Por Emilio J. Grande
“Más vale tarde que nunca” o “nunca es tarde cuando la dicha es buena”. Cualquiera de los dos refranes cae como anillo al dedo ante el anuncio de hace pocos días que Atlético construirá un Museo del automovilismo.
Este anuncio fue una muy grata sorpresa insertada en el discurso que el presidente de la entidad albiceleste, Dr. Ricardo Tettamanti, pronunció en el autódromo al celebrarse el 40º aniversario de la inolvidable y hasta hoy irrepetible “300 Indy”, que protagonizaron pilotos y máquinas de las 500 Millas de Indianápolis el 28 de febrero de 1971 con la participación de Carlos Pairetti, el único en representación de nuestro país.
El introito de esta nota refiere a que hace más de medio siglo se había creado un clima favorable a la iniciativa que ahora promete concreción, cuando LA OPINIÓN apuntaló ese propósito que con una serie de notas lanzó en estas páginas don Luis C. Remonda en el ambiente tuerca, quien alcanzó trascendencia nacional al construir la robusta pasarela en el antiguo circuito de las 500 Millas Argentinas sobre la recta principal del camino de tierra prolongación del bulevar Roca. La frustración de aquel intento se originó en una cuestión política interna de la entidad.
El citado Remonda, hombre práctico y de sentido común que aplicaba en sus decisiones, por aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando” acompañó sus argumentos ciertamente sólidos y convincentes para cimentar su idea que con entusiasmo apoyaban masivamente los amantes del automovilismo deportivo no solo locales sino de todo el país que conocían a Rafaela como uno de los centros más importantes del interior con más historia en carreras de autos, dio, podríamos decir, el puntapié inicial para tal museo e hizo llegar a la sede de Atlético varias cajas con elementos de las máquinas de entonces que había ido acumulando en su domicilio a modo de mini-museo, tales como volantes, antiparras, ruedas armadas, cubiertas, llantas, herramientas varias y decenas de fotografías, con la ilusión de que expuesto ese material en vitrinas despertaría el interés de otros apasionados como él para que se decidieran a engrosar aquello incipiente.
Después de un tiempo más que prudencial, advertido de que ni siquiera había recibido acuse de recibo de aquel material que consideraba –sin equivocarse- tan valioso, su desilusión fue tremenda cuando hurgando por la suerte que había corrido lo donado, fue informado por Ceferino Paredes –aquel recordado canchero noble y eficiente- que en lugar de ocupar vitrinas en la sede societaria aquellas cajas conteniendo las reliquias de don Luis, se habían cubierto de polvo debajo de las tribunas de la cancha de fútbol.
Furioso, Remonda desahogó su bronca a través de sendas notas publicadas en este diario cuyo contenido resultó impotente para hacer cambiar la historia. Así, el Museo del Automovilismo de Rafaela se postergó por más de medio siglo hasta el reciente anuncio auspicioso de Tettamanti. Durante tanto tiempo perdido se creó un museo de tales características en Balcarce, en el que de su atracción irresistible para aficionados “tuercas” nacionales y extranjeros muchas de las máquinas que allá se exhiben hubieran debido estar acá.
Seguramente, Rafaela tendrá su museo de autos deportivos pero habrá que remar pacientemente porque a veces, y esto que se narra fue una de ellas, lo ocurrido es consecuencia de que equivocadamente se prioriza lo personal perjudicando gravemente el interés general.