o 17 años, me afeitaba para ir a la primaria», dice riendo al recordar aquellos días.
«No sé por qué razón, empecé a sentir el deseo de ser cura; mis padres no tenían hábitos piadosos, eran pobres, tenían que trabajar y estaban lejos del pueblo. Mi vicio era la lectura; en Saguier estaba la biblioteca José Ingenieros y yo me devoraba todos los libros, novelas, Julio Verne, Salgari y lo que caía en mis manos. Mis padres pensaron que podía ser cura, escuchando la opinión de una tía. Yo tenía 21 años. Ella habló con el padre Aldo Zurbriggen y así entré al Seminario de Guadalupe un 8 de setiembre de 1955. Fue un salto increíble: del ámbito rústico campesino, mi primer contacto visual fue con un profesor de música, el maestro Suñé Sintes, que interpretaba el órgano de tubos y tenía una cabellera como Beethoven. Mientras cursaba el secundario, como ya era grande, me propusieron que estudiara mucho en vacaciones algunas materias y así completé un secundario abreviado, me lo dieron por aprobado y me promovieron a la división Filosofía. Fui bedel, conocí el scoutismo, algo que me gustó mucho y lo llevé conmigo a todos los lugares adonde fui después».
Ordenación y norte
El 12 de abril de 1965 se concretaron dos actos soñados por el que sería el Padre Alcides Suppo. Fue en Saguier, su pueblo natal, ordenación y primera misa, siguiendo la impronta de apertura y acercamiento a su propia gente, que había instaurado Monseñor Vicente Zazpe. «Apenas ordenado, hice las valijas y me fui a Villa Minetti; allí había dos o tres seminaristas, entre ellos Hugo Collosa, que había estudiado conmigo; con ellos celebré la primera Semana Santa, año 1965. Fue una experiencia nueva, en la que se crearon grupos juveniles y que corrían el riesgo de quedar en el aire una vez que nos hayamos ido; nos contactamos con un ex compañero nuestro, Onofre Pighín, oblato diocesano, que felizmente continuó con lo que habíamos empezado y desde entonces nunca más faltó asistencia espiritual en esos lugares en el extremo norte de nuestra Diócesis. De allí me destinaron a Ceres, donde estuve dos años como Teniente Cura; el párroco era muy mayor; me ocupé de fundar el movimiento scout, un ateneo juvenil y así los chicos empezaron a «invadir» la parroquia; el párroco, que se reunía con un grupo a jugar a las cartas, se vio obligado a abandonar esa práctica ante la presencia de los jóvenes y sus actividades (de esto me enteré varios años después). De Ceres me destinaron a Tostado y luego a Rafaela, como secretario de Monseñor Brasca, que poco después falleció y su cargo fue ocupado por Monseñor Jorge Casaretto.» Estos tiempos fueron particularmente duros para el País y, por ende, para la Iglesia. Alcides Suppo no fue ajeno a los conflictos que involucraron a la gestión pastoral del obispado, pero esta parte, con su permanencia en Italia y su regreso a la parroquia de Guadalupe en Rafaela, más su trabajo actual en la recuperación de jóvenes víctimas de las adicciones, merece una segunda parte que ofreceremos a continuación.
La personalidad reflexiva, serena y medulosa de Suppo contrasta, a veces, con la vehemencia con que defiende sus principios y la voluntad creadora que impulsa en quienes lo rodean; sólo se ve aplacada, a veces, por sus 87 años y sus limitaciones de salud, a las que trata de no darles importancia.
Vida comprometida

En la primera parte nos encontramos con Alcides Suppo, sacerdote católico, nacido en Saguier, apasionado por la lectura y la formación autodidacta en la infancia y adolescencia, sus nueve años de preparación para el sacerdocio en el seminario de Guadalupe y, ya ordenado, las primeras misiones en Villa Minetti, Ceres, Tostado y la secretaría del obispado de Rafaela, gobernado entonces por monseñor Antonio Brasca. Su relato continúa.
Tiempos violentos
«Eran los años setenta, tiempos violentos, donde todos estábamos rigurosamente vigilados. Monseñor Brasca enfermó y falleció; fue sustituido por Monseñor Jorge Casaretto, cuyo nombramiento fue resistido, porque estaba relacionado con grupos de jóvenes, algunos de los cuales estaban detenidos y otros sospechosos; su venida a Rafaela en cierto modo me salvó, porque yo estaba muy comprometido con la gestión de Monseñor Brasca. Aquí hubo chicos presos, suicidados, asesinados. En ese momento habían detenido a un chico de apellido Suppo, hermano de Silvia, la que fue asesinada tiempo después; ellos tienen mi apellido, pero no son parientes, aunque sí yo era amigo del papá, que era zapatero; un día vino a decirme que su hijo estaba amenazado de muerte. El obispo había viajado al norte así que fuimos a buscarlo, ubicamos al chico con sus abuelos en Pilar; convinimos en que había que sacarlo antes de que lo maten, lo vestimos de cura y lo llevamos a Buenos Aires, desde donde pasó a Brasil. Quedaba pendiente mi situación, que se hacía cada vez más insostenible porque alguien había denunciado mi intervención con la situación de ese chico Suppo, así que, por medio del obispo y del nuncio Pio Laghi, en muy poco tiempo me vi dentro de un avión con destino a Italia. Allí aproveché para estudiar teología espiritual con los Carmelitas y ejercer mi ministerio sacerdotal en una parroquia, dispuesto a volver cuando mi obispo lo dijera; ya lo había aprendido desde chico en el campo: obedecer. Si Dios quiere, las cosas salen».
Su parroquia
En el año 81 Alcides Suppo volvió a Rafaela y, como secretario del obispo, atendía la capilla de Guadalupe desde la Catedral. El 12 de marzo del 85, Monseñor Héctor Romero creó la parroquia de Guadalupe y Suppo fue designado su primer párroco. «En ese caso también obedecí contra mis preferencias, porque yo me inclinaba a trabajar con los jóvenes y con otros movimientos, sin la necesidad de estar al frente de algo que para mí era desconocido, como una parroquia, teniendo en cuenta además que, en ese momento, mi territorio incluía una zona muy amplia que ahora comprende San Cayetano, Santa Rita, 17 de Octubre y el barrio Jardín, que estaba en construcción. Gracias a Dios después se fue subdividiendo y se formaron comunidades más pequeñas y más presentes en el barrio».
Adicciones
«Entre los jóvenes -continúa Suppo- empezó a hacerse notorio el problema de las adicciones, cada vez más numerosas y profundas; ante los primeros casos, a través de la Renovación Carismática, se conoció a un sacerdote de Malabrigo, el padre Vega, que los recibía en una casa para tratar su recuperación; con algunos lo lograba, con otros no, pero hacía una gran obra. Algunos de los recuperados vinieron a instalarse a Rafaela y formaron sus familias. Con un grupo de entusiastas, entre ellos el Piri Petinatti, decidimos hacernos cargo del problema, pero necesitábamos una casa; la pedimos; quiso la Providencia que la empresa Papeltécnica, al cumplir 25 años, decidiera hacer una donación importante: esa donación fue una casa para la internación de chicos con adicciones. Tamaño gesto nos impulsó y empezó nuestro trabajo en esa casa de calle Las Heras, que se transformó en nuestra base de operaciones; empezaron a venir chicos de la zona, más los de aquí; allí conviven, se hacen su comida, las tareas de la casa, se corrige a los violentos, rezan, hacen una sanación espiritual; algunos se levantan, otros caen y se van, otros caen y vuelven a levantarse. Al poco tiempo, gente de Susana nos dijo: tenemos una casa desocupada, en el campo, ¿la quieren? Por supuesto que la tomamos, hicimos los arreglos y empezaron a alojarse chicos para aprender a convivir y sanarse por dentro y por fuera».
«La tercera casa, que es alquilada, está en el barrio Güemes; también en este caso los chicos llegan para alojarse, aprenden adonde están, quiénes son los dueños de casa y viceversa. Allí evaluamos las posibilidades según el estado en que ingresen los chicos. Una en el barrio 2 de Abril, muy grande, para distintas actividades, donada por la Municipalidad; otra en el campo, prestada, con contrato largo; otra en Saguier, un almacén viejo que fue abandonado y, gestiones mediante, quedó en uso de la productora ‘Vistiéndonos de Sol’, tal el nombre que recibió el grupo empeñado en toda esta enorme tarea de recuperación de adictos. En estos momentos estamos por recibir el derecho de uso de la Granja Francisco Peretti. Tenemos también la casa del Anciano Simeón, donde recibimos a la gente mayor en situación de calle; un emprendimiento del padre Casale que, cuando Monseñor Franzini lo destinó a otro lugar, la dejó a nuestro cargo».
«La productora ‘Vistiéndonos de Sol’ tiene las casas que decía anteriormente, más una idea nueva que es ocuparnos de los más chicos, los que padecen el abandono de familias disueltas y están a la deriva, condenados a lo peor de la calle. La plata con que mantenemos todo viene del Gobierno de la Provincia, de la Municipalidad, hay gente que se acerca dos o tres veces al año y nos deja sumas muy importantes, más un cierto número de socios. Todos nos aportan lo suficiente para cubrir todo y hasta, a veces, sobre un poquito para mejorar lo que tenemos. Es una comprobación más de la providencia de Dios y su misericordia».
Cuando fue despojado de su parroquia por haber cumplido 75 años, Alcides Suppo continuó sirviendo en el barrio 17 de Octubre y desde su casa, allí donde nos recibió, rodeado de libros, con un aura paternal, omnisciente, capaz de comprender los problemas que le transmiten las decenas de personas que buscan su palabra, sabiendo que siempre la encontrarán. Su vocación de apóstol, ampliamente ejercida, tiene el vigor de un espíritu generoso, que brota de cada actitud comprometida.
Fuente: https://diariocastellanos.com.ar