Por Jorge Lanata.- En “El enfermo imaginario” -la comedia dramática que en 1673 escribió Jean-Baptiste Poquelin Moliére- Argan está convencido de que padece una enfermedad grave y hace lo imposible para que los médicos le diagnostiquen todos los males posibles. Pero aunque es la más evidente, hipocondría no es la única dificultad para Argan: Bèlisa, su segunda esposa también es una mentira (sigue a su lado solo por interés en su herencia); Angélica, su hija, tiene un enamorado distinto al candidato que le eligió su padre, y el médico Diafoirus se deja llevar por las mentiras de su paciente y convalida sus “enfermedades”. El mundo de Argan es una burbuja que está siempre a punto de explotar.
La obra -que aún hoy se representa- dejó una leyenda macabra: en su estreno Moliére comenzó a sentirse enfermo y horas más tarde murió sin que se supieran las causas. Vestía aquel día de color amarillo y desde entonces hasta hoy en el teatro y la televisión ese color se considera símbolo de mala suerte.
Alberto Fernández no usa corbatas amarillas (como en su momento estuvo de moda entre los menemistas) y mucho menos, trajes amarillos: más bien se viste como un abogado con poca imaginación.
Sin embargo, su vida está rodeada de mentiras. El mismo, de tanto repetirlas, se ha convencido de que ciertas mentiras son verdaderas. La mentira de esta semana es su reelección imaginaria. Hace unos días, en un acto en José C. Paz, escoltado por el intendente Mario Ishii, le dijo: “Quiero que sepas que antes de que mi mandato termine, en este primer mandato que tengo, te garantizo, Mario, van a tener el polo industrial”.
En la Casa Rosada mintieron a coro: “Lo dijo porque va a ser candidato. Si el gobierno no llega bien no hay chance para nadie en el Frente, pero si su imagen se va recuperando de a poco, Alberto tiene que jugar”, le aseguraron a Clarín fuentes del gobierno.
La obsecuencia de Aníbal Fernandez fue la primera en quedar en evidencia: “No tengo dudas de que ganaría la elección si se presentara para un segundo mandato”, dijo entusiasmado.
Si somos estrictos, el “albertismo” hoy no es mucho más que una mesa de bar: allí se sientan el canciller Santiago Cafiero, el secretario general Julio Vitobello, Vilma Ibarra y Gustavo Beliz. Eventualmente participan en esta Polémica en el Bar Juan Zabaleta y Gabriel Katopodis. El resto del peronismo se acerca o aleja al ritmo del viento: los senadores, la CGT, los intendentes; todo depende de quién enarbole la lapicera para armar las listas. La “ruptura” de La Cámpora después del voto a favor de la negociación con el Fondo no altera ese mapa histórico: “No se van, básicamente porque no tienen dónde ir. ¿Van a salir a buscar laburo?”, se preguntó ante este diario un estrecho colaborador del Presidente.
Pero más allá de las mentiras propias y ajenas, la reelección parece estar marcada por la maldición de Tutankamón: nunca, en el siglo XX, funcionó en ningún gobierno.
De la segunda presidencia de Yrigoyen (octubre de 1928-septiembre de 1930) viene la leyenda del diario de un único ejemplar que le imprimían a un presidente encerrado cada vez más en sí mismo. La segunda presidencia de Perón (1952-1955), que ganó con el 62% de los votos, estuvo marcada por el conflicto entre el gobierno y la Iglesia: el gobierno suprimió el carácter de días ni laborables a ciertas festividades católicas, permitió la reapertura de los prostíbulos, prohibió las manifestaciones religiosas y expulsó a dos obispos del país.
El Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín fue el que permitió la Constitución de 1994 y la reelección de Menem en 1995: el desempleo pasó de 9,9 en 1993 a 18,4% en 1995 y forman parte de aquellos años el asesinato de José Luis Cabezas, las denuncias sobre Yabrán, las puebladas de Cutral-Co y Plaza Huincul, la Carpa Blanca de los docentes y una extensa lista de denuncias de corrupción.
Para decirlo en términos coloquiales: todos los segundos gobiernos vuelcan. Personalmente estoy en contra de la reelección en cualquier cargo: desde presidente hasta concejal. La política debería ser un servicio público. Por eso tampoco entiendo cuando los políticos se quejan de su sueldo: nadie les pidió que estuvieran ahí, se supone que lo hacen por los demás y debería ser un honor ocupar ese sitio. Si se modificaran los cuatro años actuales por seis, la reelección debería prohibirse.
Y después de esos seis años los políticos deberían volver a la vida real: hoy basta ver sus curriculums para advertir que siempre trabajaron para el Estado. Nunca tuvieron que poner su propio dinero en ningún lado. Sin reelecciones, los más viejos dejarían lugar a los jóvenes sin estar atornillados a su sillón. Y por último, nadie es imprescindible; si alguno parece que lo es, el error es del sistema. Los partidos deben poder reemplazar a sus candidatos más alla de los matices que cada uno tenga.
Alberto ya no es el “comandante” (así lo llamaban) de las épocas del Trío Pandemia. Su imagen cayo en picada y es cierto que tiene hoy un pequeño repunte en su valoración positiva. El acuerdo con el Fondo pareciera estar favoreciéndolo dentro de los votantes del Frente de Todos.
Para Synopsis, hubo un descenso de su imagen negativa de 65,3% a 61,1% y la positiva subió casi un punto llegando a 26,5%. Para Management & Fit, Alberto está mejor posicionado que Axel Kicillof, Cristina y Sergio Massa: 28,9% de positiva y 54,6% de negativa. Para Fixer -que mide en multiplataformas y redes sociales- Alberto creció un 6%. Todo esto alcanzó para que el enfermo imaginario decidiera llamar al médico.
Fuente: https://www.clarin.com/